Entrevista a Nicolás Melini

«El dogmático siempre dirá que el no dogmático no cree realmente, es un enemigo»

«En cuanto sexamos, dejamos de ser igualitarios y justos»

Entrevista a Nicolás Melini

El último libro de Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969) es Transcripción. ¿Qué está pasando con el feminismo? Dilema entre el feminismo dogmático y el feminismo predogmático (y otras cuestiones culturales) y tiene su origen en las entradas de su cuenta de Facebook, publicadas entre el 18 de noviembre de 2017 y el 10 de marzo de 2019. Sin duda, una obra original por su procedencia y por los temas que trata, a contracorriente del pensamiento ‘mainstream’ que pocos se atreven a poner en duda. El feminismo dogmático y el fascismo político y culturales ocupan gran parte de las notas de este libro. Publicaciones que ya produjeron en su momento cierto escándalo y reacciones viscerales en algunos de los seguidores que el escritor tiene en las redes sociales.  En su nota bene, Melini aclara que se trata de un libro no premeditado y que «Los eventos señalados en las notas producen posiciones extremas y, en ese sentido, lo aquí expresado debe entenderse como moderación en el debate.»

Portada del libro. Ilustración de Agusto Vives.

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Te propongo que comencemos con la etiquetación ‘necesaria’ en estos días: ¿Eres un feminista en contra de cierto feminismo?  

Los etiquetadores siempre son los otros. Y si les hiciera caso, después de la primera entrevista sobre este libro, yo sería tanto un enemigo del feminismo como un “aliado” del feminismo: enemigo para unos, aliado para otros. No parece que ni unos ni otros puedan estar en lo cierto, pero posiblemente tampoco estén equivocados del todo. Así son las cosas. Pero, por no eludir definirme yo mismo: estoy completamente a favor de la mujer, me parece importantísimo que nos confiramos libertad los unos a los otros. No sé si eso es ser feminista (sospecho que para unos sí y para otros no), pero me agrada más la gente que me ve dentro, no fuera. La que me incluye, no la que me excluye. Soy una persona que no tenía que plantearse dilemas sobre este asunto hasta que, de pronto, se ha producido un acelerón social y he observado que algunas de las ideas del feminismo se han convertido en dogmas. Esto me ha hecho querer entender lo que está pasando, y para entenderlo he tenido que hacer uso del sentido crítico, hacerme muchas preguntas, cuestionarme y cuestionarlo todo. Parece una obviedad, pero es que mucha gente se ha convertido rápidamente bien en defensora bien en detractora del feminismo, y eso no parece fruto de haber ejercido el sentido crítico: más bien compramos la corrección política o nos enfrentamos a la corrección política. La posible “verdad” (entendida esta como la entendemos hoy: “cierta correspondencia entre lo que se piensa que sucede y lo que realmente sucede”) queda fuera.

Aseguras, en una de tus notas, que el feminismo es una religión. ¿Esto supone que adolece de un pensamiento racional y que se basa en algo que tiene más que ver con la fe?

Me parece que sí tiene que ver con la fe, con aquello en lo que se quiere creer, pero no adolece de un pensamiento racional. De lo que adolece (como posiblemente toda clase de creencia religiosa dogmática) es de una visión que tienda a acercarse a lo “real” (o “verdad”) del mundo. Es un dispositivo, y, por tanto, nos separa de lo que es profundamente real. Siempre es así, me parece, siempre vivimos en dispositivos de este tipo (no hay que alarmarse por el hecho en sí), siempre la verdad queda al fondo y, si la anteponemos a las creencias del momento, resulta como si atacáramos el dogma (el dogma que produce el dispositivo), y entonces hay problemas, es conflictivo. Pero, que haya problemas porque nos atrevamos a buscar lo que es verdad resulta necesario, porque si no, no se apunta nunca en la dirección en la que la verdad se encuentra (allá al fondo, no en adelante). Si no buscamos comprender, no ejercemos resistencia al dispositivo. Dejándonos llevar por el dispositivo, siguiendo su lógica, este nos puede llevar a pensar algún disparate extremado e inútil y peligroso como: “La masculinidad tóxica es la culpable del cambio climático”, o “es buena idea acusar de violación en Twitter, anónimamente, a los varones”, o “como hay que incluir a alguna mujer en los programas lectivos de filosofía, sustituyamos el pensamiento de Marx por el de Simone de Beauvoir”, o “sexemos los cuentos infantiles, analicémoslos según la perspectiva de género y, todo aquello que nos parezca sexista, vetémoslo, censurémoslo”.

Sin embargo, sus principios, que supongo que pueden resumirse en “la lucha por la igualdad de derechos y obligaciones para todas las personas, sean del ‘género’ que sean”, son racionales y compartidos por muchas personas alejadas del pensamiento religioso.

