Invitación al desnudo

El desnudo siempre es más gozoso cuando viene acompañado de una invitación, de las palabras, de los gestos, caricias y besos. El desnudo es comunicación, sugerencia, sensualidad, erotismo, pornografía, maternidad, odio, amor… nos desnudamos y algunos nos sentimos indefensos, cobardes, seguros, tímidos, deseados o no.

Nos tapamos porque hace frío y nos tapamos porque sí, nos tapamos porque no podemos, quizá, soportar tanta belleza o tanta “vileza”, porque deseamos, porque los ojos son para mirar y recrearse. Nos hemos encargado de poner fronteras entre el tú y el yo, entre tu cuerpo y el mío, tantas capas de cuerpos extraños que no reconocemos el propio.

The Joy of Life, fotografía de Alexander Harrison (ca. 1915)

El desnudo es una celebración. Cuando entrevemos al otro, por descuido del protagonista, nuestras pupilas se dilatan, nuestro ánimo se acelera y pretendemos cambiar la dirección de nuestra mirada y se impone lo aprendido sobre nuestra naturaleza, sobre los músculos estremecidos, porque tantas veces han encontrado el castigo, el pecado a tan fútil conducta en los sinsentidos de la razón, de la moral.

Crecemos libres hasta que un día, cuando nuestro cuerpo empieza a imprimir su carácter, nos tapa la vergüenza. Se nos empieza a distinguir del otro, aunque tengamos lo mismo, y provoca la risa. Comenzamos a ser, oler, ver, desear, sentir. No hay nada más hermoso que un cuerpo, con sus curvas, sus cicatrices, sus pliegues, la espalda interminable, las caderas, los tobillos, las rodillas, las manos. No hay nada más hermoso que el desnudo a secas, si es que podemos huir de los cánones del tiempo que nos ha tocado vivir, de la imagen que se nos presenta. ¿Qué es la belleza? , ¿por qué algo tan subjetivo es a su vez tan maleable? Se dirá que «para gustos no hay nada escrito», pero sí lo hay, nos encontramos todos los días con ojos que nos devuelven el prototipo de belleza del momento como si fuera una bofetada.

Invitación al desnudo - 7 Islands Magazine
Sorrow, Vincent Van Gogh (1882)

Las mismas bofetadas que encontró Van Gogh a su belleza de pincelada gruesa, rápida, con carácter, sin entusiasmar al hombre-hermano de la época. La belleza de Sorrow, según él: «un comienzo, porque es lo que le ha salido del corazón». Van Gogh, que vivió y murió en la pobreza porque decidió ser fiel a su concepto de lo hermoso.

Me gusta preguntarme por lo bello porque está donde uno menos se lo espera, si está alerta y descarta de por sí su propio aliento. Lo bello no tiene atributos porque es, vive en el desnudo, se amamanta de él y sólo unos privilegiados del tiempo y de las formas pueden apreciarlo. Los envoltorios caen y siempre lo han hecho porque al final, a veces demasiado tarde, los ojos del animal que somos se han dado cuenta de lo que es, de lo que se añoraba.

Reivindico el desnudo para vivir, para ser lo que se es en cada momento. No somos esto u lo otro por lo que hemos aprendido, por lo que tenemos, por lo que sentimos. Somos todo eso que se desnuda ante el espejo y se satisface a sí mismo simplemente por ver, oir, degustar, tocar y oler. Desnudos ante tanta parafernalia, también sin todos esos atributos, un cuerpo, el tuyo, el mío, son diferentes, marca los años, los días, nos recuerda lo vivido y vive para recordar u olvidar, pero sobretodo VIVE.

La carne se desborda, desgarra la ropa que nos cubre para convertirse en deseo, en lo que es. Se despliegan sus formas para sentir el viento, el sol, el mar. Caminar, descalzos, pisando lo que realmente es, dejando solo para la imaginación el «lo que podría ser», dejando que la tierra se mezcle entre nuestros dedos para adivinar la firmeza o su contrario en el camino.

Ahora que se agotan las posibilidades de mostrar el DESNUDO, me quedo con Rubens, Duschamp, Picasso, Hopper, que despejaban el alma a través del desnudo, la alegría, la firmeza, el sueño erótico si se quiere, la espera.

Ponemos entre nosotros instrumentos para olvidarnos de nuestra naturaleza, de nuestras ansias de tocar, sentir, oler, degustar, escuchar como el estómago dispara emociones cuando la boca atrapa lo salado, lo dulce, lo amargo y lo devuelve finalmente a la cabeza, que le reprocha un momento de la vida.

El desnudo ruboriza a partir de los seis, quizá por la curiosidad que despiertan los cinco sentidos, o por el simple hecho de concentrarse ahora en el suyo, que empieza a conocer.

El desnudo intento, sueño y soy.

 

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Chicas en el Malecón de La Habana, fotografía de Gustavo Gil

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