La polémica de las feministas americanas y francesas

Durante las dos últimas semanas hemos asistido atónitos a la polémica desatada por la publicación de la Declaración contra el movimiento #MeToo americano por parte de un centenar de artistas e intelectuales francesas, entre las que destacan la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann y la ilustradora Stéphanie Blake, en el que tachan al movimiento feminista americano como un movimiento que “toma el rostro del odio a los hombres y a la sexualidad”. Este grupo de feministas francesas acusan a las americanas de caer en un puritanismo pacato que coarta la libertad sexual, haciendo pecaminoso cualquier intento de seducción masculina, fomentando el victimismo de la mujer que necesita protegerse ante la opresión y la violencia del hombre. Sorprende, ciertamente, estos argumentos contra un movimiento, el #MeToo, que se inició en las redes sociales, en diciembre de 2017, como un hashtag para denunciar las agresiones sexuales que sufren muchas mujeres en la industria del cine, sacadas a la luz a raíz de las denuncias contra el productor Harvey Weinstein. La inspiradora de este movimiento fue la actriz Alyssa Milano, quien animó a todas las actrices que hubieran sido objeto de abusos sexuales en su trabajo a denunciar públicamente su caso con este hashtag. Milano intentaba poner de relieve las enormes dimensiones del problema al hacer ver que no se trataba de casos aislados, sino que resultaban ser unas prácticas habituales en una industria en la que las mujeres temen denunciar su agresión por temor a truncar su carrera profesional. «Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente hicieran un tuit con las palabras “Me too” podríamos mostrar a la gente la magnitud del problema», apuntó la actriz americana. Numerosas actrices y cantantes de Hollywood secundaron a Milano, como Patricia Arquette, Björk, Lady Gaga, Viola Davis, Reese Witherspoon. El movimiento trascendió el ámbito del cine y se hizo viral en dos días: el hashtag #MeToo fue tuiteado más de 200.000 veces el 15 de octubre y más de 500.000 al día siguiente. En Facebook, el primer día fue usado por casi cinco millones de personas de todo el mundo.

Allyson Milano declaró haber tomado prestado la frase “Me Too” de la activista social Tarana Burke, quien la había utilizado en 2006 en una campaña en Myspace para animar a mujeres de color a denunciar los abusos sexuales que habían sufrido. La misma Burke aseguró haber tenido la ocurrencia del lema al ser las únicas dos palabras que se atrevió a dar como respuesta ante el desgarrador relato de una joven afroamericana de su brutal violación: “yo también”.

Allyson Milano atendiendo a la prensa. Fuente: Wikimedia Commons.

Este movimiento #MeToo no solo destapó sangrantes casos de conocidos productores y actores como Kevin Spacey, Dustin Hoffman, Charlie, Sheen o, en estos últimos días, Woody Allen, sino que contribuyó a denunciar estos mismos abusos en campos como la música, la economía, la universidad, el mundo de la empresa o la política, con los casos sangrantes de Bill Clinton y, más recientemente, de Donald Trump. Ha hecho posible, pues, una toma de conciencia de un viejo problema que se ha querido ningunear u ocultar, como si fuese una cuestión íntima o personal que se cuece entre bambalinas y del que la víctima, paradójicamente, se siente en muchos casos culpable de denunciar.

La iniciativa de #MeToo ha inspirado también a otro colectivo, “Time’s Up” (“Se acabó el tiempo” o “Basta Ya”), protagonizado por más de trescientas actrices de Hollywood que se vienen reuniendo desde octubre para crear un fondo económico, a través de donaciones, para ayudar a mujeres de cualquier estrato social a denunciar y superar el acoso sexual. Algunas de las actrices adscritas a este colectivo son Natalie Portman, Eva Longoria, Emma Stone, Penélope Cruz, Kerry Washington o Reese Witherspoon. Este colectivo recibió una carta de la Alianza Nacional de Campesinas solidarizándose con ellas, hecho que las animó a publicar el 1 de enero de 2018 un Manifiesto en los diarios The New York Times y La Opinión, en el que expusieron su declaración de principios que podemos sintetizar en varios puntos, extractando fragmentos de su texto:

-El miedo a denunciar el acoso sexual por temor a represalias: “hemos callado ante la violencia y el humillante acoso que soportamos por temor a ser atacadas y destrozadas en el proceso de expresarnos. Sentimos enojo y también vergüenza. Tenemos miedo a que nadie nos crea, que nos veamos débiles, que nos rechacen por quejicas, que nos despidan o que nunca nos vuelvan a contratar”.