Primero, me parece que lo religioso no es irracional. Se separa de la realidad. Es la diferencia que señala Agamben entre “consagrar” y “profanar”, donde consagrar es separar de la esfera de los hombres y profanar devolver a la esfera de los hombres. Nos parece irracional cuando se desatiende el resto de valores en liza (aquellos que posiblemente no tengan que ver solo con las creencias en cuestión) y se atiende exclusivamente al dogma, a la causa, a la lógica estricta del dispositivo de nuestras creencias, llevando las ideas lo más lejos posible, al extremo. El dogmático coherente es un peligro aunque no parezca religioso. Lo religioso, en el feminismo, no es como lo religioso en el cristianismo, poco a poco vamos generando liturgias feministas y una de las normas no escritas, precisamente, es que no nos demos cuenta de que son liturgias o de que podrían ser la misma cosa que hemos visto en el cristianismo. Los que son fieles al feminismo suelen ser bastante reaccionarios contra el cristianismo. No quieren darse cuenta de que están haciendo lo mismo. Si, desde el feminismo, se declarase que el feminismo es una religión, al menos en este momento, sería un error. Al hacerlo yo buscando la verdad de su naturaleza, lo que hago podría incurrir en una profanación. Por otro lado, la definición de los principios feministas que has hecho es muy razonable, yo la comparto. Me parece que es una de las muchas herencias que atesoramos de la revolución francesa, y, por tanto, la persecución de la igualdad lleva implícita la necesidad de perseguir otros dos valores: el de la “libertad” y el de la “fraternidad”. En teoría serían tres patas, no una, y perseguidas sin pretender el cumplimiento puro de ninguna de las tres: con holgura, sentido común y amplitud de miras. El feminismo, en la medida que está culpando de machismo al conjunto de la sociedad, en la medida que nos acusa a todos de formar parte de una cultura patriarcal que produce muerte, lo que promueve es que se limite la libertad y que haya un enfrentamiento (no fraternidad). Es decir, resulta muy evidente que, cuando una o un feminista radical lucha por la igualdad, excluye deliberadamente de sus objetivos la posibilidad de fraternidad con el otro, y también desprecia la necesidad de conferir libertad al otro. Sin embargo, no hace falta excluir ni despreciar a la fraternidad y a la libertad: yo perfectamente puedo tener presente la necesaria idea de igualdad entre hombres y mujeres sin renunciar a la idea de que debemos conferir libertad a los demás o que debemos ser fraternos (no desagradables) los unos con los otros. Alguien pensará: “Bueno, pero es la lucha política, para cambiar las cosas hay que pelear”. Está bien, pero entonces la idea de igualdad se convierte en una coartada para cuestionar y limitar libertades o para poder ser desagradables con los otros.

Al contrario que en otros movimientos, en el feminismo no parece haber líderes o lideresas que representen y comuniquen sus mensajes, tampoco parece haber estructuras puramente políticas ni un plan de actuación para conseguir sus fines. Entonces, ¿qué es exactamente el feminismo?

En el capitalismo todavía es peor: no hay ni dogmas en el capitalismo, y a pesar de todo se mueve y evoluciona, y podemos considerarlo una religión (Walter Benjamin). Las estructuras explícitas no son en absoluto necesarias para el desarrollo de una religión. Los musulmanes tampoco han producido una estructura jerárquica como la de la iglesia católica. La iglesia católica no la consolidó hasta que comprendió que lo que había prometido, tal vez, no llegaría. El feminismo se reproduce en un nicho de mercado. Surge inmerso en el capitalismo. Lo que hay es un grupo de individuos mejor posicionados en la sociedad y en el feminismo, convirtiendo la lucha de todos en su profesión. Es una religión que utiliza el capitalismo para desarrollarse, pero también trata de convertir al capitalismo en sí misma, mientras que el capitalismo hace justo lo contrario, prestigiarse mediante el feminismo (como hace con cualquier moda) y convertirlo en sí mismo. Las estructuras jerárquicas o los planes de actuación no son necesarios para incidir socialmente en el contrato social. Rousseau describió cómo de fluido, y a su vez sólido, puede ser el trasvase de legitimidades en las sociedades humanas. Nadie dirige el capitalismo y todo el mundo lo hace sin descanso ni tregua. Todo lo que surge y obtiene algo de prestigio, el capitalismo lo transforma en sí mismo. Ahora que el feminismo es positividad pura y goza de mucho prestigio, el capitalismo lo acoge y fomenta, y, quienes ostentan cierta jerarquía dentro del feminismo, se profesionalizan: así vemos que hay toda clase de personas aprovechando el nicho de mercado del feminismo (en cierto modo, con este libro, yo mismo lo hago, aunque me cuidaré mucho de profesionalizarme por medio de ello: mis “profesiones” son otras). Algunos casos son muy evidentes, como el de periodistas que se especializan o combinan periodismo y activismo. Otros son menos evidentes, como el de individuos que se encuentran en capas intermedias de la política, la pedagogía, la universidad, la investigación, las asociaciones, el activismo social. En la medida que se profesionalizan, el feminismo escala posiciones en la jerarquía del mundo. Las marcas se prestigian con el feminismo (El País, Adidas, Barbie, Cristina Fallarás, Unidas Podemos, Izquierda Unida, Psoe, C’s, PP, VOX en el sentido opuesto, como villano que toma el nicho contrario, elDiario.es, Seix-Barral…): al mismo tiempo que difunden las ideas del feminismo se aprovechan de su positividad para vender, y así lo queman, lo desvalorizan, cuando no se vuelven el detractor necesario que ocupa el nicho de mercado enfrentado. Lo interesante de todo ello es la pugna entre religiones: cristianismo, capitalismo y feminismo.

