General Balmes, golpe de Estado, Franco, Segunda República

«Hay un sector de la sociedad que no ha soltado amarras ideológicas y sentimentales con el franquismo»

Entrevista a Ángel Viñas

El general Amado Balmes Alonso, comandante de la guarnición de Las Palmas de Gran Canaria, fue la primera víctima de Franco, su primer asesinato, asegura el catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, economista, historiador y diplomático Ángel Viñas.

Según la versión oficial, la mañana del 16 de julio de 1936 y tras pasar revista a las tropas, Balmes se dirigió al campo de tiro de La Isleta (Las Palmas de G.C.) para realizar ejercicios de disparo con su pistola. Pero el arma se le encasquilla, entonces se le ocurre arreglarla apoyando el cañón en el abdomen, y ocurrió lo previsible: se metió un tiro en el vientre.

Como de entrada parece que la imaginación y habilidad del general Balmes debería haberle dado para más, surge la primera duda sobre la verosimilitud del relato oficial. Y, según la tesis de Viñas en su libro El primer asesinato de Franco (Editorial Crítica, 2018) hay más hechos incongruentes en esa historia que demostrarían que fue el posterior Generalísimo el que planificó su muerte.

Ángel Viñas examina los pormenores de los movimientos de Franco en Canarias desde febrero de 1936, sus aspiraciones de poder y la necesidad que tenía de eliminar a Balmes para conseguir sus objetivos personales. Junto al experto en Anatomía Patológica, Miguel Ull, y el experto en Aeronáutica, Cecilio Yusta, llega a la conclusión de que la muerte del general no fue fortuita. La prueba más contundente es la transcripción del informe de la autopsia, que describe una trayectoria imposible de la bala si se hubiera disparado él mismo. El escrito no está firmado por los forenses y no coincide con el certificado de defunción.

Todo apunta a que alguien le disparó con la intención de eliminarlo, de forma que Franco tuviera vía libre para que la sublevación militar triunfara en Canarias.

Ángel Viñas pasa unos días en Gran Canaria invitado por la Asociación por la Memoria Histórica de Arucas con el fin de impartir un par de conferencias y presentar su libro en la isla. Me recibe, junto al Dr. Miguel Ull, patólogo asesor y coautor de la obra. Antes de centrarnos en El primer asesinato de Franco le planteo algunas cuestiones sobre la Memoria Histórica.

Franco, asesinato, general Balmes
Ángel Viñas. Fotografía de Gustavo Gil.

***

Los que se oponen a la implementación de la Ley de Memoria Histórica suelen manifestar que no es un tema que preocupe a la mayoría de los españoles. ¿Cree usted que realmente es así y que es un argumento relevante?

Yo me preguntaría: ¿Interesa a una democracia avanzada, en un estado de derecho que se declara avanzado, ajustar cuentas con el pasado o no? Esta es la pregunta fundamental para mí.

¿Cuáles son los ejemplos históricos que se pueden aducir para defender que no es necesario ajustar cuentas con el pasado? Yo no conozco ninguno, al menos en Europa Occidental. No es el caso de los países que participaron en la Segunda Guerra Mundial, que fueron ocupados, que tuvieron historias muy amargas. Los pasados de países como Alemania, Italia o la desaparecida Unión Soviética no son muy brillantes. Diría que incluso son bastante más oscuros que el pasado español. Sin embargo, a veces bien y a veces mal, han hecho ese ejercicio de arreglo de cuentas con su pasado.

En primer lugar, hay que determinar los hechos y sus causas, sus orígenes y sus consecuencias. Y esto es más fácil decirlo que realizarlo, porque esa misma determinación de los hechos suscita problemas éticos y morales intergeneracionales muy importantes.

La responsabilidad de la Shoah (holocausto judío), cómo se hizo, por qué, cuáles fueron sus manifestaciones concretas, quiénes participaron; son preguntas que no redundan en honor de Alemania. Sin embargo, la República Federal de Alemania, a trancas y barrancas, lo hizo. Podríamos decir lo mismo en el caso de la Francia de Vichy, de la Italia fascista, del colaboracionismo de Bélgica y Holanda, o la participación de Austria. Así que el caso español es insólito.