-Solidaridad y apoyo económico a las víctimas de violencia de género pertenecientes a otros estratos sociales: “queremos que a todos los supervivientes del acoso sexual, en todas partes, se  les escuche, se les crea, y que sepan que la rendición de cuentas es posible. También queremos que todas las víctimas y supervivientes tengan acceso a la justicia y apoyo por las ofensas que han sufrido”.

-Denuncian la desigualdad sistémica que generan los centros de poder, impidiendo el logro de una verdadera paridad en el mundo laboral: “la cultura dominada por los hombres en demasiados de nuestros ámbitos laborales crea las condiciones que fomentan un ambiente de abuso y el acoso hacia las mujeres”.

-Exigen un mayor liderazgo y poder para las mujeres, así como una igualdad salarial, reconociendo la dura discriminación que con frecuencia sufren en el ámbito laboral las mujeres de color, inmigrantes, lesbianas, bisexuales y transexuales: “la lucha para asegurar que las mujeres tengan un lugar, asciendan y simplemente sean escuchadas y reconocidas en lugares de trabajo dominado por hombres tiene que terminar; se acabó este impenetrable monopolio”.

-El objetivo final de este movimiento no es otro que “cambiar la percepción y el trato hacia las mujeres en nuestra sociedad”.

Ophra Whinfrey recibe la Medalla Presidencial de la Libertad en 2013. Fuente: Wikimedia Commons.

En la última gala de los Globos de Oro, el 7 de enero de 2018, todas las actrices y artistas fueron vestidas de riguroso luto en protesta por el acoso sexual, atendiendo a la demanda del movimiento Time’s Up. Especial relevancia tuvo el discurso de Ophra Whinfrey, premio de honor de este año, quien en su discurso, imitando en cierto modo la retórica exaltada de “I have a dream” de Martin Luther King, trajo a colación el caso de Recy Taylor (recientemente fallecida), una joven ama de casa de color que en 1944 fue violada en Alabama por seis hombres blancos que la dejaron tirada en la carretera y que la amenazaron con matarla, si se atrevía a denunciar la agresión. Rosa Park fue una de las principales investigadoras de este caso.  La intención de Whinfrey al hablar de Recy Taylor era llamar la atención de las posibles jóvenes negras que la estaban escuchando y denunciar cómo durante muchas décadas las mujeres que se atrevían a denunciar a sus agresores sexuales eran amenazadas o no eran creídas por la policía. “Ese tiempo ya ha pasado”, señala la presentadora americana y continúa: “Para todas las mujeres que escuchen esto, les digo que en el horizonte hay un nuevo día. Y cuando llegue ese nuevo día, será gracias a muchísimas grandes mujeres, que están aquí esta noche, y también grandes hombres, que lucharán por ser los líderes que nos lleven a un tiempo en el que nadie tenga que decir: ‘Yo también’.

Recy Taylor (31/12/1919 – 28/12/2017) en 1944. Fuente: Wikimedia Commons.

Sorprende enormemente que, antes estas acciones y declaraciones protagonizadas por miembros del movimiento #MeToo y Time’s Up, cuyo objetivo es acabar con la lacra del acoso sexual en el mundo laboral y en todos los ámbitos de la sociedad, reciban como respuesta el Manifiesto airado de cien artistas e intelectuales francesas. Lejos de encontrar solidaridad al otro lado del Atlántico, en la vieja Europa, siempre proclive a la defensa de los derechos humanos, las americanas han recibido de sus colegas francesas un exabrupto que ha desconcertado a muchos. Las razones que alegan este grupo de artistas francesas para oponerse al movimiento #MeToo y Time’s Up son fundamentalmente dos:

