Alcaravaneras

Crónica a la intemperie

La vida a dos velocidades. Arriba, las carreras y las compras. Los problemas habituales de estas fechas. Que lleguen los Reyes Magos a tiempo. El camello que no desfila sin su camellero. Dónde meter el coche. En la radio discuten si, finalmente, vendrá Jesé. Más turistas, más dinero. En fin de año tendremos calima y viento, una carrera popular más por las calles de la ciudad.

Bajo los soportales, seis hombres a otra velocidad. Están ahí por diferentes motivos y no les importa contarlos. Lo hacen con calma, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Hace unos días, coincidiendo con el cumpleaños de Ulises, creían que la policía venía a pedirles explicaciones y papeles. Sin embargo, les traían una sorpresa: unas bolsas con turrones. Ríen a carcajadas con la anécdota. «¿Quién lo iba a imaginar?», dice Fran. De fondo se escucha el sonido del pequeño transistor que Greg le regaló a Ulises por su aniversario, un lujo.

Hace algo de frío y viento en esas primeras horas de la noche. Los últimos deportistas de la playa recogen sus bártulos y se van a casa. En pocos minutos ya no queda nadie en la arena de Las Alcaravaneras. Nos sentamos a charlar. Desde el Monte Gurugú —como llaman al parterre de la playa— se acerca Djakite y se une al grupo. Ibrahim, su compañero, se ha ido a ver el fútbol a un bar. En la radio suena ahora Show must go on y Santiago, Fran, Djakite y Greg lo escuchan en silencio, mientras, Ulises nos cuenta su relato: «Oye, mira a ver si puedes hacer algo por los compañeros negros —señala a Djakite—, necesitan unos pasaportes». Los demás asienten, como si los suyos no fueran verdaderos problemas.

Dos guineanos, un polaco y tres canarios a la intemperie. Estas son sus crónicas en primera persona.

 

Djakite Bandjou

Faranah, Guinea Conakry, 1994

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Estoy aquí porque nuestro país no funciona. Allí ni hay trabajo ni tenemos porvenir. Aunque no tenemos guerra, sí hay una crisis constante, huelgas y demás… Solo hay futuro para las personas que están en el gobierno, los ricos y sus familiares. Por eso he venido a buscarme la vida a Europa.

Yo no pude terminar mis estudios. Llegué hasta el octavo curso y luego los dejé para trabajar. Estuve como pescador en un pequeña sociedad. Salíamos a la mar con un bote pequeño, pescábamos y lo vendíamos en el puerto. Pero el dinero que conseguía no era suficiente para vivir. Trabajé en eso los últimos seis meses, hasta que dije que me iba y me metí en un barco para salir del país.

Decidí irme por mí mismo, no conocía a nadie en Europa que me contara que aquí se puede vivir mejor, simplemente, lo veía en la tele. De hecho, no sabía a dónde iba el barco. No me importaba el destino, aunque prefería ir a Europa o a América, dejar mi país.

Fue en un gran buque mercante. En Guinea puedes trabajar en el puerto para algunos barcos durante un tiempo, sustituyendo a alguien que está enfermo o muy cansado. Entonces te dan algo de dinero y la posibilidad de embarcar… Yo dejé todo lo que gané a mi familia y me embarqué con mi “hermano”, Ibrahim. Nos conocemos desde hace seis años.

Cuando llegamos a la costa de Las Palmas de Gran Canaria y divisamos las luces, saltamos al agua. Era de noche y nos separamos el uno del otro, no sabía si él lo había logrado. Yo nadé hasta alcanzar la costa, por allí, en los diques. Había policía pero no se interesaron mucho por mí. Cuando supe que estaba en Canarias, pensé: «Bien, esto es Europa». Fue el 19 de octubre de 2016.

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Ahora recibo la ayuda de Cáritas, Gánigo y la parroquia de San Pedro, que nos dan algo de comida, ropa y nos permiten asearnos. Duermo aquí, en la playa. No tengo papeles, pero busco trabajo preguntando aquí y allá, a la gente; al mismo tiempo que intento tramitar un permiso.

