Familia Halaby, Comunidad palestina en Canarias,

Familia Halaby

Como muchas otras casas abandonadas a la fuerza por los palestinos en 1948, la de la familia Halaby parecía congelada en el tiempo, intacta cuando David Halaby volvió a visitarla junto a sus hijos. Corría el año 1999, y cumplía con una promesa que todo palestino se hace: Al Auda, el regreso en árabe. Por supuesto, ya no era su casa y nadie de la familia quedaba allí.

Situada en el barrio de Upper Baq’a, el más exclusivo de Jerusalén, ahora estaba rodeada de nuevas y modernas construcciones y una valla de obra delante de la fachada parecía cerrar el paso hasta ella. Pero para un hombre que había cruzado tantas fronteras esquivando infortunios e incluso la muerte, aquello no iba a ser impedimento para acercarse y llamar a la puerta.

Salió a recibirlos una viejecita, toda vestida de blanco, a la que los hijos de David le explicaron que venían de Canarias y que su padre había vivido en aquella casa hacía muchos años. La señora no pareció sorprendida, solo les preguntó: «¿Son ustedes Halaby?», y ellos respondieron que sí. Entonces los invitó a pasar: «Adelante, hace muchos años que deseaba hablar con alguno de ustedes».

La anciana era judía americana, del estado de Washington, y vivía allí junto a su marido desde hacia años, sin permiso. Les explicó que las autoridades israelíes estaban deseando hacerse con la propiedad, pero que los respetarían mientras vivieran. De ahí su deseo de conocer a los antiguos y legítimos propietarios de la casa, a los familiares de aquellas personas que los acogieron cuando la nueva ortodoxia sionista que se estaba formando no admitía voces disonantes, aunque fueran también de religión judía. Ellos se quedaron en la casa cuando la familia Halaby tuvo que huir tras la ocupación de Palestina. «Hemos guardado todos los objetos de la familia en una habitación durante estos años. Pueden llevarse lo que quieran», les dijo.

Los hijos de David estaban deseosos de entrar y descubrir una parte del pasado de su familia. Pero él solo pidió permiso para visitar la habitación donde murió su abuela. Estuvo en ella unos minutos. Al salir, bajo el árbol que plantara el padre de David antes de su viaje a Chile, se despidieron de la señora y se volvieron a casa.

Familia Halaby, comunidad palestina Canarias
David Halaby y su hijos, junto a la señora, en el jardín de la casa. Fotografía por cortesía de la Familia Halaby.

David Ernesto Halaby

LLevó una bala incrustada en la pierna, recuerdo de la defensa de su casa durante los primeros enfrentamientos entre palestinos y colonos sionistas. Tenía una colección de pasaportes en varios idiomas, estampados con decenas de sellos y anotaciones de oficiales de frontera. Conservó su carné de refugiado y las cartillas españolas de racionamiento. Conoció el poder de la violencia absurda desde su infancia. Hizo amigos en varios idiomas y religiones. Le tocó huir, atravesar el Atlántico unas cuantas veces, hasta que encontró un lugar para quedarse. Al aterrizar en Gran Canaria, David Halaby siempre se emocionaba, era el único lugar del mundo donde había encontrado la paz.

David Halaby nació en Chile en 1915. Allí había llegado su padre poco tiempo antes, enviado por su familia para que no fuera reclutado por el ejercito del imperio turco, de la que Palestina era una provincia en aquel entonces. Tanás Halaby encontró refugio en el país con la mayor colonia palestina del mundo y terminó casándose con una chilena, María de Orellana. Juntos tuvieron dos hijos: Fernando y David.

A los siete años, David Ernesto Halaby tuvo que reconocer el cadáver de su padre. Su madre se había desmayado cuando le comunicaron la noticia. Un disparo de la banda del Flaco Manuel en Calle Larga, Los Andes, bastó para robar lo cobrado ese sábado.

Y la vida de la familia cambió radicalmente. María Orellana y sus hijos perdieron la propiedad de la casa, todas sus pertenencias. Hubo que encontrar trabajo. También para los niños. Más tarde, ya adolescentes, lo encontrarían en las minas de nitrato del desierto de Atacama y en las minas de oro de Bolivia.

Cuando David y Fernando contaban con 16 y 17 años, respectivamente, recibieron la visita de un enviado de su familia de Jerusalén. Traía consigo el dinero para los pasajes y el recado de que “volvieran” a Palestina. No podían hacerlo, pues eran menores de edad, pero la documentación fue maquillada para poder embarcar, cuestión que les causaría problemas toda su vida, incluso a sus herederos, pues, además de conservar la nacionalidad chilena, su documentación guardaría para siempre datos con fechas diferentes.

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Documentos de identidad de David Ernesto Halaby.