Con motivo de la celebración del pasado 8 de marzo, representantes de diferentes partidos políticos (sobre todo mujeres) han expresado sus diferencias respecto a su concepción de lo que es el feminismo. Entonces, cuando alguien se manifiesta como feminista ¿debe añadir de izquierda, de derecha, de centro?

No lo creo. La diferencia está entre ser feminista dogmático o ser feminista predogmático. El predogmático es el liberal. Yo me considero un feminista predogmático. Y cuando el liberal discute con el dogmático la sensación es muy similar a la de cuando intentamos entendernos con un islamista o con alguien del Opus Dei. La diferencia está entre abrazar el dogma o no hacerlo. Aún creyendo en lo mismo (en la igualdad), no es lo mismo creer en ello abrazando el dogma feminista que hacerlo sin abrazar el dogma feminista. El dogmático siempre dirá que el no dogmático no cree realmente, es un enemigo. Aunque el no dogmático se esmere en explicarle que él “sí cree, pero hasta cierto punto”, el dogmático le dirá que no, que el no dogmático no es un buen cristiano, que no es un buen musulmán: “Tú en realidad no eres feminista, tu machismo te puede, eres un producto del patriarcado. Deconstrúyete”. Lo que piden es una purificación que solo se obtiene a través del ingreso (mediante rito de iniciación o no) en el dogma y el dogmatismo feminista. Si no crees dogmáticamente, quiere decir que, en cualquier momento, como yo hago, puedes cuestionarte el dogma, puedes decir, sí, la igualdad sí, pero… Eso los saca de quicio, con toda razón, porque es una profanación del dogma. Pretendes devolver el dogma al terreno de los hombres, aterrizarlo. Atentas contra la separación que propicia el dogma y que posibilita que puedas creer absolutamente en la idea de patriarcado, la vileza del machismo, la épica benefactora del feminismo, la igualdad como salvación del ser humano, la virtud de la mujer respecto del varón, la inocencia de las víctimas del machismo y el patriarcado, y la perspectiva de género como perspectiva de la verdad, como revelación.

Uno de los objetivos que persigue el feminismo es acabar con la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres. La ley contra la violencia de género parece funcionar, aunque no siempre, en cuanto a la protección de las mujeres que denuncian a sus maltratadores. Sin embargo, casi cada semana hay un nuevo caso y, además, se publican estadísticas que informan del auge del machismo entre los más jóvenes. ¿Qué estamos haciendo mal, y me refiero sobre todo a los hombres, para que esto sea así?

