Pedagogía del sopapo

Un relato de Javier Robaina Hernández
Relatos, Taller de escritura creativa Fuentetaja-Las Palmas, Pedagogía del sopapo

Pedagogía del sopapo

Javier Robaina Hernández

 

Antonio era un padre paciente. Sentado en el escritorio, junto al pequeño Guillermo, le explicaba la tabla de multiplicar y esperaba. Como buen cazador, sabía hasta dónde tenía que esperar.

—A ver, Guillermo, ¿siete por ocho?

—No me acuerdo, papá, estoy cansado.

—¡Cómo que no te acuerdas!

A continuación se escuchaba el zumbido de su mano desplazándose a través del aire de la habitación. Antonio sabía que es en esos momentos, cuando se espera lo mejor de un  padre, que no sirve la pedagogía. Que no se puede fallar. Y para Antonio no existía método mejor contrastado que el del sopapo, cuya eficacia él había sufrido en carne propia. Un método sencillo para obtener los resultados deseados en el menor tiempo posible. Un método que él había mejorado y actualizado a lo largo de su vida.

Le hubiese gustado ser el único custodio del arte rupestre del sopapo, pero le precedían su padre y sus tres hermanos. Él era una réplica, una copia barata de mercadillo dominical. Sin embargo, hacía lo posible por demostrarse a sí mismo, y a los demás, que era diferente, único. Un artista del sopapo, vamos. Y que a pesar de haber recibido la iniciación en aquella estirpe cavernícola, había refinado el método hasta hacerlo infalible. El suyo tenía la virtud de ser adaptable. Servía tanto para niños como para niñas, mujeres, maricas, negros, perros…

Pero, como siempre en la vida, había excepciones. Su método no resultaba tan eficaz con hombres que se elevaran del suelo más allá del metro ochenta. En esos casos utilizaba sus conocimientos rudimentarios de física: sólo tenía que acelerar más su movimiento de cadera, tronco y brazo para lograr un buen mamporro. Ya lo dijo el gran Isaac Newton en su segunda ley, allá por el año 1687: «Toda fuerza es proporcional a su masa por la aceleración». Y en temas de aceleración, Antonio no tenía rival. O eso pensaba.

De vez en cuando Antonio introducía alguna variante en su método, como el tan socorrido tirón de patillas, más sutil pero igual de efectivo. Era, sin duda, un hombre con mucha imaginación. Un hombre de recursos, de recursos ilimitados. En especial, cuando se trataba de encontrar nuevas técnicas metodológicas para aplicarlas a la educación de su hijo Guillermo.

Pero Antonio no era tan listo como se creía. Desconocía, entre otras muchas, la tercera ley de Newton: «A toda acción le corresponde una reacción de igual magnitud pero de sentido opuesto». Vamos, lo que viene a ser una especie de ley del karma occidental. Esta acción contraria a veces no es inmediata. Puede dilatarse en el tiempo; pero tanto la ciencia como la mística están de acuerdo por una vez: llegará, llegará. Solo hay que esperar.

Sara, cansada de soportar a Antonio, se deslizó un día por el pasillo y esperó. Espero el momento propicio para arrearle un golpe certero de la misma magnitud y sentido opuesto a todo el sufrimiento que ella y su hijo habían soportado. Lo último que vieron los ojos sorprendidos de Antonio, como un fogonazo, fueron las letras de aquel lema escrito en la porra que tanta gracia le hacía: «Aquí están mis cojones».


Fuentetaja-Las Palmas

Javier Robaina Hernández, nacido en Santa Cruz de Tenerife. Por segundo año, asisto al Taller de Escritura Creativa Fuentetaja en las Palmas de Gran Canaria.


Fotografía de Michael Jastremski

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    Talleres de Escritura creativa en Las Palmas de G.C. coordinados por el escritor Carlos Ortega Vilas

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