La mujer y Erasmo de Rotterdam: Coloquios - Historia - 7 Islands Magazine

La mujer y Erasmo de Rotterdam: Coloquios 

Ahora que nos las frotamos a toda temperatura, con el tema de la mujer/género; que se ha llegado a decir que Erasmo era catalán e incluso hijo de Colón (Erasme i la construcció catalana d´Espanya, Pep Mayoles); ahora que enlazamos actualidad en pinchos morunos, tengo a bien recordar la lectura que hice de sus Coloquios, publicados hacia 1521, obra en la que se compendia genial menestra humanista.

COLOQUIO LLAMADO PUERPERIO

La sociedad medieval se había articulado a partir de ciertas creencias que se tenían como verdades inequívocas. De la noche a la mañana, las certidumbres se convierten en dudas, cualquier cosa perteneciente al ayer parece tener milenios y se descarta. Frente a eso, el Renacimiento, puente cultural entre dos épocas, concreta una perspectiva novedosa: libertad de pensamiento y de credo, sobre todo gracias a los nuevos descubrimientos; consolidación de una cognición basada en la razón y alejada cada vez más de la revelación y la teología; y, sobre todo, pérdida del miedo a lo exterior y a la naturaleza. Todo esto redundó en beneficio del hombre y anunciaba un cambio de valores sin precedente.

En este contexto desarrolla Erasmo su obra.

El humanismo, como se puede apreciar en la lectura, muestra que ningún hombre está en posesión absoluta de la verdad y que todos tienen una parte de razón al defender sus propias verdades, siempre y cuando se expongan y contrasten con criterio. Se aprecia un claro espíritu ecléctico que aparta las soluciones extremas y aboga por la moderación. Aunque la posición de la mujer para los humanistas poco debía de cambiar y, en este caso, tanto para Erasmo como para sus seguidores, quedó fuera de la renovación que propugnaban. Los escritos misóginos serán bastante comunes entre los pensadores renacentistas.

Así, lo primero que llama la atención del texto Colloquio llamado puerperio es la finalidad didáctica que Erasmo trata de cristalizar a partir del diálogo. En una época en que la enseñanza del latín está en crisis a cuenta de las lenguas romances, busca redimir su importancia mediante un estilo ameno que facilite su lectura, siempre erudita, pero que a la vez discrimine entre estratos, según patrones culturales, para que no todos tengan acceso a sus verdades. De una enseñanza teórica clásica de la lengua latina pasa a algo más participativo y digerible, ya digo que excluyendo a ciertos sectores: porque ay cosas que están bien en latín para los latinos y no lo están en romance para el labrador e para la vejezuela que lo podrían leer u oír quando otro lo leyese.

De esta forma, introduciendo el diálogo (algo novedoso, y por tanto, en consonancia con esa actitud ideológica abierta) entre una figura moralizante y un alumno, los cuales pueden, por momentos, intercambiarse los papeles (es una construcción dinámica donde el alumno también cuestiona al profesor), se favorece una participación activa de este último.

El tema sobre el que versa Colloquio llamado puerperio no es otro que el de la maternidad y el de cómo debe criarse a un hijo hasta que la mujer vuelve al estado ordinario anterior a la gestación. Aparte de dialogar sobre el acierto o no de tener un hijo hombre, Erasmo, en voz de Jocundo, se centra en hacer una serie de reflexiones morales a la mujer que acaba de parir, acerca de si es lícito o no entregar al recién nacido al cuestionable amparo de una nodriza: si quieres ser madre entera de tu hijo, ten cuydado del tratamiento e gobierno de su cuerpo. Con esto, Jocundo se está reservando el derecho de sentencia, harto extendido para con las mujeres (hasta casi el siglo XXI): la facultad incontestable de censura por la que el hombre se consolida como preeminente sobre la mujer.

Continúa no sólo planteando un sinfín de supuestos, de ordinario muy críticos, sino que además parece iluminar a Sofía con revelaciones, en apariencia, hasta entonces despreciadas: si no das de mamar a tu hijo, tú misma te verás perjudicada en tus carnes; ca la leche, corrompida con el restañarse y endurecida en los pechos, suele engendrar peligrosas dolencias.

Y sobre todas estas cuestiones Jocundo confiesa a Sofía que advertirá a su marido, lo cual deja otra vez de manifiesto la posición de la mujer. Uno de los componentes más claros de la misoginia es la relación de poder y control que se establece entre los sujetos. Pero, en este caso, Jocundo se muestra también cauteloso, pues esa mujer pertenece ya a un hombre. Se ve así que la misoginia coexiste con ciertas características masculinas de condescendencia hacia la mujer; esto es, que, en última instancia, es en el marido de esta chica sobre el que recae la responsabilidad de hacerla virtuosa y convertirla en una buena esposa. Jocundo se limita a ejercer su derecho de hombre.