-Por un lado, defienden la presunción de inocencia del supuesto “agresor sexual” hasta que no haya un juicio que demuestre su culpabilidad. Consideran indignante que se acuse públicamente a hombres de la industria del cine, sin que ellos tengan la oportunidad de defenderse públicamente. Estas acusaciones, basadas en testimonios verbales todavía no demostrados con hechos, está acabando con las carreras profesionales de algunos de los actores y productores más afamados de Hollywood. Añaden: “Esta justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que ellos solo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar sobre cosas «íntimas» en una cena de negocios, o enviar mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió atraída por el otro”. La verdad es que estas declaraciones me dejan verdaderamente atónita al pretender excusar este tipo de actuaciones claramente machistas como si fueran tan solo viejos tics de una vetusta galantería. Los besos no se roban, ni las rodillas han de ser rozadas sin el consentimiento de ninguna mujer, al igual que resulta inadmisible aguantar las provocaciones sexuales de un compañero en una reunión de trabajo o que sea eximido de culpa el machito que se dedica a acosar a una mujer a través de mensajes obscenos del móvil. Ese tipo de actuaciones son denigrantes para las féminas y no pueden ser justificadas atendiendo a un “coqueteo torpe”. Desde luego que intentar acosar sexualmente a alguien “no es un crimen”, pero no deja de ser una práctica humillante y vejatoria para la mujer, de la que el resto de mujeres no se pueden permitir el lujo de ser cómplices, si queremos avanzar en la igualdad de género. Este grupo de artistas francesas parecen sentir compasión por estos pobres machistas sobre los que, según ellas, han recaído las iras de un grupo de estrechas e histéricas americanas que “van contra los hombres”: “Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio hacia los hombres y la sexualidad”. No creo que haya que recordar que defender el respeto hacia las mujeres suponga ningún ataque hacia los hombres. Más bien al contrario, la permisividad ante estas formas de micromachismos nos hace retroceder en los logros alcanzados por el feminismo.

Póster feminista años 70. Leyenda: «¡No me llames chica!». Fuente: CWLU Herstory Project.

-Por otro lado, las francesas alegan que las americanas, con su denuncia reiterada del acoso sexual, incurren y promueven un puritanismo represor de la libertad sexual que tiene un carácter conservador y reaccionario: “Esta fiebre para enviar a los «cerdos» al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres «separados», niñas con una cara de adulto, que exigen protección”. Se niegan a asumir el papel de víctimas oprimidas por el hombre y se presentan como mujeres que les gusta someterse al juego de poder de la seducción: “una mujer puede, en el mismo día, dirigir un equipo profesional y disfrutar siendo el objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado. Puede asegurarse de que su salario sea igual al de un hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el metro, incluso si se considera un delito. Ella incluso puede considerarlo como la expresión de una gran miseria sexual, o como si no hubiera ocurrido”, leemos en el Manifiesto de las francesas. Y yo me pregunto anonada ante este último párrafo: ¿Se puede disfrutar en el sexo siendo objeto y no sujeto, dejándote guiar y no tomando tú también la iniciativa, siendo una simple muñeca en manos de otro y no dueña de tu propio placer? ¿Y no es eso sumisión y sometimiento, pérdida de la propia identidad, y conservadurismo de la peor especie que se alimenta de un arquetipo femenino como un ser sin apetencias sexuales, disponible siempre a las demandas eróticas del macho? ¿Debemos seguir ejerciendo con los hombres de nuestro entorno el papel tradicional de la “madre” que perdona las chiquilladas y las salidas de tono de unos hombres inmaduros que no asumen la responsabilidad de sus fechorías? ¿No es eso perpetuar el patriarcado? ¿No es eso afianzar los pilares de un sistema que sigue aceptando la injusticia, el doble rasero que hay a la hora de medir las actuaciones masculinas y las femeninas? Para defender esta sarta de disparates, las artistas del país vecino se amparan en el filósofo Ruwen Ogien que exigía la libertad creativa del artista para ofender y actuar de revulsivo social. Desde luego que el arte tiene que tener la capacidad y la libertad de importunar para tener un carácter crítico ante la sociedad, pero no entiendo muy bien cómo extrapolan esto al ámbito de la libertad sexual: ¿pretenden decir que si no se tiene la libertad de acosar no se es libre sexualmente? Traigamos aquí su testimonio: “estamos suficientemente advertidas para admitir que el impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje, pero también somos lo suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo torpe con el ataque sexual”. ¿”El impulso sexual es por naturaleza ofensivo y salvaje”? ¿Con qué argumentos teóricos o teorías psicológicas se basan para definir el sexo como una fuerza oscura e incontrolable? Y con esta concepción tan negativa de la sexualidad ¿se atreven a acusar a las americanas de “puritanismo”? Pero, por si esto no fuera suficiente dislate, las francesas rematan con esta temible sentencia: “Los incidentes que pueden tener relación con el cuerpo de una mujer no necesariamente comprometen su dignidad y no deben, por muy difíciles que sean, convertirla necesariamente en una víctima perpetua”. Una violación supone un ataque directo a la dignidad de la mujer y pueden comprometer la estabilidad emocional de por vida, si la violación ha sido feroz y salvaje, como los últimos casos que han saltado a la luz pública en España, tipo “la manada”, violaciones cometidas por un grupo de desalmados que llegan a rebajar a la mujer a la condición de animal. Por otro lado, no olvidemos que en numerosos conflictos bélicos se utiliza la violación como arma sistemática de guerra y el cuerpo femenino pasa a ser el espacio de la ignominia. Habría que recordar a estas artistas francesas que el cuerpo de una mujer es un territorio sagrado en el que las cicatrices de viejas heridas van modelando el contorno de nuestra identidad presente. Es cierto que no somos solo materia, pero tampoco somos solo un espíritu etéreo y libre. Ambos elementos, en estrecha interrelación, nos definen, y los golpes que se infringen en uno de ellos resuenan, como un eco, en el otro.