Tu primera frase, que el feminismo persigue acabar con la violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres, tiene una cara B, porque el feminismo también utiliza esas violencias para justificar su lucha política y entrar en las instituciones, incidir en las leyes, obtener recursos, que algunos individuos se profesionalicen y hagan carrera, y todo eso en pugna con el capitalismo y el cristianismo, erosionando al cristianismo para alejarlo hacia el pasado y tratando de restarle al capitalismo por medio de convertirse en él o de convertirlo en sí mismo. Hay un “uso” de las víctimas (Crítica de la víctima, Giglioli). Ese uso de las víctimas no tiene nada que ver con ellas. Es decir, alega perseguir que se acaben pero gana mucho porque no se acaban. Y de hecho es lo que está sucediendo. No disminuye el número de víctimas de ese tipo de asesinatos. En España, el resto de tipos de asesinatos ha disminuido espectacularmente en los últimos 20 años. Los asesinatos que estamos considerando machistas, no descienden. Incluso se intenta meter, dentro de la categoría, asesinatos que hasta ahora no figuran entre los asesinatos por violencia de género, es decir, para que no solo no descienda el número de ese tipo de asesinatos, sino que aumente y que la acusación social sea aún mayor. El que “publicitemos” ese tipo de asesinatos a través de los medios de comunicación, mientras no concedemos espacio mediático al resto de tipos de asesinatos (que son la mayoría), es una distorsión, nos alarma, y no sabemos si no influye en que haya más asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. Hay referentes feministas, como la antropóloga Rita Segato, que piensan que habría que hacer como con los suicidios: un consenso de los medios para no informar acerca de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. Los suicidios son un número muy superior a los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, pero no se informa de ellos, no se contabilizan uno a uno, suicidio a suicidio (y con todo lujo de detalles) en las noticias, no se genera alarma social sobre ellos, aunque sean más. También mueren asesinados en España muchos más hombres que mujeres, y no solemos llevar esos casos a los informativos. No hay una ideología, una religión masculina, haciendo uso de posibles brechas entre hombres y mujeres: se suicidan muchos más hombres, viviendo en la calle hay muchos más hombres que mujeres, tratando de hacerse un selfie mueren dos veces más hombres que mujeres, pocos hombres terminan sus estudios universitarios, muchos más hombres que mujeres han tenido problemas de adaptación en la infancia, muchos más hombres mueren en accidentes laborales. Si alguien utilizara esas “brechas”, y otras muchas, para hacer política, para victimizar a los hombres y acusar a las mujeres (¿acaso creemos que no sería posible?) el mundo se volvería un lugar todavía peor: sería tóxico. Por otro lado, los hombres no solo ejercen más violencia, también son los que reciben más violencia, ha sido así siempre. Los hombres no solo han sido y son agresores, también han sido y son defensores, protectores. Que la mujer necesite hoy menos protección que antes —debido básicamente a la aparición del estado mediador, del estado democrático, del estado de derecho, y a la tecnología— hace que la mujer sea cada vez más libre. Pero ello también ha liberado al hombre de muchas cargas sociales. Ahí hay una confluencia de intereses. Algunos pretenden que es el feminismo el que ha obrado el milagro de los avances en igualdad, pero lo fundamental, posiblemente, ha sido dejar atrás sociedades violentas, los avances científicos, la tecnología, los avances sanitarios, etcétera etcétera, que han hecho posibles (y en cierto modo inevitables) los avances en la igualación. Percibimos como grandes logros del feminismo lo que posiblemente son cambios democráticos gracias, además, al efecto mediador del estado de derecho. En España tenemos una percepción de gran avance igualitario desde el pasado régimen hasta ahora —y se lo atribuimos al feminismo—, cuando venimos de una sociedad franquista que era un atraso respecto de las sociedades de nuestro entorno en aquel momento. Curiosamente, se está produciendo el mismo tipo de reacciones feministas que aquí en sociedades como la argentina o la chilena, que vienen también de dictaduras retrógradas. ¿Es posible que tengamos la percepción de que ha sido el feminismo el que ha obrado el milagro de la igualación en España, Argentina y Chile, pero lo fundamental de estas igualaciones se deba a la caída de las dictaduras, al estado de derecho y a la democracia? En México también hay una evidente reacción feminista, pero es un caso distinto a esos otros: donde el estado no media lo suficiente para erradicar la violencia, la mujer se ve muy perjudicada. Se atribuye la violencia al machismo, pero allí donde el estado funciona, la violencia en general y la violencia de parejas y ex parejas contra la mujer en particular es mucho menor. Se atribuye al feminismo un aura benefactora donde, posiblemente, mayor benefactor es el estado democrático, de derecho, mediador. En España el número de asesinatos de personas en general es muy pequeño, vivimos en uno de los países con menos víctimas de asesinato del mundo, y el de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas es una pequeña parte de eso que podemos considerar mínimo. Algunos hombres, una minoría ínfima (unos 40 frente a una población masculina de 22.914.086), lo está haciendo mal al afrontar determinadas situaciones con parejas o ex parejas. Agredir o matar a una persona es intolerable, no hay nada que lo justifique, así que los hombres tienen que ser todavía más conscientes de que podrían producirse situaciones indeseables, muy duras para ellos, con sus parejas o ex parejas, y tienen que estar preparados para alejarse de ellas, para negarse a sí mismos la mala idea del asesinato como salida suicida y punto final, tienen que ser conscientes de que esa situación pasa, no dura para siempre, se sale de ese dolor o de esa frustración, deben ser conscientes de la necesidad de acudir cuanto antes a pedir ayuda psicológica. En definitiva, esos pocos hombres que no están siendo lo suficientemente valientes para afrontar esas situaciones con parejas o ex parejas, tienen que decidir hacer lo correcto, que es pedir ayuda y aplacar cualquier impulso de violencia.

Algunos han optado por reconstruir su masculinidad para acercarse a una visión feminista del mundo. ¿Crees que esa es la solución a la violencia que parece innata en los hombres?

Primero me plantearía si “la violencia que parece innata en los hombres” es algo que haya que “solucionar”. ¿De verdad? Nos ha sido muy útil, a todos, a hombres y a mujeres, esa capacidad mayor de los varones para la violencia. Tiene cosas negativas, pero otras muchas positivas. Cierto que, en sociedades tan positivas, de consumo, publicitarias, esa mayor capacidad para la violencia convierte al varón en demasiado negativo, rugoso, con mala prensa, para los tiempos. En caso de que decidiéramos que sí hay que solucionarla, entonces, me preguntaría si la solución es la feminización y si la feminidad se obtiene en el varón por medio de una deconstrucción de la masculinidad. Pero, ¿en serio? ¿Es la masculinidad un estado psicológico? ¿Es la masculinidad algo inducido? Lo pienso y no sé cómo tendría que hacer un varón para ser más o menos masculino, más o menos femenino. Puede ser más o menos educado. Puede ser más o menos considerado. Puede ser más o menos sensible. Puede aprender a estar pendiente de cuestiones que antes le eran ajenas, y por supuesto estoy de acuerdo con hacer el esfuerzo de adaptación a un mundo que ha cambiado y reclama cosas distintas de hombres y, por cierto, también de las mujeres: de ambos. ¿Pero de esos cambios depende ser más o menos femenino o masculino o haber deconstruido la propia masculinidad? ¿La capacidad del varón para ejercer la violencia es mala, perjudicial, dañina? ¿Y cuando esa violencia nos salva? ¿Y cuando lo que nos salva es la violencia ejercida por una mujer, entonces nos salva lo femenino o lo masculino? Es absurdo. La violencia que ejerce el varón es, como todo, positiva y negativa, a menudo al mismo tiempo, en el mismo acto, como en el mismo acto la menor capacidad de la mujer para ejercer la violencia puede ser positiva y negativa, también: un milagro o una desgracia. El feminismo contabiliza solo una ínfima parte del producto de esa capacidad de violencia, junta los casos sangrientos y señala lo negativo: es una estrategia. Se trata de cambiar nuestra percepción de las cosas del modo que interesa a la causa. Se busca una perspectiva maniquea que divida a hombres y mujeres entre malos y buenas. Personalmente prefiero poner el dedo en lo positivo —no solo del varón, también de la mujer—, y sin sexarlo, sin hacer este distintivo que he tenido que hacer debido a que estamos hablando de feminismo y se trata de una visión maniquea: incidir en lo positivo de hombres y mujeres es infinitamente mejor para todos, igualitario y justo. En cuanto sexamos, dejamos de ser igualitarios y justos.