Soy soltero, pero tengo a mis padres y dos hermanas, una mayor y otra menor que yo. Están todos en Guinea. Me llaman de vez en cuando y les explico que estoy buscando trabajo, que aquí me ayuda buena gente y que tengo la fuerza y el coraje para conseguirlo, como todos los africanos que llegan en busca de futuro.

Aquí estoy bien, hay buen clima, parecido al de mi país y si encuentro trabajo me quedo. No tengo necesidad de ir a Madrid, a Francia o Alemania. Me gustaría ayudar a mi familia, poder volver a mi país de vez en cuando, casarme aquí y tener una familia. Hablo francés y me manejo un poco en inglés. También hablo maninka, susu y kpele, algunas de las lenguas de Guinea Conakry, y ahora intento aprender español. La Cruz Roja tiene unos cursos, pero no llegué a tiempo para comenzar, espero hacerlo en los próximos meses.

Ibrahim Touré

Kouria, Guinea Conakry, 1995

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Cuando tenía seis años mi padre murió. Mi madre se casó con otro hombre y yo me fui a vivir con mi abuela. Dejé mis estudios en el octavo curso, a los diecisiete años, para intentar ganarme la vida y ayudar a mi abuela.

Yo soy futbolista, incluso jugué en un equipo donde ganaba un poco de dinero. También trabajé en el puerto, pero no era suficiente para vivir. No quería verme con cuarenta años viviendo de esa manera, entonces decidí irme.

Veía en la tele cómo era Europa y pensaba: ¿cómo puedo ir? Le pregunté a un amigo mío, que vive en Alemania, quién lo había ayudado para llegar allí. Me dijo que si quería, él podría ayudarme a conseguirlo. Me preguntó si sabía nadar y dije que sí. Entonces me ofreció la oportunidad de trabajar un tiempo en el puerto, y una noche me llamó y me preguntó si quería embarcar…

Fueron seis días de travesía hasta que llegamos aquí. Nos dejaron ahí afuera [señala al mar]. Mi amigo Djakite saltó primero y desapareció en el mar. Luego salté yo. No tuve miedo, porque nosotros nadamos de noche en mi país, ¿sabes? Estamos acostumbrados, así que no me fue difícil llegar a la costa. Estaba viendo Europa, veía las luces de la ciudad, eso me dio la fuerza para llegar.

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Durante dos días no supimos nada el uno del otro, los dos pensábamos que el otro había muerto. Lo busqué por los alrededores pero no lo encontraba. Entonces, al tercer día lo vi aquí mismo, en la playa, y le grité: «¡Eh, Djakite, pequeño…!». «Ibrahim, pensaba que estabas muerto», me dijo. Pero no, estoy vivo, gracias a Dios.

Desde entonces dormimos aquí, en la calle. Algunas instituciones nos ayudan, nos dieron ropa, algo de comer y un lugar donde asearnos. Yo también quiero quedarme aquí, encontrar cualquier tipo de empleo. Sé trabajar en la construcción, pintar casas… y soy peluquero de hombres, eso es lo que me gustaría hacer. Si alguien me ayuda a encontrar un trabajo, me quedo aquí.

Santiago Vilar

París, Francia, 1968

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Nací en París, pero me trajeron para acá con un año y medio. No hablo francés, pero sí inglés perfectamente. Mis padres me mandaron todos los veranos, desde que tenía nueve años, a Londres durante siete años.

Estudié en Las Palmas hasta segundo de BUP y luego lo terminé en Galicia. Mi madre es canaria, pero mi padre es de allí. Vivíamos en Santiago de Compostela y al terminar el instituto hice Económicas. Era la época dorada del BNG, el mismo Beiras me dio clases y hasta llegue a tocar el piano con él. Me licencié y trabajé quince años para Carrefour como director de centros comerciales. Hice varias aperturas por toda la Península, también el de Las Arenas, el de La Ballena y el de Santa Cruz de Tenerife.

