Julia Khouri

La imperfecta identidad de Julia Khouri

La imperfecta identidad de Julia Khouri

Conocí a Julia Khouri en México. La recuerdo con su bloc de dibujo y sus colores de punta fina extendidos sobre la mesa de la cocina, jugando a toquetear su colgante del cedro libanés y sus collares de Costa de Marfil. Quien conoce a Julia, sabe que ama y se siente libanesa a pesar de haber nacido y crecido en Abiyán. Cuando era adolescente, Julia y su familia huyeron de Costa de Marfil a causa de la guerra civil desatada en 2004 y el desbordado odio nacionalista hacia la población blanca que reside en el país. Tras un año de refugio con su familia en Líbano, regresa en 2005 a Abiyán, su ciudad natal. Pero no fue hasta empezar sus estudios universitarios en Beirut cuando comienza a entender y a amar Líbano, aunque es en Francia donde finaliza sus estudios de negocios y desde donde realiza un intercambio a México, un destino que le ayudó a encontrarse a sí misma y a reconectar con el arte. Hoy Julia, con 26 años, sabe que es de donde le roban el corazón y, sin duda, una enorme parte de su corazón es negro, aunque su piel sea blanca.

Julia Khouri. Fotografía de Chayce Solchaga.

***

Es curioso. Viendo tus dibujos, las mujeres africanas, los colores y formas que usas, me surge la necesidad de preguntarte por qué te defines como libanesa…

Hay varias razones. La primera es que yo crecí en Costa de Marfil, es mi base, es todo lo que veo en mi mente: los mercados con las mujeres que hacen los collares, que caminan por la calle con sus pañuelos en la cabeza y sus vestidos a juego o con los grandes collares de conchas… todo ese estilo tan fuerte y representativo que siempre viví con normalidad; en mi casa, en mi calle, en la playa… eso es lo que siempre me rodeó. Pero yo hoy me digo libanesa después de haber vivido la guerra de Costa de Marfil. Yo antes decía que era de Costa de Marfil y no me importaba si la gente decía: “pero, ¿cómo eres de Costa de Marfil si la gente ahí es negra y tú no lo eres?”. Pero yo nací en Costa de Marfil y me sentía tan marfileña porque, a parte de la comida, no tenía la cultura libanesa tan dentro de mi vida aunque mis padres sean libaneses. No hablaba árabe ni tenía una relación profunda con Líbano.

¿Qué ocurrió tras el conflicto de Costa de Marfil de 2004?

Cuando regresé a Costa de Marfil sentí que había cambiado el país. Yo no había escuchado antes a una persona local marfileña decirme ‘la blanca’ o hacerme gestos con la mano de que me van a matar. Y aunque había mucho trauma debido a la guerra, creo que no me di cuenta inmediatamente porque es un estado de mente. Yo siempre me quería sentir marfileña por la simple razón de que si no era marfileña no era nada, porque todavía no era libanesa. Era difícil ser una cosa que la gente no quiere que seas, pero solo tenía esa identidad. Entonces, yo creo que mi cerebro tomó la decisión de ser marfileña aunque hubiera una pequeña franja de la población que no quisiera. Pero, en realidad, no había un cuestionamiento sobre la identidad en ese momento, eso llegó después. De hecho, en ese momento fue cuando empecé a dibujar, cuando volví a Abiyán en 2005.

¿Cómo fueron tus inicios en el arte de dibujar?

Empecé a dibujar unas caricaturas de rastaman cuando entré en la secundaria. A mí me gustaba mucho la música reggae y la gente de Costa de Marfil siempre estaba escuchando esa música… Entonces, la inspiración vino de ahí. Luego hice impresiones de los rastaman sobre las camisetas y las vendí en la escuela. Era muy cool porque mis amigos de la escuela, la mayoría marfileños, las compraban.

¿Qué te impulsó a dibujarlos en ese momento?