Dentro del feminismo se suele identificar machismo, patriarcado y capitalismo como enemigos a combatir. ¿Esto viene a suponer que el feminismo propone un nuevo orden que no solo afecta a las relaciones entre hombres y mujeres, sino que abarca todos los aspectos de la sociedad, la construcción de un nuevo mundo?

Propone la transformación de la sociedad, de una sociedad que está enferma de patriarcado, enferma de machismo, en una sociedad en la que seremos iguales y, por lo tanto, estaremos salvados. Propone la salvación, como el cristianismo. Busca redimirnos. La igualdad es el mundo perfecto. Ahora estamos enfermos, según el feminismo. Sin embargo, ¿no será que los estudios sociales se han pasado de optimistas al evaluar la capacidad de transformación social mediante su ingeniería? Lo que es viable no parece ser la salvación por medio de la igualdad, algo que ni siquiera atisbamos a saber cómo sería. La igualdad es algo que se encuentra allá adelante y no sabemos lo que es ni cómo de transformadora será en el caso de que la alcancemos. Es un dogma, como lo es la idea de machismo y la idea de patriarcado. Lo viable, sin embargo, es otra cosa: que el feminismo vaya poniendo los valores del capitalismo a su favor. No la igualdad. Por ejemplo, que consiga que, siempre que haya una mujer en liza, el valor que predomine no sea el propio del capitalismo, que es el del dinero, sino el valor del feminismo, que es la mujer. Esto tiene poco que ver con la igualdad como justicia. Por ejemplo, si un colegio veta por sexistas, por ser tóxicos, determinados cuentos infantiles, más que la igualdad entre hombres y mujeres, lo que esta medida feminista promueve es que el capitalismo se ponga a su servicio: hay que editar cuentos acordes con las ideas feministas, y si no, no vendes, te retiramos, te vetamos. Por supuesto, además ningún cuento es tóxico, pero eso es lo de menos cuando se trata de la causa. Imaginemos que hubiera periodistas que, si informaron sobre otros libros míos, sobre este, no lo hicieran, se negaran, lo vetaran por no ser acorde a sus ideas. Periodistas feministas más dispuestos a ser feministas que periodistas, posiblemente no serían periodistas en absoluto. Pero a lo que voy: el suyo no sería un triunfo de la igualdad (lo que harían con este libro mío no me haría igual, ni siquiera igual a cuando he publicado otros libros y sí los atendieron), sería un fracaso de la libertad (especialmente de la libertad de expresión y de la necesaria libertad de circulación de ideas), y sería un éxito solo de las ideas de esas personas sobre el capitalismo, para que el capitalismo atienda a las suyas y se vaya convirtiendo en un capitalismo que prestigie sus productos (al medio de comunicación, al periodista, a los anunciantes…) mediante el feminismo, y que demonice (oscurezca, silencie por fracasar económicamente) aquellos que no son productos del feminismo. Sería una cuestión de poder, el veto, en nada incidiría en la igualdad entre hombres y mujeres. Quien crea que, cuando veta las ideas de quienes no son dogmáticamente feministas, trabaja por la igualdad, se equivoca, trabaja para tener poder.

Hablando de capitalismo: muchas de tus reflexiones giran en torno a la banalización de la creación cultural, que parece engullida por criterios mercantiles. Esta es una preocupación que otros autores y en tiempos pasados ya han manifestado. ¿Qué hay de novedoso a este respecto en la época que nos ha tocado vivir?