Palestina

Los hermanos Halaby fueron recibidos en el puerto de Jaffa por una gran comitiva familiar. «Mi padre recordaba siempre aquel día: la cola de coches con familiares, las pitas, la alegría. Los hijos de Tanás Halaby habían vuelto a casa», recuerda Rosa, una de las hijas de David Halaby.

Corrían los años 30, y desde 1918 Palestina había pasado a ser un protectorado británico. Las autoridades tenían que lidiar con la cada vez mayor inmigración de colonos sionistas llegados de Europa, los primeros encontronazos serios entre éstos y los palestinos y las revueltas árabes contra el gobierno británico, algunas organizadas y protagonizadas por mujeres. La convivencia entre musulmanes, cristianos y judíos, todos palestinos, había sido pacífica hasta el momento. Pero los planes de los líderes sionistas ya contemplaban la transferencia de los palestinos no judíos, es decir, su expulsión de la tierra que, según ellos y la Biblia, les pertenecía por decreto divino.

Una muestra de aquella convivencia que estaba a punto de romperse era el equipo de baloncesto YMCA (Young Men’s Christian Association) de Jersualén, donde jugarían los hermanos Halaby junto a otros jóvenes judíos, cristianos y musulmanes en aquellos primeros años desde su llegada. En un solar, frente a la casa familiar, se preparó una cancha de entrenamiento. El equipo YMCA jugaba en la liga palestina consiguiendo victorias memorables. El enfrenamiento amistoso, a veces contra el equipo judío Happoel, también de Jerusalén, finalizaba con una comida conjunta de todos los deportistas en casa de los Halaby.

La integración en su nuevo hogar fue total. Comenzaron a trabajar en los negocios familiares y a planificar un futuro en una sociedad que, sin poder adivinarlo, estaba a punto de desintegrarse.

Pero antes de que estallara el conflicto armado, otro suceso dramático supondría de nuevo un giro radical en la vida de David Halaby: la muerte de su madre en Chile. En ese viaje de vuelta a casa con un amigo hace escala en Londres y luego en Lisboa. En esta ciudad salen a tomar una copa y terminan perdiendo el vuelo que debía hacer escala en Dakar y Brasil, antes de llegar a Chile. El avión perdido nunca llegó a su destino: en el accidente aéreo fallecieron todos sus ocupantes.

La muerte siempre presente en su camino. Sus hijos recuerdan entre sonrisas el giro con el que David Halaby recordaba aquel trágico suceso: «Salir a tomar unas copas con un amigo te puede salvar la vida».

Al llegar a Chile, David se encontró con que las autoridades lo habían declarado prófugo por no haber realizado a su tiempo el servicio militar. Tuvo que planificar su regreso de nuevo hacia Palestina, adonde llegó justo a tiempo de verse inmerso en los primeros enfrentamientos entre palestinos y paramilitares sionistas.

La búsqueda de un nuevo hogar

Muchos años después de aquel funesto 1948, con la creación del estado de Israel, de la Nakba (el desastre) para los palestinos, David Halaby estaba de vuelta en Palestina. Había llegado a Jerusalén para la boda de la hija de uno de sus mejores amigos y se alojaba en el hotel King David. Allí habían muerto varios amigos de juventud y uno de sus primos en 1946, cuando se produjo el primer gran atentado terrorista de la historia, llevado a cabo por el grupo terrorista judío Irgún.

Durante un paseo por la ciudad vieja de Jerusalem, un hombre ya muy mayor, que regentaba una de las tiendas de souvenirs, pareció reconocerlo y se acercó a preguntarle:

— ¿Tú no eres David Halaby?

— Sí.

— ¿Por qué te fuiste?

— Porque ustedes nos querían matar.

— Pero yo era el jefe de la patrulla que entró en tu barrio. Fui a tu casa y dije que la respetaran… Podrían haberse quedado.

Pero la realidad había sido muy diferente. En 1948 la familia abandonó Jerusalén dejando atrás todas sus propiedades, más tarde confiscadas por las nuevas autoridades judías. La última era la casa del barrio de Upper Baq’a, donde quedó viviendo el matrimonio de ancianos que no comulgaba con la ortodoxia sionista.

David sobrevivió porque no era ni judío, ni musulmán, ni cristiano. Mantenía buenas relaciones con todos y pudo esquivar lo peor. Toda la familia huyó al Líbano, a Jordania… Como tantos otros. Poco a poco los Halaby refugiados fueron saliendo hacia Estados Unidos, pero David elige Chipre. Ante las dificultades no previstas para alcanzar ese destino, decide volver a Palestina, ahora Israel, confiando en que todavía existiera alguna posibilidad de convivencia. Ningún ciudadano con pasaporte árabe podía entrar en el nuevo estado, pero él conservaba su documentación chilena.

El panorama que encontró resultó desolador. La limpieza étnica planificada por los sionistas estaba en su apogeo. Su familia lo había perdido todo: propiedades, negocios, casas. Ya no había vuelta atrás, Palestina nunca volvería a ser lo que fue. El mandato bíblico filtrado por el pensamiento colonial sionista había convencido a una parte del mundo de que aquello era lo justo.