Esa determinación de los hechos es una tarea compleja, y es una labor de historiadores. Otra cosa es la Memoria Histórica, que no es la Historia. Es una forma de entender el pasado a través de las tradiciones orales, del conocimiento público de los males que han ocurrido en el pasado, y de la reparación moral de las víctimas de la violencia socio política, tanto durante la Segunda República como durante la Guerra Civil y el franquismo. Ahora bien, hay una asimetría en esa Memoria Histórica. El franquismo, durante cuarenta años, honró y elevó a la categoría de mártires a las víctimas de la violencia republicana, del terror rojo o como lo quieras llamar. ¿Y las víctimas de la violencia del terror franquista dónde están? Están en las cunetas, en fosas a veces no determinadas. Es una anomalía que hay que rectificar. Todos los muertos son dignos de respeto.

La Memoria Histórica se nutre de un sentido de un impulso ético y moral, y como tal, merece respeto. Que la totalidad de los 47 millones de ciudadanos españoles no lo sienten, esto está claro, es evidente. Pero un sistema político democrático avanzado no puede funcionar si no ajusta las cuentas con su pasado. Y el pasado español no es un pasado glorioso. Quizás lo sea para unos, pero para otros no lo es. Así que es evidente que la memoria histórica tiene que estar desenfocada, no puede estar equilibrada, porque es un intento de identificación y de recuperación de la dignidad de los asesinados por el bando vencedor.

Usted dice que es un trabajo que deben realizar los historiadores, pero para mucha gente parece que se hace una historia de derechas y otra de izquierdas en este país. ¿Sería conveniente establecer una Comisión de la verdad en España capaz de llegar a un consenso definitivo sobre los hechos?

Son cosas diferentes, cuidado. La buena Historia ni es de derechas ni es de izquierdas, es Historia. Eso de que hay una de derechas y otra de izquierdas es totalmente simplificador…

Al menos es lo que parece para el público cuando asiste a las discusiones entre historiadores con enfoques y conclusiones opuestas sobre los mismos hechos.

Al público hay que decirles las cosas como son. Yo pretendo afirmar que hago Historia. Voy a las fuentes primarias, las analizo críticamente, las contextualizo, las sitúo en un universo de significados claros y luego llego a ciertas conclusiones. He examinado el franquismo, la República, el ejército republicano, el franquista —no lo llamo nunca nacional—, lo cual es una indicación de principios. Porque yo tengo mis principios, y no hay ningún historiador que se acerque al pasado sin una cierta retícula axiológica de valores. Los míos son la dignidad, el reconocimiento de que la Historia no es final y se escribe siempre de manera provisional desde perspectivas diferentes, conociendo el pasado. Pero yo soy objetivo en la medida en la que me atengo a las evidencias que pongo sobre la mesa. No oculto ni quito nada. Doy la palabra a opiniones encontradas de los historiadores. Pero, cuidado. Toda historia está escrita desde un cierto conjunto de valores, porque los historiadores también somos seres humanos portadores de valores. Yo hago explícito los míos. No confundo un régimen dictatorial impuesto por la fuerza de las bayonetas con una democracia débil, incierta e insegura, pero que representó un intento de traer la democracia a este país por primera vez. Es que esos dos sistemas no son compatibles, y si hay que elegir, yo elijo la democracia débil e imperfecta, como la que tenemos ahora: una democracia que no es como la de la Segunda República, pero que yo no diría que es perfecta en la actualidad. Es mi elección, y me dicen que soy de izquierda, pues sí, soy de izquierda, pero la Historia que yo escribo no lo es.

Teniendo en cuenta que existen historiadores con diferentes valores, ¿sería imaginable un consenso estrictamente científico, establecer esa comisión de la verdad que le comentaba?

Lo que me preguntas es un aspecto importante, pero instrumental. ¿Sería conveniente una comisión de la verdad como se ha hecho en Sudáfrica, Chile o Argentina? [pausa]… Pues no lo sé…

¿Ayudaría a consolidar esta democracia imperfecta?