Hay algo que me hace mucha gracia de esa lógica según la cual, porque posiblemente siempre fue así, o porque parece una preocupación perpetua, desde hace décadas o siglos, entonces hoy carece de importancia. Algunos llegan incluso a la conclusión de que no solo no importa sino que no es real, no existe la razón para la preocupación (o siempre fue un error preocuparse por ello, o así son las cosas y nada podemos hacer, o es algo “superado”, o solo hay que acostumbrarse, o es mejor no darle muchas vueltas). Son percepciones a favor del capitalismo. Parece un mandato del propio sistema económico, si no fuera porque el sistema económico no lo dirige nadie y nadie puede hacernos mandatos: los hacemos nosotros mismos, “colaboramos” con el capitalismo incluso cuando se trata de ir destruyendo aquello que supuestamente amamos, como el arte (Pierre Bourdieu). Pero digo yo que si los criterios mercantiles banalizadores de la cultura eran molestos en el siglo XVIII, y hoy seguimos percibiéndolos, el problema, cuando menos, existe. Y desde luego existe y persiste y además parece que agrandado, acelerado. En muy poco tiempo hemos visto cómo la cartelera de cine ha empeorado (oh, sí, por supuesto, las series son mejores, pero también, posiblemente, más banales que el mejor cine de todos los tiempos). Abundan cada vez más las novedades editoriales prescindibles. El arte es cada vez más superficial y reiterativo. Me parece que lo “novedoso”, hoy, es el grado, la rapidez, la profundidad del problema que ya describió perfectamente Guy Debord. En esta etapa del capitalismo todo confluye en lo que parece una tormenta perfecta en contra de la creación de obras de arte. El capitalismo prima el número (cuantía económica, de consumidores, de likes) sobre los valores propios de las disciplinas artísticas. La democracia prima el número, pero de otro modo, por medio de la idea de mayoría de votantes: el gusto de la mayoría es lo que importa por encima del criterio de quien sabe (conoce los valores de las disciplinas artísticas). La izquierda ha convertido el valor igualdad en un dogma que se traduce en “no a lo elitista”. En eso la izquierda y la derecha coinciden: el pueblo (izquierda) y el consumidor (derecha) son conceptos intercambiables cuando se trata de banalizar la obra de arte. El neoliberalismo ni siquiera considera importante a la cultura y sus valores: para el neoliberalismo solo existe la economía, por encima de los estados y despreciando a los creadores. El conjunto es muy desagradable y molesto. Claro que hay manifestaciones culturales extraordinarias en esta fase del capitalismo (muchísimas, todo el tiempo), el problema es que NO IMPORTAN, existen humilladas, y eso no era así antes de internet, la televisión, el cine y la prensa (aunque no deben interpretarse estas palabras mías como que hay que añorar un tiempo en el que no había nada de eso). Internet ha sido un paso que parece la puntilla. La extrema visualización del mundo, de todos y de todo, supone una “aldeanización” de todos nosotros. La regla tácita ha venido siendo valorar, de lo que “ha funcionado”, lo mejor. Si no ha funcionado, ni siquiera entra en valoración. Así en los Oscar, en los Goya, en los premios nacionales de novela, en los premios de la crítica, en las elecciones de autores de los grupos editoriales… Pero, si es terrible que valoremos las obras de arte solo a partir de cierto rendimiento, ahora es todavía peor: estamos en la desvalorización total de la creación artística. Y perdón por sonar apocalíptico, no lo soy. Un ejemplo es el del género de la novela: durante unas décadas fue posible, tal como nos vendían las editoriales, conciliar cierta calidad de la novela con cierto éxito de público (y viceversa). La novela tenía valores propios, primero, y luego estaba el valor del número. Pero ambos valores podían coincidir y eso era “lo ideal”, nos decían. Pero ahora no se vende (en general), además se vende menos lo que atesora cierta calidad artística, y el valor numérico totaliza el panorama. Ahora los grupos editoriales publican cualquier cosa sin valor artístico alguno solo porque su autor o autora tiene muchos seguidores en Instagram (es decir, para intentar convertir a quienes consumen Instagram en consumidores de la editorial). Antes de internet, antes de la transparencia total y de vernos todos las caras, la novela todavía atesoraba algo que el lector no podía encontrar en su vida. Si quería ver más allá de su nariz, tenía que leer novelas. Había aspectos de la vida que solo se podían entender leyendo historias. Luego, a medida que han ido surgiendo medios de comunicación, hemos ido convirtiendo la novela en un producto de consumo, y, para ayudarlo a vender, entre otros aspectos, hemos fomentado el valor entretenimiento de la novela. Algo que tiene que ser solo entretenido ya no tiene que ofrecer al lector más que entretenimiento. Pero aún seguíamos manteniendo, como mero nicho de mercado, una novela que hacía algo más que entretener, que ofrecía algún conocimiento que el lector difícilmente encontraría alrededor. Ahora, sin embargo, ya nadie espera nada de la novela (solo los iniciados, que somos como coleccionistas de sellos), el ser humano tiene la ilusión de que todo lo puede conocer a través de los medios que existen, a través de nuestro móvil todo se encuentra disponible para nosotros. Nada puede convencer a las personas de que hay algo importante que quizás se les esté escapando, y, por lo tanto, menos aún que la novela les va a mostrar cosas que no saben, mientras que en el siglo XIX nadie tenía la menor duda de que, para ver más allá de la nariz, para saber algo sobre todo lo que se le escapaba del mundo, para conocer (¿cómo averiguar cómo son las otras personas, no las de todos los días, sino las que se encuentran lejos?), tenía que leer novelas. Ahora estamos convencidos de que podemos saber todo de todo el mundo. El humano de la aldea global no necesita novelas. Está ensoberbecido, cree que se las apaña él solo. La pregunta es, en este mundo tan transparente, igualado y aplanado, cómo hacer una novela que contenga algo que al menos algunas personas piensen que no pueden obtener de otro modo. Es muy complicado. Es un reto novelístico. Y, como vemos, el reto no se encuentra en igualarse. Pero la gran mayoría de los novelistas tratan de igualar sus obras a las que han funcionado.

Muchas de las creaciones artísticas recientes aparecen etiquetadas como feministas, hechas tanto por mujeres como por hombres. ¿Crees que es necesario para dar visibilidad al papel que tienen las mujeres en la sociedad?