Sin poder quedarse allí y sin la posibilidad de volver a Chile, decidió que el mejor lugar para probar una nueva vida era la ciudad que lo había fascinado en la escala de su primer viaje a Palestina: Barcelona.

En pleno auge del franquismo, consiguió hacerse con un carnet de residente gracias a su pasaporte chileno, y comenzó una nueva vida. Nunca olvida Palestina ni a los miles de emigrantes forzados que se ven obligados a repartirse por el mundo al ser expulsados de su tierra. Su casa en Barcelona se convirtió en un centro de enlace, apoyo y refugio para algunos de los palestinos que intentan viajar hasta Sudamérica. Y así descubre que muchos de ellos no llegan tan lejos, sino que se instalan en las Islas Canarias.

Un día, David lee una carta en la prensa local que le despierta un interés especial. Ese será el comienzo de la historia de amor con la mujer que lo acompañaría muchos años de su vida.

Aconsejado por la familia Khair, decide probar suerte en Gran Canaria, donde le dicen que es fácil encontrar un buen empleo. Y así fue. Nada más llegar, David comienza a trabajar de freganchín en el hotel Santa Catalina, pero conocer idiomas lo lleva rápidamente a hacerse responsable de la conserjería de este hotel y, más tarde, del Metropole. Poco tiempo después, Rosa Inocencia viaja también a la isla y se casan.

Familia Halaby, comunidad palestina Canarias
Los hijos de David Halaby.

Su hija Rosa recuerda: «Fue palestino, chileno, jordano, tenía varios pasaportes y un carnet de refugiado, pero nunca obtuvo la nacionalidad española, aunque aquí vivió —como siempre nos recordaba— los mejores años de su vida».

Jorge, otro de sus hijos, apunta también: «Él decía que había visto sitios, muchas maravillas, pero que cuando el avión aterrizaba aquí sentía una paz y una tranquilidad como no había sentido nunca, en ningún lugar».

El tercero de sus hijos, Jaime, recuerda aquel viaje especial a Palestina, que hicieron en 1999 con su padre: «Un día quedábamos a cenar con un amigo suyo musulmán. Otro día, con otro amigo, un relojero judío. Y otro, con un amigo cristiano».

Sus hijos coinciden en que era un rebelde que nunca se olvidó de Palestina, que sufrió con la guerra de los seis días de 1967, con la expansión de Israel a costa del expolio a los palestinos y con el beneplácito de Occidente.

De aquel viaje les quedaría una enseñanza más: lo que un anciano de 86 años podía hacer solo con proponérselo.

Empeñado en ir a visitar a una tía suya que vivía en Amman, Jordania, sólo podía hacer ese viaje con un visado israelí que le permitiera cruzar el puente de Allemby. Pero él no quería perder el tiempo desplazándose hasta Tel Aviv para solicitarlo. Decía que había cruzado por allí muchas veces y, con uno de sus viejos pasaportes repleto de sellos de entrada y salida desde aquel punto y con fecha de 50 años atrás, intentaba convencer a los soldados israelíes para que le sellaran la salida en su nuevo pasaporte y cruzar el puente frontera. De alguna manera, no le faltaban recursos, y finalmente consigue su sello y sube a la guagua que traslada a los viajeros desde el punto de control israelí hasta el control de entrada a Jordania. Aún queda el último trámite de entrada con los soldados jordanos, que le advierte de que, sin el visado correspondiente, sólo podría regresar por la frontera situada 200 km más al norte. Demasiado complicado: David da media vuelta y a pie recorre de nuevo el puente en dirección contraria, llegando de nuevo al punto fronterizo controlado por el ejército israelí. Dos soldados jóvenes terminan por abrirle el paso, sin que nadie le selle la entrada de nuevo porque, en realidad, nunca llegó a salir… En el viaje de regreso a Canarias, los servicios de seguridad del aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv no daban crédito: ¿Cómo había sido posible que saliera del país alguien que ya tenía sellada la salida y había vuelto a entrar “burlando” el control de las fronteras más vigiladas del mundo?

Cuatro años más tarde, ya con 90, sus hijos lo acompañarán también en otro viaje. Esta vez será Chile el escenario del reencuentro con la familia y con los recuerdos de su primera vida. Tuvo muchas.

Los hijos de David comentan que su padre decía con frecuencia: «La vida te enseñará». Antogafasta, Los Andes, Atacama y Santiago de Chile se unían así a Upper Baq’a, un barrio de Jerusalén donde aún se conserva, incrustada en un nuevo edificio, la fachada de la casa árabe donde los ocupantes judíos esperaron durante años el regreso de los Halaby. Lugares e historias que volvían a unir mares, tierras, personas y culturas diferentes en un aprendizaje infinito.

Hijos y nietos de David Halaby.

 


Fotografías de Manu Navarro.

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