Son recurrentes también en el texto las alusiones al cuidado y a la crianza del hijo. Qué forma se atiene más a la ley natural, qué ha previsto Dios en estos casos, etc. Vuelve a verse la intención aleccionadora de Erasmo, que continúa en esta línea hasta el final, siempre al hilo de una visión abierta y real de lo que deben ser las relaciones con el niño. Porque para él la buena educación, que desde la cuna se trenza, como vemos en el caso de la lactancia (lo correcto es que Sofía amamante a su cría), no consiste en sobreproteger al niño, sino en asociar cada circunstancia con sus intereses y tratar así de hacerle llegar el mensaje. El niño tiene capacidad y obligación para conocerlo todo tal cual es. Sin mixtificaciones.

Es por eso que la labor de la madre es tan importante en el contexto de los coloquios de Erasmo: favorece al desarrollo del recién nacido pero a la vez mantiene a la mujer en el lugar que le corresponde. La tradición muestra que su sujeción al hombre viene muy marcada por el hecho de que es ella la que engendra al hijo; y no al revés. Además, la diferencia de edad en el siglo XVI entre el hombre y la mujer era grande en el momento en que contraían matrimonio (Sofía, por ejemplo, tiene alrededor de dieciséis años). La mujer contaba con menos etapas en su vida: de una infancia prolongada pasaba directamente a ejercer de mujer y de madre; mientras que el hombre, en cambio, tenía una infancia corta y una madurez temprana que le permitía dedicarse a otras labores, como hacer la guerra. Después, podía dedicarse a la vida en familia.

El peso de la religión y de la Iglesia se advierte casi en cada línea. Para Erasmo la religión es espiritualidad, y la función de cualquier espíritu es ampliar y extender su espacio con el fin de que purifique a toda la humanidad. Están tan unidos religión y armonía que no se diferencia cuál de los dos elementos define al otro (aunque, muy en su línea, Erasmo no firmaría cheques en blanco, y no dudaría en criticar a la Iglesia cuando así lo tuvo a bien, granjeándose no sólo el odio de ésta, sino hasta la de Lutero; lo cual denota su irreverencia connatural, que ni con unos ni con otros). Para Erasmo y los suyos esa humanidad podía avanzar y desarrollarse con la difusión de la cultura y el estudio. Y esa cultura podía estar en un libro religioso o en algún otro de perfil más naturalista; en cualquiera afín al estímulo del pensamiento libre.

COLOQUIO LLAMADO MATRIMONIO

En este otro texto se tratan, desde el punto de vista femenino, pues el diálogo se da entre dos mujeres, cuestiones varias de la vida matrimonial. La conversación oscila entre las veleidades de Xantipe, cansada de su marido, con el cual lleva poco tiempo conviviendo, y la serenidad de Olalla, una mujer más experimentada en la vida de casada que no duda en echar una mano a su amiga, mediante consejos. Otra vez se repite la estructura de la que antes hablaba: alguien que imparte, sobre el que recae la obligación de aleccionar, y otra persona que recibe alguna o varias enseñanzas. En este caso a través de Olalla se modela el paradigma de mujer de la época, visto por ojos masculinos: un ser astuto, que se sirve de argucias para encandilar, conocedor de cuanto le rodea. Así es la mujer, para Erasmo: intrigante.

Aunque las enseñanzas de humanistas como él o Vives impulsaron un notable cambio en el ámbito de las mentalidades, algunos aspectos, como la situación de inferioridad de la mujer, siguieron al margen. La revolucionaria acción que promovían no contemplaba la incorporación de facto de la mujer a la vida intelectual, ni social.

Ellos aconsejaban educar a las mujeres para ser hijas y esposas obedientes y buenas madres de familia, así que debían hacer caso a su marido, salir poco a la calle y abstenerse de juntarse con otras mujeres.

Las mejor consideradas aprendían a leer, a escribir, a bordar o a tocar algún instrumento musical (Él no la rehusó por esto, antes holgó de tomalla assí simple por podella mejor hazer a sus costumbres. Comenzó de ponella en que leyese y se diesse a cosas de música, porque estas dos cosas hazen los ingenios más urbanos e tratables).

En su papel de amas de casa, dirigían la educación de sus hijos, miraban por el bienestar familiar (cosas de convivencia, que para lo serio ya estaba el hombre) y organizaban el trabajo de sus sirvientes (en caso de tenerlos).