Sufragistas en Nueva York, EE. UU., 1921. Leyenda de la pancarta: «Unas muejeres indomables sin miedo. Una raza indomable sin miedo. William Rooney.» Fuente: Wikimedia Commons.

Esta polémica entre americanas y francesas pone al descubierto dos modos muy distintos de entender el feminismo actual: en el primer caso, el movimiento Time’s Up, reivindica un feminismo transformador, cuyo objetivo último es un cambio radical y profundo del sistema patriarcal que quiebre los mecanismos y hábitos de control hacia las mujeres, generadores de desigualdad social y económica. En cambio, el feminismo que defienden el grupo de francesas es un feminismo muy moderado, hasta le podríamos llamar “feminismo rosa”, que busca únicamente el empoderamiento individual de cada mujer, sin tener como fin último ninguna regeneración de la sociedad que acabe con el patriarcado y la injusticia social. Este segundo movimiento es mucho más conservador que el primero, por cuanto no pretende “molestar”, ni subvertir ninguna de las tecnologías de opresión del sistema, no buscan crear un mundo mejor y más justo para todos, sino lograr un empoderamiento a título personal que le permita a la mujer formar parte y escalar dentro de ese sistema, aunque sea opresor y excluyente. Este feminismo light no supone ninguna amenaza para el patriarcado, sino más bien una colaboración con el mismo. Suele ser defendido por mujeres blancas que disfrutan de una buena posición económica y detentan un cierto grado de poder. En cambio, el feminismo que propugnan las americanas tiene una visión más progresista e integradora, alimentada por la esperanza de la posibilidad de un mundo más igualitario y más justo, donde las personas pobres y de color cuenten con las mismas oportunidades que el resto. Este feminismo nace con vocación de incomodar para que la sociedad en su conjunto, blancos y negros, ricos y pobres, mejoren en su conjunto. Apoyemos a #MeToo. En los próximos días conoceremos públicamente la versión española de #MeToo con el nombre de La caja de Pandora, agrupación de artistas y escritoras creada para denunciar el acoso sexual, cuyas reivindicaciones siguen la línea trazada por las americanas. Estaremos atentas …..

 

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  • Mercedes Gómez Blesa

    Casas-Ibáñez, Albacete, 1964. Es ensayista y poeta. Doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, ha centrado sus investigaciones en el ámbito del pensamiento español contemporáneo, dedicando especial atención a la obra de las intelectuales de la II República, sobre las que ha publicado Las Intelectuales Republicanas: la conquista de la ciudadanía (2007) y Modernas y vanguardistas (2009). Ha trabajado sobre María Zambrano, autora a la que ha consagrado el ensayo La razón mediadora: Filosofía y Piedad en María Zambrano (2008), y de la que ha realizado la edición crítica de los siguientes libros: Unamuno (2003), Pensamiento y poesía en la vida española (2004), Las palabras del regreso (2009), Claros del bosque (2011).

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