Creo que es propio de la condición de nicho de mercado del feminismo. “Dar visibilidad” es un eufemismo, significa “publicitar” (suele pasar con las neolenguas: que son un invento para pasar por político lo que es económico). El feminismo es positividad. El mercado se alía, para vender, con todo lo que es positividad. Y al feminismo le interesa aliarse con el mercado para difundirse y, también, porque supone un camino de profesionalización para muchas personas. Las personas y las empresas buscan prestigiar sus productos arrimándose a la causa de moda. La causa de moda pretende ser algo más que una causa de moda (de lo que se trata es de convertir al capitalismo en feminismo), pero, mientras tanto, permite que la utilicen como propuesta de valor de toda clase de productos y así se ve difundida y profesionalizada. Cuando, quienes se profesionalicen a través del nicho de mercado del feminismo, ocupen sus lugares, se espera obtener la igualdad entre hombres y mujeres. Desde ya podemos afirmar que no será así. Lo que es viable no es más que un cambio de cromos en el contrato social.

Te muestras en contra de cierta creación cultural por, entre otras razones, estar destinada meramente a convertirse en producto de consumo. Por otro lado, el consumo es necesario para que los creadores puedan vivir dignamente. ¿Cuál es la alternativa?

Es falso, nos comportamos como si fuese posible vivir dignamente gracias a convertirnos en un producto de consumo, pero no es cierto. Es prácticamente imposible vivir dignamente de la literatura, por ejemplo. Aún así, el sistema económico no deja alternativas. Solo puedes tratar de convertir al capitalismo en ti mismo, o rechazarlo (que es casi lo mismo que adorarlo), en cuyo caso solo puedes perder. Rara vez se da lo de Woody Allen, esa coincidencia entre artista, producto y mercado, y durante tanto tiempo que, por suerte, aquello que eres, además es un negocio suficiente para que hagas tu carrera. Esa coincidencia entre obra de arte y éxito de ventas se da sobre todo en manifestaciones de dudoso interés (Bisbal, por ejemplo) dirigidas a públicos mayoritarios sin mucho criterio sobre ninguna cosa. Los demás estamos en un dilema espantoso entre defender aquello en lo que creemos (los valores de la cultura: de la literatura, del cine, del arte…) o hacer concesiones al mercado. No hay dignidad en hacernos producto. Sabemos que no es posible no entendernos en absoluto con el sistema económico. Lo hacemos hasta cuando nos oponemos o resistimos. Si te diriges solo al campo cultural, el mercado más bien te castiga dándote la espalda. Si te diriges solo al mercado, intentando vender, intentando llegar al máximo acuerdo y la mayor sintonía con el mercado, entonces no contarás para el campo cultural. Hay un desgaste muy duro ahí, y va ganando el mercado (contra los valores de la cultura) por goleada. Durante décadas hemos visto cómo se ha dado una figura muy interesante: la del poeta que calla, el escritor que ha atesorado algún prestigio con una de sus primeras obras y lo atesora por medio de esconderse, sin participar, desdeñando el mercado. Se alejan del mercado para no quemarse. Es un lujo. Muchos de estos vencieron a todos los que se aliaron con el mercado, a pesar de que algunos de los que se aliaron con el mercado hicieron más obra, vivieron intensamente, fueron relevantes y productivos socialmente, corrieron riesgos, estuvieron activos y profesionales trabajando y exponiéndose al fracaso sin descanso. Un autor que “prefería no hacerlo” conservaba su prestigio, mientras que el que trabajaba duro y mejoraba cada día, aumentando su obra, obteniendo repercusión, escalando socialmente, no. El campo literario los respetaba por no haberse “vendido” y, al mismo tiempo, irrespetaba a los que habían obtenido repercusión porque se estimaba que no podían haberlo hecho sino “vendiéndose”. Pero ahora esto se ha agudizado, porque el campo cultural se ha disgregado tanto que casi no existe, y sin la competencia —oposición, resistencia— del campo cultural, los artistas se disgregan hacia soluciones de mercado cada vez con mayor facilidad. Para que nos entendamos: en el extremo contrario que el autor que “prefería no hacerlo”, ahora hay gente de la cultura que monta festivales de literatura sin escritores, sin literatura, auspiciados económicamente por aquellos que, desde el estado, con dinero público, se supone que deben velar por la cultura. Hay por todos lados actividades institucionales en las que la literatura pareciera entrar solo como “propuesta de valor” de otras cosas (la cocina, el turismo, el feminismo, la identidad): ofreces una comida literaria, un paseo literario, llevas a un músico en vez de a un escritor, asocias la supuesta gloria de un escritor a un territorio o una causa (a veces, si el escritor ha muerto, ni siquiera se trata de su territorio, sino de un territorio por el que transitó en algún momento de su vida). No hace falta la palabra de alguien que realmente haga, sea, literatura. Parece que la literatura importa, y sin embargo es solo la propuesta de valor a la hora de comer en un restaurante, sirve para atraer a los clientes y, tal vez, para cobrarles un poco más. En mi caso, por ejemplo, me encuentro en una contradicción posiblemente absurda, porque me he resistido mucho a trabajar para el mercado, he tomado algunas decisiones en contra (no escribir novelas de 300 páginas cuando debí hacerlo; no hacer cortos resultones que me permitieran profesionalizarme como director; cuando fui guionista profesional, boicotearme en aquellos proyectos de largometraje en los que participaba si el proyecto se dirigía en una dirección que no era la que estimaba interesante), y sin embargo en redes sociales soy muy publicitario. Nos hemos hecho afirmando un rotundo “no” a la posibilidad de llegar a compromisos con el sistema económico, pero nos publicitamos en redes solo para estar visibles, para que se sepa que estamos “haciendo”. Eso es la nada. Hay que ser conscientes. Supone sucumbir al sistema económico a pesar de haber rechazado brindarle nuestras creaciones. Se ha convertido en un modo de resistir sin brindarle nuestras creaciones, solo que nos brindamos nosotros y se nos consume a nosotros. Yo publicito mis trabajos, sabiendo que esa publicidad apenas se traduce en ventas, y escribo directamente ahí, como si se tratase de un diario de ideas, en un diálogo con el mundo, sabiendo que me dirijo a un puñado de personas, no más de 200 cada vez. Por eso me parece que es resistente, porque, a pesar de que cualquiera te puede ver ahí y que tenemos la sensación de que lo ponemos en el mundo, en realidad, en Facebook, no hay en absoluto un público masivo. Quizás eso nos salve.