Creo que lo que ayudaría de verdad es algo a lo que el Partido Popular se está negando radicalmente: *abrir los archivos españoles a la investigación, tal como está previsto en el artículo 105, apartado b), de la Constitución, y del que todo el mundo se olvida. Que dejen a los historiadores hacer su labor. Ese trabajo, a los ochenta años de la guerra civil y a cuarenta de la muerte de Franco, es explicar el pasado, que es lo que hace cualquier sociedad civilizada, e incluso las no civilizadas, que también tienen Historia, como demostró Levy-Strauss.

No creo que una comisión de la verdad pueda ayudar en eso, sería una aportación modesta. Tampoco creo que fuera inútil, pero no me corresponde a mí, como historiador, pronunciarme al respecto. Es una decisión política que debe ser tomada por las fuerzas políticas en función a sus principios políticos. Sería deseable, sería un paso hacia la normalización, pero si miro a los países de nuestro entorno, no veo que haya habido en ellos ninguna comisión de la verdad.

Hubo un intento de abrir esos archivos durante el gobierno de Rodríguez Zapatero, pero finalmente no ocurrió.

No se llevó a cabo. Yo lo he denunciado infinidad de veces…

*[Esta entrevista se realizó el 12 de abril por la mañana. Ese mismo día por la tarde se hace público que el Ejército rectifica y reabre los Archivos de la Guerra Civil]

No se sabe por qué no se hizo, pero ¿sigue existiendo en España una nostalgia del franquismo que quizá se oponga a ello?

A mí me parece indudable. En España hay un sector de la sociedad que no ha soltado amarras ideológicas y sentimentales con el franquismo…

¿Esa nostalgia por la dictadura sucede solo aquí?

En otros países hay también nostalgia. Mira el caso italiano, donde desde hace unos quince años existe un intento de recuperación de los aspectos supuestamente presentables del fascismo. En Alemania, donde hay límites muy estrictos a la glorificación o apología del nazismo, hay un partido semi-neonazi que está hoy, por primera vez en la historia de la República Federal, en el Bundestag (Parlamento Federal alemán). Eso lo tienen que explicar los alemanes, pero quiere decir que España no vive en un mundo aparte. Aquí es un caso diferente porque el Régimen no se arrumbó por la violencia o por influencias exógenas, como en el caso de otros países de Europa Occidental. Aquí el régimen dictatorial desapareció, más o menos, con la muerte de su fundador y con una transición política que está de moda denigrar, pero que yo no denigro en absoluto, quizás porque soy de la generación que la vivió. Fue una transición que, con todas las dificultades, hizo una evolución dentro de la legalidad hacia otra legalidad que es antitética al franquismo. Si la democracia española tiene un sustento es la constitución, que es la antítesis de las leyes fundamentales de la dictadura franquista.

A propósito de esa transición, sus detractores lo acusan a usted, con la intención de desautorizarlo, de haber comenzado su carrera dentro de ese régimen franquista.

Yo no me tengo que defender de nada. En aquel entonces era un chaval que a los 17 años se va al extranjero, donde pasé varios años.  Hice mi carrera, a trancas y barrancas, en la Universidad de Madrid estudiando en Alemania y después en Escocia. En el año 65 saqué sobresaliente en mi licenciatura y luego el primer premio extraordinario. Hice la mili y entonces no sabía qué hacer. Pensé en hacerme diplomático, emigrar al extranjero, y en ese momento Enrique Fuentes Quintana, de quien fui ayudante en la cátedra, me propone que me presente a las oposiciones para técnico comercial del Estado. Me presenté y las aprobé con el número uno. Luego Manuel Valera me propone ir al Fondo Monetario Internacional, en Washington, donde necesitan economistas españoles. Luego me voy a Alemania, donde ha quedado vacante el puesto de agregado comercial. Y es entonces cuando Fuentes Quintana me dice que por qué no hago un estudio sobre la financiación nazi de la Guerra Civil y luego me propone que me vaya con él a estudiar el oro de Moscú en el Instituto de Estudios Fiscales. Allí me pasé tres años con ese tema mientras hacía la cátedra en la Universidad de Valencia.