Un día, como soy soltero y sin hijos —por suerte para ellos, en el caso de que existieran, porque esta situación no es nada agradable–, mis jefes me ofrecieron ir a Argentina a abrir mercado. Yo llevaba todos esos años entre hoteles y aviones, y no me apetecía la idea, así que la rechacé. Como tenía buena sintonía con la empresa, conseguí dos años de paro y parte de la liquidación. Aproveché para hacer un máster, y cuando lo terminé mi madre enfermó de Alzheimer. Me tuve que ocupar de ella hasta que le conseguí una plaza en un centro especializado. También tuve que ingresar luego a mi padre.

Comencé a trabajar como jefe de encuestas para el ministerio de Industria, para una firma muy conocida que paga en negro, de una forma muy rara. También di clases en la Universidad de Santiago, hasta que llegó la crisis en el año 2008. Yo era profesor asociado y me despidieron, junto a otros a 25 profesores que estaban en las mismas condiciones. Entonces decidí irme a Las Palmas en busca de recuerdos, una nueva oportunidad, mejor clima… rehacer mi vida.

El verdadero responsable de estar como estoy soy yo. La sociedad tiene parte de culpa, los políticos también tienen parte de culpa, y la globalización, pero el responsable de que yo esté aquí soy yo. Hubo una época en la que abusé del alcohol y aunque nunca afectó a mi trabajo, sí me hizo tomar decisiones, quizás, precipitadas.

Mis padres tenían aquí bares y restaurantes y yo había aprendido el oficio en ellos, en una época en la que nadie se escandalizaba por ver a un niño de nueve años trabajando tras la barra. Ahora he dejado currículos en todos los restaurantes, desde Vegueta a las Canteras, y no me ha llamado nadie. ¿Por qué? Pues porque los prefieren jóvenes, y además soy licenciado en Económicas. Si coges a un recién licenciado, el Estado te paga la mitad de la formación y la mitad o el cien por cien de la Seguridad Social. Si me cogen a mí no tienen esos descuentos. Y aunque se pida gente con experiencia, al final te forman en las empresas. Como el empresario decide cuando se acaba la formación, esos dos años iniciales se pueden prolongar en el tiempo y seguir ahorrando costes.

Además, cuando te metes en la calle, salir es muy complicado. Llegué a Las Palmas en diciembre de 2015. Estuve en un hostal hasta que se me acabó el dinero. Allí dejé mis cosas porque no sabía adónde iba a ir. Me pasaba el día sentado en Las Canteras, hasta que vino un señor y me contó que existía la Parroquia de San Pedro, donde te dan comida de lunes a viernes. Allí mismo me informaron de que existía Gánigo. Me pagaron un hostal, que más bien era un cuchitril, lleno de cucarachas por encima de la cama, pero al menos, tenía un techo. En Gánigo se dieron cuenta de que dependía demasiado del alcohol y me recomendaron hacer un programa que se llama Esperanza. Son cinco meses en los que tienes que estar ingresado en un centro de los Berrazales, en Agaete, donde recibes todo tipo de terapias para reinsertarte en la sociedad. Es conveniente tener apoyo de familia y amigos, pero yo estoy solo. Al salir estuve en Mafasca, un centro de Cáritas, pero los horarios eran muy estrictos y la disciplina era casi militar. Me fui y conocí a una chica. Alquilamos un apartamento y vivimos juntos un tiempo, pero la cosa tampoco funcionó. Ella se quedó el apartamento y yo me quedé en la calle.

Cobro la renta activa de inserción (426€) porque la coticé, pero tengo que elegir entre comer o dormir bajo un techo, no me da para más. Este año he estado cinco días de alta en la Seguridad Social, trabajando en algunos eventos, como maitre o camarero. Lo que cobré por trabajar me lo descontaron de los 426€ de la RAI. Yo prefiero trabajar, estar activo, pero ¿quién quiere hacerlo en esas condiciones? Por ejemplo: el bono social de transporte son 40 céntimos. Como mi última alta fue por dos horas, el día 26 de junio, me lo quitaron, porque debes estar 6 meses en el paro para que te lo den. Lo que me da vergüenza ajena es que haya concejales que cobran 50.000€ sin saber hacer la o con un canuto y a nosotros nos recortan cada vez más.