El matrimonio era, por tanto, una institución sacramental indisoluble que además estaba reglado por una legislación que recogía especificidades varias: prohibición de las relaciones sexuales prematrimoniales, prohibición de cohabitar en un mismo lugar, etc.

Esta forma de control sobre la libertad individual, grave en el caso de la mujer (y ejecutada por hombres a partir de una firma simbólica), permitía la circulación vigilada de ésta, con dos propósitos: por un lado, asegurar la descendencia, lo cual requería el control de la sexualidad de las mujeres; y por otro estrechar lazos entre familias (se cumple una función económica y social; se descubre así lo intrincado de las relaciones interfamiliares, sobre todo en ámbitos de postín).

La institución matrimonial ha tenido desde siempre una gran importancia, especialmente en el siglo XVI, con el Concilio de Trento (y también posteriormente en el XVIII, en lo referido a la consolidación de un orden social rígido, patriarcal y jerárquico). Desde la antigüedad, las comunidades se vinculaban forzosamente a dos tipos de matrimonio: el endogámico y el exogámico, los cuales iban definidos según el grado de parentesco, la posición económica, etc.

Los endogámicos serían los matrimonios que se efectuaban dentro del grupo de parientes, y los exogámicos, los que se realizaban entre grupos de gente diferentes. La principal diferencia en la práctica es que los matrimonios endogámicos tendían a mantener el patrimonio en el grupo de parientes (en los exogámicos la herencia se reparte fuera del grupo).

Se puede decir que hasta la Edad Media no existió una legislación concreta acerca del matrimonio, pero ya desde la antigüedad, merced a los desvelos de los filósofos griegos, se comenzó a elaborar un fundamento moral a la relación matrimonial (y que serviría después para crear el derecho canónico). Lo primero sobre lo que se prestó atención fue el grado de parentesco de los cónyuges, ya que, al parecer, el hecho de que se comenzasen a producir los matrimonios endogámicos fue motivado por la cuestión patrimonial (ya que el patrimonio permanecía en una familia si los que se casaban tenían relación de parentesco).

Por su parte, la Iglesia fomentó los matrimonios exogámicos, con el objeto de consolidar los lazos sociales. Esta situación creó un cierto grado de confusión entre las gentes, porque si bien la Iglesia representaba la conciencia espiritual, la dote significaba el sustento familiar, y sin ella (y en los casos en los que el marido fallecía) las posibilidades de subsistir se restringían importantemente. La cuestión, así como la respuesta a la incógnita, estaba clara; ¿qué condenar, el alma o el estómago?

Otro tema a tener en cuenta cuando se analiza el matrimonio del siglo XVI, como ya he anunciado, es el de la dote. La dote, una aportación patrimonial de la novia al marido, se constituye en el momento del casamiento y se materializa en un contrato ante una autoridad competente (las partes generalmente son el padre de la novia y el marido o el padre de éste). Aquello que la mujer lleva al matrimonio es vital, pues de ello depende la primera sustentación del hogar (además de que puede constituirse en un fondo económico importante en caso de disolución del matrimonio).

Cuando las familias no podían hacerse cargo de los gastos que entrañaba la constitución de una dote, eran las propias mujeres objeto del casamiento quienes se encargaban de reunir el capital necesario para acceder al mercado matrimonial, trabajando como sirvientas y ahorrando o con ayudas obtenidas a través de instituciones de caridad (ya que muchas no se casaban por carecer de dote con la que salir a subasta, y después acababan prostituyéndose; desde algunos círculos se les ayudaba).

Una vez constituida la dote, el futuro marido pactaba una donación a la mujer como reconocimiento de su honradez y castidad mediante las arras. Como no es una donación obligatoria debe recogerse en las capitulaciones matrimoniales, aspecto que no es sino revelador: conforma parte del discurso estratégico para establecer la estabilidad de los vínculos en el entramado del poder. Se dan unos elementos condicionantes que desde la misma base del sistema gestionan cualquier contingencia susceptible de presentarse; es un sistema bastante cerrado.

Es interesante también tener en cuenta la restricción que sufrió el mercado matrimonial en algunas comunidades, sobre todo en las zonas de frontera (en donde la población que se casaba era menor por una cuestión de densidad poblacional), en las que triunfó la endogamia.

En conclusión, podemos decir que, en temas tan importantes como la familia y el matrimonio, la mayoría de las veces se produce un choque de posiciones entre lo que las instituciones que ejercen el poder quieren, y lo que el propio interesado permite o está dispuesto a asumir.

Según Casey, estos desencuentros son los que mayores males han causado a la humanidad.

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