Evidentemente, yo he sido un funcionario del franquismo, claro. Pero yo nunca lo he negado, ¿cómo lo iba a hacer?. ¿Qué otra opción tenía? Pues podía haberme ido al extranjero, cosa que hice. Si el FMI me hubiera gustado, a lo mejor me hubiese quedado allí, porque a los seis meses ya era funcionario permanente en la organización. Pero no me gustó, no aprendía y tenía otras ambiciones. Y en Alemania encontré mi carrera, donde me dediqué a informar de la política económica, monetaria y comercial alemana a Madrid, además de tratar de ayudar a los exportadores españoles de naranjas, de vino de Jérez y hasta de ropa interior de señora.

¿Que defendí las inaccesibles esencias del franquismo? Pues no. Que me digan dónde he escrito yo una línea en defensa del franquismo.

Centrándonos en su libro, que es una novela policíaca…

Sí, la hemos escrito como una novela policiaca.

…hay unas fechas con movimientos sospechosos, una versión inconsistente sobre la muerte de Balmes, cuatro posibles asesinos, un inspirador, ¿y el móvil?, ¿por qué es tan importante para Franco que desaparezca el general Balmes?

En primer lugar porque él lo determina así. Franco es un hombre bastante inflexible. Él va diseñando el operativo desde el mes de mayo (1936), al igual que Mola. Hay una sincronía, no perfecta, entre los preparativos de Mola, muy conocidos, y los de Franco, menos conocidos. Mola se preocupa del protectorado y de la Península. Franco se encarga de Canarias, porque quiere tener éxito en las Islas por varias razones.

Una de esas razones es su ambición. Y aquí me apoyo en las memorias de Pedro Sainz, donde dice que Sanjurjo ordena hacer una especie de encuesta entre los generales, los jefes que se van a sublevar en la conspiración, para ver qué es lo que quieren en caso de triunfo. ¿Y qué quiere Franco? Según Sainz Rodríguez, Franco quiere ser Alto Comisario de España en Marruecos.

¿Eso es a lo que aspira tras el triunfo del golpe de estado?

Sí, tras el golpe de estado. ¿Y por qué quiere ese cargo? Pues aquí tenemos que especular con que una de las razones puede ser la llamada de África, porque él ha hecho su carrera allí y demás. Pero yo añado otra más terrenal: a Franco le gusta la pela, y ese puesto es el mejor pagado, con gran diferencia, del ejército español. Así que prepara la sublevación quizá con ese objetivo. Y para eso, él necesita tener un triunfo claro en Canarias. Se podría haber marchado desde Tenerife en el Dragon Rapide, como demostramos en este libro concluyentemente, dejando sublevada la guarnición de Tenerife pero no la de Las Palmas. Todo hace pensar que Balmes no quería sublevarse. Entonces Franco, hombre expeditivo, calculador y bastante frío, está jugando con la idea de eliminarlo desde el mes de mayo. Ellos se conocen bien, aunque Balmes es bastante mayor que Franco, han tenido carreras, hasta cierto punto, paralelas. Franco conoce bien su trayectoria y su carrera militar, considera que es un profesional, trata de convencerlo para que se subleve, pero Balmes le dice que no. No sabemos cómo, pero entonces Franco, [que está en Tenerife]y esta es la clave, llama a los conspiradores en Madrid, aunque esto no está documentado, y dice: Quiero que me manden el avión a Las Palmas. ¿Quién lo cuenta? Pues el Marqués de Luca de Tena, el director de ABC, en sus memorias. Podría mentir, claro, pero por qué iba a hacerlo. Así que el Marqués de Luca de Tena va a Burdeos y envía el avión a Las Palmas.

¿Y Balmes no lo sabe, siendo el comandante de la plaza?

