Nada que decir

Un relato de María Elena Méndez Sanz
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Nada que decir

María Elena Méndez Sanz 

 

A cartas, cartas y a palabras, palabras

Todo por una mano, pero puesta en otra espalda, y yo no lo vi, que vi la foto al día siguiente, y yo no soy de alterarme, pero me molestó y me dolió, que yo miro donde pongo las mías, las manos y las fotos, digo.

Y no me estoy quejando, que si me molestase mucho ya me hubiese defendido, yo que tanto lo quería en mi vida y ahora que ha entrado ya no tengo vida, porque la suya es una mierda y empieza a apestar la mía, pero vamos, que yo no digo nada.

Él tiene su carácter y yo dentro de mí un mundo de ideas sentimentales cocinadas con ánimos y desánimos, que ya me lo dijo hace años una exsuegra: «¡Tienes que tener más manga ancha!», claro, pero mi ex está cumpliendo ahora cuatro años carcelarios, estrechos y cerrados, y yo, yo no digo nada.

Pero sé que tengo mi rejo y mis certezas e intuiciones, que no me gusta, no me lo como, no me lo bebo o lo ignoro; soy de recordar bastante y de mirar mucho, aunque no suelo decir nada.

Voy caminando paciente como si nada me hubiese ocurrido, que en su momento he cargado con cielo y tierra, pero no digo nada, porque no me preocupa lo que piensen, que yo sigo viendo nuevos vivos y nuevos muertos; que yo, para decir por decir, no digo nada.

Y mira que podría contar, que para lo mucho que arrastro poco digo y poco hago; y para lo que veo y oigo y con lo mucho que sé, es que no se me oye ni mu.

Yo pongo pose de que todo va bien, sonrío y me suelto la melena, pero decir, no digo nada, que esto de labrarse los amigos poco a poco y deshacer amores pizco a pizco es un sinvivir agotador para el ego, pero oye, que si toca, toca; y no seré yo quien diga nada.

Así que me subo al taxi; voy callada en el recorrido matutino y oigo por radio al taxista conversar con otro colega: «¡Pillaste el servicio! Tú andabas por Tormento y yo iba tres calles más atrás, por Realidad»; son las ocho y diez y me acongojo… ¿Vivimos en la misma ciudad? ¿Los hados me hablan por radiofrecuencia desde el más allá? ¿Tú eres la realidad de la vida y la mía es un tormento?, pero no le digo nada al conductor, porque para qué contar lo incontable.

Y si estos genes maternos avejentados que nos recriminan obrar mal arrestan, sin sopesar siquiera, quereres y saberes con la lazada al cuello y los hábitos que nos colgaron, pues eso, ahogada en el sinsentido, no he dicho nada.

Tú eres mi amiga y te repito hoy el cuento recontado de ayer y de anteayer, que eso es el desamor, y con un gesto altivo del labio se te escapa sin voz un: «¡Otra vez, ya lo sabía!» que me hace enmudecer aún más, porque el cuento hay que pillarlo en su profundidad y soledad, y también en silencio.

En el trabajo ando entretenida; engrano mi actividad asistencial con este runrún mental enjaulado, digo lo justo para cumplir el horario y no quiero más charlas, porque yo no digo nada, que  ya las palabras están dichas y yo paso, que a mí no me toca.

Mi padre me mira y sabe, sabe mucho mi padre, y por eso no hace falta que yo diga nada, aunque sabemos que a los dos nos falta lo mismo; y viéndolo como lo veo, ya sé lo que me espera y callo, y no digo nada.

Y la panda de descerebrados que se me acercan con cautela y yo hasta beso, sonrío y abrazo, pero decirles, no les digo nada; y mira que son torpes y lelos y se mantienen en el comer y excretar, y yo en silencio, pues eso, me cago en todo lo que me ha tocado.

Porque yo no digo nada, pero conmigo me enfrasco en monólogos sin descanso ni respiro y revivo mi vida para creérmela o entenderla; y también me lo como, porque cocino pensándome y me cuento mis sueños para atreverme a dormir, y refresco mis miedos en la ducha y los veo con desnudez y transparencia, porque los años me han condensado en palabras escuetas y han recortado mi lengua ahora afilada, y es raro que yo largue de seguido.

Y aunque yo no diga nada, por favor, ni me hables ni me interrumpas, que menos has de decir tú, que no piensas.

Y yo que me lo creo todo, pero vamos, que yo he sido siempre de creer, y sé que tú y yo nos entendemos, por complementariedad de caracteres: tú tan racional y escaso, y yo nadando en aguas sin necesidad de orientación, rebuscando en ti lo poco bueno que no hay y tú enfocando en mí la maldad que podría existir; pero para que te voy a decir yo nada.

Esta carta no es para ti, es para mí, y se hace conjunto neutro, que están aquí tu necedad y mi conciencia, que tampoco piensa decir nada.

Y te crees un lobo y no sabes ni morder, so bobo, que para morder un hombre ha de saber hablar.

Que no es que te dé la razón, es que ese soliloquio tuyo perpetuado de sobrado me rebota y brinco a mi escondrijo y a ti te molesta que yo solo asienta, pero si yo…, yo no digo nada.

Porque esta conversación no va a acontecer nunca; así que entregar al remitente, porque yo no digo nada.


Fuentetaja-Las Palmas

María Elena Méndez Sanz 

Pamplona, 1966

Sus quehaceres y otros desórdenes arreglados,

siempre de atrás adelante, de adentro afuera.

«No tiene sentido regresar al ayer, porque ayer yo era otra persona»

(Lewis Carroll)

«Para armar un libro hay que hacer

como las modistas que cosen

siempre del lado de adentro

y cuando dan vuelta la tela esas costuras

que ellas trabajaron confiadas

desaparecen para dejar ver

un aceptable

lado de afuera»

(Tamara Kamenszain)

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  • Fuentetaja-Las Palmas

    Talleres de Escritura creativa en Las Palmas de G.C. coordinados por el escritor Carlos Ortega Vilas

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