El Picacho

El Picacho

Una parte de la historia de Canarias

Aquí estoy, 25 años después, más solo que la una. Todavía me acuerdo. Fue un 25 de febrero de 1994 cuando el otro picacho se vino abajo. Desde entonces quedo yo, único testigo del origen de este barrio de Los Picachos. Mira tú, si los nombres cambiasen con las cosas, ahora el barrio debería llamarse ‘El Picacho’. Sé que hay mucha gente que no sabe ni que el nombre se lo damos yo y mi abreviado compañero. No los culpo porque muchos vinieron de fuera del municipio a vivir aquí, buscando la tranquilidad y no ha habido gobierno en todos estos años que haya hecho demasiado por darnos a conocer. Lo que no se conoce no se puede valorar, lo que no se valora no se puede reivindicar. Yo ya sé lo que parezco, sobre todo en medio de este terreno abandonado lleno de hierbajos, basura y cacas de perro: un cacho ruinoso, una chimenea, quizá, de no sé sabe qué casa vieja de un pasado que no importa a nadie. Pero las apariencias engañan. Por eso quisiera hablar un poco de mi historia, para que me conozcan.

Soy lo que soy, esta estructura que ves, desde los orígenes de esta ciudad. Soy tan viejo como los edificios y calles del casco viejo, mucho más que muchas iglesias, calles y conventos; sólo me ganan los restos de cuevas y casas de nuestros antepasados que, por cierto, también están olvidados. Soy una atalaya desde la que podrían los ciudadanos asomarse a un episodio fundamental de nuestra ciudad, de la de las islas y del mundo entero. Soy un solitario y mudo testigo de 500 años de vida, aunque pronto caeré rodando por el suelo si no hacen nada por impedirlo. Se perderá conmigo parte de la identidad de esta tierra y una buena parte de su historia viva. Quizá es que la identidad no sea ya una cosa importante en estos lares.

Digamos, primero, qué soy. Pues bien, soy un “picacho”, un pilar, el que queda, de una serie de pilares que aguantaban el peso de un acueducto. Por él bajaba el agua y, justo aquí, daba un pequeño salto y bajaba otra vez para hacer mover el molino. El molino trituraba la caña de azúcar, primera parte del proceso para conseguir el preciado producto: el azúcar. Pero no estabamos solo nosotros: a nuestro alrededor había varios edificios en los cuales se realizaba alguna parte del proceso de elaboración (molienda, prensado, cocción, solidificación, purgado, etc.), además de las propias plantaciones de caña alrededor. Todo este conjunto se llamaba “ingenio”. La población esclava y demás trabajadores relacionados con el ingenio de este lugar era tan numerosa que formó pronto una parroquia, alejada de la de Telde o San Juan; en pocas palabras, aquel negocio fue el origen del barrio de Los Llanos o San Gregorio, en el centro del municipio de Telde.

¿Por qué se hacia azúcar aquí? El azúcar hoy está en todos lados, tanto que se ha transformado en un problema de salud pública. Pero no siempre estuvo tan a mano: para los romanos y los griegos, por ejemplo, era una rareza que usaban los médicos. Se conocía la caña, pero no el procedimiento para extraer el jugo. En la India fue donde primero se cristaliza y, por tanto, empieza a industrializarse el azúcar. Los árabes trasmitieron sus conocimientos a los pueblos del mediterráneo en la Edad Media. Aquí entramos nosotros en la historia. Poco después de la conquista total de Gran Canaria, el año 1483, aquellos que habian participado de algún modo u otro se reparten la isla como un pastel. Muchos de ellos, auspiciados además por los cabildos, deciden apostar por el cultivo de un producto que tenía una gran demanda en Europa: el azúcar. Traen de Madeira, donde ya se cultivaba, a los expertos en el montaje de ingenios, además de mano de obra esclava de entre los antiguos canarios y esclavos de berbería. En Telde se construyen al menos tres ingenios: en San Juan, en San José de Las Longueras y aquí. El negocio fue pujante durante al menos un siglo; en Gran Canaria llegó a haber, a principios del siglo XVI, 12 ingenios azucareros. Ejemplo de aquel boyante negocio es, por ejemplo, el retablo que desde Flandes se trajo a San Juan. Después el cultivo de azúcar fue paulatinamente sustituido por el vino, ya que en las colonias americanas la producción era menos costosa y nuestras islas no podían competir con ellas. Pero esa es otra historia.

De los numerosos ingenios que hubo en las islas durante los siglos XV y XVI , yo soy el único resto que queda en pie. Quién sabe, además, qué restos aún permanecen escondidos bajo tierra en estos terrenos, como los que se han rescatado hace no mucho en Agaete. Quizá ahora se comprenda por qué los picachos somos una oportunidad para valorar, conocer y divulgar una etapa histórica importantísima para el municipio, la historia del comienzo de la relación entre Canarias y la Península; y, en definitiva, la historia occidental, en la que se suele remarcar esta época como trascendental por la extensión de los reinos europeos hacia el nuevo continente, puesto que en Canarias se realizaron, en muchas ocasiones, los ensayos de algunas prácticas que luego se aplicaron allá.

En ese cruce de caminos se encuentra gran parte de nuestra identidad, y recordar en un museo interpretativo emplazado en este lugar esa parte tan importante de la historia, redundaría, sin duda, en la valoración de los teldenses y canarios de su propia historia e identidad. También ayudaría a comprender el proceso de elaboración del azúcar y a conocer las diferentes edificaciones que formaban parte de un ingenio. Ese entorno podría ajardinarse y mejorarse para que fuese un espacio de encuentro para los vecinos del barrio. Todo, en conjunto, revalorizaría la cultura y la belleza de esta ciudad tan antigua pero tan olvidadiza.

Restos del ingenio azucarero de El Picacho. Antonio González, cronista oficial de Telde. Archivo de la FEDAC.

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  • Ismael Santana

    Las Palmas de Gran Canaria, 1991. Graduado en Filología Clásica por la Universidad de Santiago de Compostela y profesor de instituto. Apasionado por el lenguaje y la filosofía. Obsesionado por la conexión entre toda clase de conocimiento, se reconoce un poco aprendiz de todo y maestro de nada. Su última divagación, descubrir la cultura canaria que por tanto tiempo dejó ignorada.

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