Yo creo que quería acercarme todo lo que podía a la imagen que tenía de mi país para que me aceptaran; porque compartía las ideas y comparto la lucha del pueblo y todo lo que se cantaba en las canciones de reggae… la justicia, la igualdad, el respeto, lo que quiere el pueblo… Dibujar a estos personajes representaba, para mí, la gente que estaba luchando por un mundo más igualitario y en el que se reconociera el valor de los pueblos de África a través de la música. Fue justamente en ese momento de la adolescencia en el que se empiezan a formar las opiniones y creo que ahí se despertó mi mente en términos de igualdad y de justicia, a través del reggae. Necesitaba transmitirlo y que se viera, como para justificar que, dentro de mí, también guardo todo eso aunque sea blanca.

¿Qué vino después de los rastaman?

Dibujé dos o tres años más durante la secundaria, pero luego me frustré por no saber plasmar lo que tenía en mente y me acabé aburriendo. Pero hace tres años, en México, cuando estaba trabajado en gestión de proyectos de arte urbano, estuve apoyando a un muralista, Santiago Diez, muy conocido en la ciudad. Un día me pidió que lo ayudase en un mural y le conté que yo antes dibujaba, pero que había acabado aburriéndome. Cuando me dijo que la falta de técnica no debería frenarme y que si no podía dibujar una mano, dibujara un plátano, una palmera o cualquier cosa en su lugar para no parar la idea que tenía en mi mente, se paró directamente mi frustración. También en mi trabajo estaba todos los días rodeada de artistas… y me inspiró ese ambiente, conocer una nueva cultura, la mezcla de todo eso.

¿Qué significó para ti esta experiencia en México y ese acercamiento a tu ‘yo’ más artístico?

Creo que necesitaba ese año en México para olvidar un poco de dónde soy, dónde iba y el porqué de los conflictos políticos que me habían rodeado hasta entonces. La parte Este del mundo me resulta muy complicada porque siempre está en conflicto, pero México está totalmente fuera de eso. De hecho, mucha gente ni siquiera sabía dónde estaba Líbano o Costa de Marfil [se ríe]. Tomar distancia solucionó naturalmente este conflicto en mi cabeza.

Explicas que, cuando regresaste a Costa de Marfil después del conflicto, aún no te sentías libanesa y que ser marfileña era tu única identidad… ¿Cuándo empieza a cambiar eso?

Cuando me fui de Costa de Marfil para estudiar en la universidad de Líbano. Al cabo de dos años en Beirut, fue cuando empecé a hablar árabe y a entender todo lo que pasaba en este país; y entonces comencé a comprender todas las cosas que no me gustaban al principio, como la falta de orden o de objetividad política. Empecé a tener el ‘síndrome’ de los libaneses, de decir: nada funciona, todos lo sabemos, pero nos da igual y es el mejor país del mundo [se ríe]. En Beirut también tenía preguntas como ‘de dónde eres’, ‘por qué no hablas bien el árabe’ o ‘ah, tú y tu familia son de África y entonces no vivieron la guerra…’. No era cien por cien del Líbano, pero sentía que nadie me podía decir, de un día para otro, ‘esta no es tu casa’. Me di cuenta de que nadie me podía echar de allí. A partir de ese año empecé a decir, sin darme cuenta, ‘yo soy libanesa’. De hecho, no quería irme y empezar un máster ya en otro país, no estaba lista para irme. Trabajé, viajé y luego hice los exámenes para entrar en la maestría en Francia en septiembre de 2014.

Volviendo al terreno más artístico, ¿de qué forma crees que han contribuido tus dibujos a la construcción de tu identidad?

Después de México seguí dibujando cosas más étnicas, cósmicas, de un mundo imaginario… más surrealistas; siempre con un toque árabe, africano o indígena. Al principio la gente en Francia no me llamaba la atención, no me inspiraba, era muy estándar. Pero luego comenzó a no llamarme tanto la atención un vestido o algo característico de una tribu, sino la persona en sí. Empecé a fijar mi atención en la gente corriente en el tranvía y comencé a dibujaba a mi manera.