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Una vez que te metes en este círculo es muy difícil salir. Te acostumbras a que te den el bocadillo. Mientras no montes ningún pollo, no requiere más esfuerzo. Pero yo quiero resurgir, como el ave fénix, encontrar un trabajito, poco más. Tengo unos dos mil currículos enviados, lo que me sirve para demostrar que estoy en búsqueda activa de empleo, pero nadie da trabajo a alguien de mi edad, tampoco apoyo. De cualquier forma, aunque cada vez estoy más aburrido y desilusionado, ahora tengo una entrevista de trabajo, a ver qué pasa.

Grzegorz Adam Kochowski

Opole, Polonia, 1978

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Yo vengo de Opole, una ciudad parecida a esta: tranquila y segura, algo más pequeña; un bonito lugar. Pero no me gusta vivir en Polonia porque allí no tengo futuro. Es muy caro y los sueldos escasos, “mucho trabajo, poco dinero”.

He vivido fuera de mi país durante quince años, y los últimos diez, en el Reino Unido. Lo tenía todo, una vida normal y bla, bla, bla… Pero un día conocí a una crazy girl, una mujer con problemas mentales… Dejé la relación y comencé a beber, caí en una depresión… Fueron muchas, muchas cosas: problemas con esta chica… mi madre murió… muchas cosas… Y ese país es tan oscuro. Llueve cada día, el verano son dos semanas como mucho, siempre nublado… No es lo mejor para tu cabeza, ¿sabes?

Entonces decidí suicidarme, y algún ángel me ayudó… porque sigo vivo… Tras un periodo en terapia, pensé que mi tiempo en Reino Unido se había acabado. Quería irme de vacaciones a un país soleado. Nunca había estado aquí, pero este es el mejor sitio. Estuve una temporada en Taurito, solo, sin familia ni amigos… una decisión dura… Pero me sentí mucho mejor. Al cabo de un par de meses mi depresión había pasado, me sentía feliz. Pero el Sur era demasiado pequeño, no había muchas posibilidades de encontrar un trabajo, así que me vine a Las Palmas de G.C. Es una gran ciudad, con más posibilidades, y aquí llevo seis meses, intentando encontrar un empleo.

Soy cocinero. Trabajaba en un restaurante en el Reino Unido y también lo hice en Italia, Irlanda, Suecia y Polonia. Me encanta esa profesión, pero puedo hacer cualquier cosa. He enviado muchos currículos, pero no es el momento, parece que no hay trabajo.

Yo estudié Bellas Artes en Polonia, pintura… pero es un oficio que no da dinero. Aunque me gustaría recuperarlo, volver a pintar, hacer grafitis en las calles, me encantaría… pero no tengo materiales… aunque sea un bloc y un lápiz para dibujar —vaya, mi inglés ya no es tan bueno… lo estoy olvidando—. Hablo inglés, ruso, polaco, portugués y un poco de italiano, y ahora espero aprender español rápido.

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Me gustaría quedarme aquí, es un lugar seguro… la gente es abierta y amable. Y este es, sin ninguna duda, el mejor sitio. Me ayudan en Cáritas, Gánigo… y, por ahora, duermo aquí desde hace dos semanas. Esto está bien para dormir, es seguro y, además, encontré a estos chicos. Nos ayudamos los unos a los otros, tenemos que hacerlo, somos todos perdedores [ríe]… Solo me gustaría encontrar un trabajo y una habitación, ¿sabes? Lo justo para empezar una nueva vida. También quisiera encontrar una mujer… es mi última oportunidad… Espero que así sea. Bueno, esta es mi situación en este momento, pero puedo cambiar de rumbo… Lo que tengo claro es que no quiero volver al norte de Europa, no más nubes, ni lluvia, ni nieve. Quiero un lugar soleado, es lo mejor para mi mente y para todo el mundo.

