Junto al arroyo

Un relato de Maríe Yuset

Junto al arroyo

Maríe Yuset

—Sí, ¿diga?

—Luis, cariño. Estoy esperándote. Tengo tantas ganas de verte… Estoy junto al arroyo, bajando la ladera. A la sombra del roble que se apaga cuando arremeten las nubes contra él…

—¿Oiga?

—Luis, soy yo. Olvidé decirte cuánto te quiero. Estoy justo donde la corriente se detiene. En la desembocadura del arroyo, ¿recuerdas? Sentada sobre la piedra musgosa y tornadiza que dejó estampados verdinegros en tus pantalones, la que si cierras un ojo y ladeas la cabeza deja de ser una piedra y parece una rana panza arriba. Es sorprendente. Aquí nos cogimos de la mano la primera vez. Aquí nos declaramos después de que me cubrieras de besos… El arroyo ahora apenas lleva agua, ¿sabes?

—Disculpe, no oigo nada… ¿Quién es?

—Soy yo, Carla, ¿me oyes? Te espero aquí, cariño, que nuestra piedra sigue siendo igual de confortable. Recuerdo que saltábamos desde aquí cuando el caudal se desbordaba y el arroyo parecía una piscina viva y fresca. Cómo brillaba el agua cuando caían las hojas de las hayas, cuando el roble presumía de su reflejo en el cauce detenido… Ya no. Ahora el arroyo es opaco, triste, y el vaivén del agua pastoso y lento, por culpa del lodo. Pero sigue llegando hasta aquí el eco de los estudiantes en el campus, y si cierro los ojos puedo ver los dos edificios centrales, la residencia y hasta la ventana de mi habitación. También veo el parque y el camino mal iluminado que lleva a la biblioteca.

—Disculpe, voy a tener que colgar. No consigo entender nada.

—Oh, Luis, no. No, por favor, no cuelgues. No debí quedarme en la biblioteca hasta tan tarde. Debí escucharte, cariño. A la salida, la furgoneta ya estaba allí. Me siguió… Te juro que en cuanto me di cuenta comencé a correr tan deprisa como pude; pero las ruedas chirriaron y bloquearon mi huida. Primero oí el portazo del conductor. Enseguida, la puerta corredera que se abrió frente a mí. Me quedé petrificada cuando de ella salieron dos, y el del portazo… El de la gorra con el águila blanca, ¿recuerdas? El tipo del diente partido al que le dijiste aquel día que dejara de mirarme… Se abalanzaron sobre mí, Luis. Quise patalear, gritar —¡socorro, ayúdenme, socorro!—. Uno selló mi boca con sus dedos. Ahí pataleé, cariño, pataleé hasta que me quedé sin fuerzas. Otro me golpeó en el estómago. Me subieron a la furgoneta: viciado olor a hierba, alcohol pestilente, golpes, dolor, angustia —¡socorro, ayúdenme, socorro!—. Terror, rabia, impotencia, metal en mi boca… Trago mi propia sangre punzante, late, quema… Acaben las manos, acaben los cuerpos, ¡dios, ayúdame! Que acaben sus bocas, que acaben… Acometidas, una tras otra, por turnos, un infierno de resignación, repugnancia hasta el final, palos y patadas. Creí que podría irme a casa, Luis, creí que podría volver contigo, amor… Pero corrió mi sangre bajo su ira, quedé como un bulto deshecho, un saco de boxeo viejo, rojo, desgarrado.

—Carla, por dios, ¿eres tú? Esto va a volverme loco…

—Oh, sí, sí, mi amor, soy yo. No estás loco. ¡No cuelgues! ¡Gritaré más fuerte! ¿Puedes venir a por mí? ¡Ellos me dejaron aquí, en el fondo del arroyo! Hace tanto ya que las hayas han sido guillotinadas… Si te fijas, semihundido en el cauce, puede verse el resto de mi mano. Soy una silueta, soy el destello plateado… Una especie de anillo fantasmagórico sobre la rana… Igual que el arroyo, también he cambiado. Pero aquí te espero. Tengo tantas ganas de verte…

Un clic. Un final de llamada.

Una pausa. Un nuevo tono.

 

—Sí, ¡¡dígame, por dios!!

—Luis, cariño. Estoy esperándote. Tengo tantas ganas de verte… Estoy junto al arroyo, bajando la ladera. A la sombra del roble que se apaga cuando arremeten las nubes contra él…


Fuentetaja-Las Palmas

Maríe Yuset (1977). Desde niña convivo con Miedo. Conozco su rostro. Conozco su voz. Me domina desde que tengo uso de razón y sé que está decidido a quedarse. Pero a medida que avanzo por este sendero de la escritura, puedo decir orgullosa que he encontrado un arma capaz de hacerle frente: cuando el lápiz se apodera de mi mano y el folio en blanco de mis pensamientos, Miedo se calla, Miedo se esconde… Es un momento efímero, pero glorioso. Entonces, dejo de temerle. Y es Miedo quien me teme a mí.

www.marieyuset.com

 

  • Fuentetaja-Las Palmas

    Talleres de Escritura creativa en Las Palmas de G.C. coordinados por el escritor Carlos Ortega Vilas

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