¿Qué crees que dicen tus dibujos de ti?

Yo creo que tengo varias identidades y que dibujo de acuerdo a la identidad que, según el día, está más presente en mi mente. Puedo dibujar algo muy árabe, algo muy africano, algo muy mexicano, puedo hacer solamente líneas, pero al final es una combinación de todo. Son detalles que me llaman la atención… como miradas, defectos de la nariz, de la oreja o de los ojos. O sea, cosas imperfectas, como la identidad en realidad; no hay una sola identidad que define lo que dibujo.

A lo mejor veo a una mujer francesa que lleva un pendiente étnico súper africano y me inspira a dibujar a una mujer blanca con este pendiente para mostrar la diversidad. Lo que me llama la atención es que es una chica blanca la que lo lleva, y pienso en todos estos intercambios, en el hecho de que ahora todo está girando y hace la cuestión de la identidad más complicada. La idea de que vas a tener una identidad única no es solo imposible, sino que nunca tendría que ser un objetivo, de manera que te ponga en una caja de la que no puedes salir. Tendría que ser natural y flexible, que esa identidad pueda ir y volver, cambiar al ritmo de tus experiencias.

Yo creo que si tuve tanto un conflicto es porque no sabía esto. Siempre estaba pensando: ‘tú tienes que encontrar tu lugar en la vida, saber quién eres, de dónde vienes… definirte’. La verdad es yo soy ciudadana del mundo y al final solo tengo 26 años. ¡Imagínate todas las experiencias que me quedan por vivir! Si te das la misión de definirte con una identidad, significa que vas a renunciar a otras partes que también te definen. Entonces, yo creo que mis dibujos dan respuesta a todo este proceso de entender que la identidad es múltiple.

La identidad es imperfecta… es impresionante todo lo que envuelve cada dibujo y cada personaje retratado. Cuando dibujas, ¿reflexionas sobre ello? ¿eres consciente de todo lo que reflejas?

Es inconsciente. De hecho, ahora hablando contigo me estoy dando cuenta de muchas cosas. Tu corazón no tiene identidad, dibujas lo que sientes; dibujas la línea de este detalle que reveló algo y luego tú lo analizas porque siempre te estás cuestionando y quieres entender por qué lo hiciste. Pero cuando dibujas, no importa si eres libanesa, marfileña, mexicana… no importa. Al final, esa es la lección que te da el dibujo.

¿Crees que, a través de tus dibujos, has conseguido resolver tu conflicto o búsqueda de identidad o es un proceso activo?

Yo no sé si conscientemente me ayudó, pero creo que todas esas personas y los detalles que dibujé me ayudaron a entender esto que te digo hoy: no hay que encajarse en algo para encontrar una identidad por presión social. Todo eso que represento y el hecho de dibujar en sí me ayuda, me hace meditar en este proceso de identidad que hoy tengo más claro.

Además siento la responsabilidad de dibujar conmigo misma y con todas las personas que depositaron esas emociones en mí. Al ser una niña blanca de Costa de Marfil, me da un vínculo con mi cultura, con esta identidad que también tengo. Me mantiene unida a todas esas culturas, pero sobre todo a la africana, por lo controversial que resulta relacionarte con tu identidad africana cuando eres blanca.

Julia Khouri: «Cuando dibujas, no importa si eres libanesa, marfileña, mexicana… no importa».

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  • Sonia Håkansson

    Gran Canaria, 1993. Documentalista independiente, amante de la fotografía y apasionada de descubrir a las personas que dan vida a las historias que nos hacen soñar. Autora de los documentales Sembrando Fuerza (México, 2016) y Nos queda Cuba (2018). Su trabajo ha sido publicado en medios digitales como Horizontal.mx, terceravia.mx, Contemporary And América Latina, islario.org u Oxfammexico.org.

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