Francisco Jesús Santana Cabrera

Las Palmas de G.C., 1965

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Yo llegué a esta situación por motivos personales. Tenía una vida normal y corriente, de vagabundo solo llevo ocho años. Soy doctor en Medicina por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Trabajé en el hospital de Valme como médico de Medicina general durante 17 años. Pero lo eché todo a perder… soy alcohólico. Me separé de mi pareja y eso me llevó al alcohol, y este me llevó a la calle. Después de la separación tuve un margen de reacción, pero no lo supe aprovechar. No sé lo que pasó exactamente, mi mente no coordinaba bien en ese momento. Tenía casa y un trabajo fijo, pero decidí mandarlo todo a la mierda… Tengo una hija, que se llama Lidia, pero no mantengo contacto con ella porque no me veo en condiciones… Creo que soy capaz de rehacer mi vida, independientemente de la situación que esté pasando ahora, y volver a retomar la relación con ella en el futuro.

Eso fue en el año 2004. Había dejado mi profesión, me habían suspendido por alcohólico. Ahora ya no me veo con ganas de ejercer la Medicina, prefiero barrer una calle. Después de lo que uno ha visto ya no tengo esa empatía para relacionarme con las personas ejerciendo una profesión como la de médico. No me encuentro capacitado, porque si me viene alguien con un dolor de cabeza me puedo reír en su cara. Por supuesto, me he visto en situaciones en las que he tenido que ayudar a gente en la calle con mis conocimientos, pero eso es otra cosa, hay mucho loco suelto.

Lo único que quiero es poder vivir en Juncalillo de Gáldar con una tienda de campaña, sin más. ¿Es una idea descabellada? Bueno, pues entonces nos civilizamos un poco, juntamos un poco de dinero y compramos una autocaravana, la ponemos en Cádiz, y te digo yo dónde termino…

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Mira, yo comencé descargando contenedores en la Central Lechera con 17 años, era un pibe. Reuní dinero y me fui a Suiza a recoger fruta. Allí robé una bicicleta y me fui de Martigny a París, 600 kilómetros, solo porque me dio la gana. Con la paga de la primera semana de trabajo me fui a Amsterdam y me lo pulí todo. Ahora me da igual el trabajo que me den. Tengo hasta una tutora para ayudarme a encontrar empleo. Si tengo que hacerlo lo hago, pero ir para nada, tampoco. Hay mucha burocracia, mucho funcionario acomodado, como ese concejal que parece que vino a hacerse la foto.

Hoy mismo me han acogido en Gánigo y puedo quedarme allí cuando quiera. Pero había quedado con ustedes y no quería dejar a mi amigo Ulises solo, así que, aquí estoy. No le debo nada a nadie, ni a la sociedad ni a la justicia… estoy aquí porque me da la gana. Me quedan mis manos y mi inteligencia para seguir adelante.

Ulises Salazar

Las Palmas de G.C., 1965

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Soy de La Isleta y llevo más de treinta años en la calle. Estuve enamorado. Tengo tres hijas y un nieto. Conocí a la madre de mis hijas en Cádiz cuando hice el servicio militar. Ella tenía 17 años y yo 18. Un día la encontré en casa con otro y eso me destrozó, mi cabeza y mi corazón. Luego me denunció por malos tratos y pasé 18 meses en la cárcel, en el Salto del Negro. Fue una experiencia terrible… terrible, ¡Señor! Me sentía frustrado, furioso… Solo trabajaba para ella y, a cambio, me ponía los cuernos y terminé en la cárcel.

Ahora duermo aquí, en la playa, y pongo un puesto en el mercadillo de los domingos, donde vendo lo que encuentro en la basura, con eso saco algo para comer. No tengo permiso, pero ¿qué me pueden hacer?, ¿quitarme las cosas?

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Al salir de la cárcel estaba aún más hundido, no me sentía como un hombre, sino como una mierda… Mis hijas saben que estoy aquí, en la calle, y vienen a verme de vez en cuando. Yo las quiero, igual que a su madre… Les he enseñado a cantar, a bailar, a hacer poesía… [ríe], todo. Ya no hay ayuda posible y siento que nunca me voy a curar de lo que me pasó. No veo futuro. Ya tengo cincuenta años… Dios sabe que he pasado un infierno terrible, terrible… por amor hacia ella. Bien lo sabe Dios. Yo le digo: «te perdono, y todo lo que necesites y que te pueda dar, te lo doy». Es muy jodido, pero así soy yo, Ulises Salazar, un caballero.

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Fotografías de Manu Navarro

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