El avión está en Las Palmas desde el día 14 de julio. Está cuatro días en el hangar de Gando y nadie se entera, no aparece ninguna noticia en el periódico, como si llegaran aviones ingleses todos los días. En aquel entonces salía publicado en prensa qué aviones venían, quiénes iban en él. El director en funciones del aeródromo de Gando era un teniente que estaba en la conspiración. La historiografía franquista cuenta que el envío del Dragon Rapide se decide a finales de junio a través de Francisco Herrera Oria y que Franco se entera cuando llega a Las Palmas. Todo eso es mentira. Franco se subleva porque lo ha proyectado, porque quiere eliminar a Balmes para sublevar la guarnición de Las Palmas. Y procede con sus espías y colaboradores, media docena de hombres que rodean a Balmes y que impiden que llegue a conocer la llegada del avión. Porque no hay que olvidar que Balmes fue director general de Aeronáutica, era piloto y, claro, si se entera de que ha llegado una aeronave a Gando seguramente va a verla, e iría problamente con un pelotón.

Sin embargo, en esa conspiración tan bien planificada y llevada en secreto, no cuadra la aparente chapuza del asesinato, tal como que se desprende de la autopsia del general Balmes.

El libro pivota sobre la demostración concluyente de que la sedicente autopsia fue una chapuza. ¿Por qué? Porque había que ocultar lo que realmente pasó. Ese supuesto informe de autopsia, que no fue ni autopsia ni informe —te lo explicará mejor el Dr. Miguel Ull—, hubiera quedado durmiendo el sueño de los justos en los autos del juzgado militar que llevó el asunto legal. Pero ese «informe» se recuperó para confeccionar un expediente informativo que demostrara que el general Balmes falleció en acto de servicio. Era necesario porque su viuda se movió con otros generales para solicitar a Franco que le concediera la pensión extraordinaria. Y entonces se hizo ese expediente amañado, donde consta el «informe» de la autopsia y las declaraciones del chófer, todo amañado.

El día de su asesinato, el general Balmes va a pasar revista a los oficiales del cañonero Canalejas, varado en La Isleta. ¿Va de uniforme o con una guayabera y pantalón corto? Porque esos son los efectos que Pinto de la Rosa, juez militar, diligencia haber recibido como efectos de Balmes: una bala del calibre 9mm; una camisa de seda rayada; un pantalón corto y una guerrera. Es decir, que el general comandante de las fuerzas en Gran Canaria va con esa indumentaria a pasar revista… es de risa.

Detalles que se podrían haber tenido en cuenta en la planificación de su muerte.

Las circunstancias concretas del asesinato de Balmes no las conocemos porque no hay nada escrito. Lo poco que hay no es fiable. Ahora bien, el tener un plan meticulosamente preparado no significa que no haya que improvisar. No podemos saber si la persona que dispara a Balmes iba con la intención de matarlo, porque sobrevive unas horas, pero sobrevive. La idea de que él se había accidentado disparándose en el vientre debía estar pensada de antes, porque si no, no se explica el comportamiento de los médicos militares, que no eran idiotas. Sánchez Galindo tendrá después una carrera brillantísima y el director del hospital militar, López Tomaseti, también tendrá una carrera interesante. Lo que sucedió es que al no morir en el acto, tuvieron que montar todo un tinglado en connivencia con el juez militar Pinto de la Rosa. Así que tuvieron que improvisar.

Me gustaría terminar esta entrevista volviendo al asunto de la recuperación de la memoria. La sublevación triunfó rápidamente en Canarias, pero las Islas sufrieron lo que usted denomina como represión reglada y no reglada.

La represión no reglada es la represión violenta que se hace sin la menor apariencia legal. La que llevan a cabo las brigadas del amanecer, los militares, las milicias de Acción Ciudadana, que se toman la venganza por su mano. Al primero que se les cruza le meten cuatro tiros, le dan de palos o le meten una purga de ricino. Aquí posiblemente no fue muy grande —no lo aseguro—, porque comenzó muy rápidamente la represión reglada. En la península, en cambio, fue la que dominó en las zonas donde triunfó la rebelión, al menos hasta febrero del año 1937. Fue la llamada Etapa del terror caliente, que no era reglada pero sí estaba perfectamente encauzada por los militares, no por los carlistas o los falangistas, que eran meros auxiliares y ejecutores. Eran los militares los que la organizaron.