Hablas de tu espacio en Facebook como un reducto para experimentar escrituras y relacionarte con los lectores. Los contenidos de este libro provienen, casi en su totalidad, de esa red social. ¿Qué te ha aportado esa interesante experiencia?

Hay algo que puede ser positivo en Facebook. Puede producirse un intercambio de pareceres, lo que va más allá de simplemente vernos las caras. Si discutes más o menos honestamente, es un buen ejercicio, mejoras tu pensamiento. Si eres un hater, un trol, y tu pensamiento no alcanza más que a odiar y a molestar, te hundes, no puedes sino hacerte peor. Si dices pero no estudias, no lees, no te haces preguntas, solo te manifiestas de manera narcisista, porque tú lo vales, y no aportas nada a nadie, tampoco a ti mismo. Pero dialogar honestamente, haciéndote preguntas, leyendo para comprender, buscando lecturas que te completen al margen de la red, siempre es bueno para uno.

Las redes sociales suelen ser lugares de posicionamientos enfrentados, con poca argumentación y mucha convicción. ¿Supone un riesgo meterse a matizar y a aportar datos y argumentos científicos en un territorio donde prima lo emocional?

El conocimiento ha de ser emocional, también, sin emoción no aprendemos, no mejoramos. La emoción puede estar bien utilizada, con propósitos honestos, o mal utilizada, para las pasiones más bajas. En Facebook hay mucho de territorio donde embarrarse, pero también es posible aportar a quienes encuentran lo que en otros medios no es posible encontrar, gracias sobre todo a esa posibilidad de “diálogo por escrito en público”. El diálogo no está exento de emoción, por eso leerlo, cuando es honesto, puede resultar positivamente didáctico. Además, en mi caso, tengo a muchos escritores ahí: a menudo, simultáneamente, se producen comentarios sobre un mismo hecho y los comentarios de unos y otros y los propios dialogan entre sí. Otra cosa es que, posiblemente, se trata de un medio en el que, sobre todo, nos miramos a nosotros mismos (el narcisismo), y lo de los otros nos interesa sobre todo para compararnos (la envidia). Es bastante como la vida misma de hoy. Por supuesto, todo el que se manifiesta, se arriesga. A pesar de ser muy pocas las personas que te leen cada vez, el mundo cultural es especialmente difamatorio, así que es muy posible que si hablas demasiado, los enemigos (que surgen espontáneamente, casi siempre sin que uno los busque) encuentren razones para difamarte y el modo más fácil de hacerlo, un poco a la carta, por un tema y si no por el otro. A veces llegas a algún sitio y te das cuenta de que tu fama te ha precedido, solo que no ha sido tu fama, sino lo que algunos interesados han estado sembrando sobre ti. Hay gente que, sin conocerte, siente que debe ser maleducada contigo. Puede suceder que alguien se crea con el derecho, o en el deber, de cortarte el paso en alguno de tus proyectos. Pero eso es así con todo el que dice, sea donde sea que diga. Si damos el paso, una vez que hemos empezado a manifestar lo que pensamos es muy difícil dar marcha atrás. Hay que seguir explicándose. Hay que desarrollar las ideas. También nos vemos obligados a jugar a esquivar los disparos. Pero, por fortuna, en un estado de derecho, los disparos no son en absoluto de extrema gravedad.

¿Seguirás publicando notas con la intención de que se conviertan en libro en un futuro?

Es posible. Ahora parece que puedo mantener una línea. Puede ser como colar un libro por fragmentos, incrustarlo en un río virtual (de emociones e ideas) que todos los días lo recibe y lo arrastra y se lo lleva. Para quedar sentado definitivamente en un libro que, dietario, recoja el discurso en su conjunto. Si, en su conjunto (tras la criba, las correcciones y la reescritura) las partes dicen algo que no decían en solitario, haciéndose más interesantes, entonces el libro tiene sentido.


Fotografías de Manu Navarro

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  • Gustavo Gil

    Las Palmas de G.C. 1965. Se licenció en Ciencias de la Información en Madrid y estudió cine en los EE.UU. y Cuba. Ha trabajado varios años como realizador y dirige la productora Conspiradores entre Madrid y Las Palmas de G.C. Cada vez tiene menos cosas y más proyectos. El último es la revista 7iM, de la que es codirector. Por lo demás, se encuentra bien, intentando trabajar lo menos posible.

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