Respecto a la represión reglada, es algo muy curioso que cuando se comenzaron los consejos de guerra, es decir, la justicia reglada aparentando una cierta legalidad, en todos sitios se hizo invocando a la misma ley constitutiva del ejército de 1876, por la cual el ejército debía imponer el orden constitucional frente a enemigos exteriores e interiores. Pero claro, esta ley estaba sometida a las normas de la constitución de 1876, que ya estaba derogada por la constitución republicana de 1931. Por lo cual, no tenía vigencia. La ley constitutiva del ejército había sido sustituida por la ley de defensa de la República, de 1932. Por lo tanto, la aplicación de esa ley era una aberración. Además, se acogieron al artículo 2, que proclamaba que el ejército debía actuar frente a los enemigos interiores y exteriores, pero se dejó de lado que debía hacerlo a través de un decreto firmado por su Majestad el Rey y previamente presentado por el Gobierno, del que se responsabilizaba el presidente del Gobierno y el ministro de turno. Porque la de 1877 era una monarquía constitucional. Es decir, todo lo que no les venía bien a los militares en 1936 lo dejan de lado.

¿Una represión previamente planificada por los militares sublevados?

Lo que me pregunto es que si a todos los militares se les ocurrió aplicar la misma ley en todos los lugares al mismo tiempo. Nadie lo ha estudiado, pero yo francamente creo que no. Creo que alguien debió diseñarlo, y aquí es donde interviene Canarias.

¿Quién fue el cerebro jurídico del golpe en Canarias? Un comandante del cuerpo jurídico militar, Lorenzo Martínez Fuset, que era el asesor jurídico de Franco en Tenerife. Era también notario, se sacó el título en unas oposiciones restringidas en junio de 1936, y para las que estuvo 15 días, en el mismo mes, preparándose en Las Palmas, sorprendentemente. Fue también quien preparó el manifiesto que Franco hace en Las Palmas, las declaraciones del estado de guerra. Aberrante.

Yo creo que pudo ser que Franco le hiciera llegar a Mola las sugerencias jurídicas de Martínez Fuset —es una suposición—, porque Mola, que se sepa, no tenía ningún asesor jurídico en Pamplona. En cambio, Martínez Fuset salta a la gloria, pasa al cuartel general tras estar de ponente en varios consejos de guerra —que están perfectamente documentados— en Canarias y en los que lo normal era pedir la pena de muerte de manera rutinaria. Esos consejos de guerra nunca tuvieron la mínima validez jurídica.

Y conviven la represión reglada y la no reglada…

Sí, pero va decreciendo la no reglada, entre otras cosas, porque ya ha sido eliminada mucha gente y no quedan más por matar. Primero se mata a los responsables: líderes sindicales y de partidos políticos de izquierda, intelectuales, los cargos institucionales, etc. Aunque podían tener diferentes suerte. Por ejemplo: al gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, que se había enfrentado a Franco, lo matan. Al de Las Palmas se lo condena a muerte pero lo indultan y le conmutan la pena por 20 años de cárcel.

¿Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla?

No, eso es una estupidez. Está escrito en el suelo de la entrada de Auschwitz, pero no es cierto. La historia nunca se repite igual, aunque pueda haber similitudes. Lo que sí es verdad es que la gente que olvida lo hace corriendo cierto peligro.

 

 

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  • Gustavo Gil

    Las Palmas de G.C. 1965. Se licenció en Ciencias de la Información en Madrid y estudió cine en los EE.UU. y Cuba. Ha trabajado varios años como realizador y dirige la productora Conspiradores entre Madrid y Las Palmas de G.C. Cada vez tiene menos cosas y más proyectos. El último es la revista 7iM, de la que es codirector. Por lo demás, se encuentra bien, intentando trabajar lo menos posible.

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