Alí Hilal, palestinos en Canarias,

Familia Alí

Eran otros tiempos. En los años cuarenta y cincuenta en Gran Canaria, la pobreza y la solidaridad eran sinónimos. Nadie lo decía, no se alardeaba, simplemente era lo que había: ayudarse para sobrevivir.

A Hilal Alí Diab le preguntaban los vecinos: Julianito, ¿cuánto le debo? Y entonces sacaban su pañuelito con unas cuantas perras. Eso, con suerte, cuando la zafra había sido buena y podían saldar las deudas. Si no, Julianito esperaba a la siguiente ocasión, a ver cómo iba la próxima zafra, si venía buena, si había dinero.

Dicen que una de las características que define al pueblo palestino es la paciencia, al menos Hilal Alí la tenía muy desarrollada. Fue construyendo su vida poco a poco y, como tantos otros compatriotas, de un lado a otro del mundo, buscando el lugar idóneo donde la palabra valiera más que una firma; donde una ocupación para ganarse la vida no tuviera más riesgos que el no cobrar; un sitio donde encontrar una esposa y formar una familia.

Hilal Alí fue uno más de los palestinos llegados a Canarias que vieron transformarse su condición de emigrante en exiliado. Cuando nació, en 1906 en la localidad de Turmus Ayya, a 24 kilómetros de Ramallah, actual capital de Cisjordania, acababa de instalarse en Palestina David Grün, un polaco de 20 años que sería uno de los artífices principales de que cientos de miles de palestinos se convirtieran en exiliados. Lo hizo con otro nombre, David Ben Gurión, con el que pasaría a la historia como el fundador del Estado de Israel al mismo tiempo que comenzaba la Nakba (El desastre, en árabe) para una gran mayoría de los que ya habitaban en aquel territorio.

En aquel entonces, antes de las masivas arribadas de colonos sionistas, Palestina era todavía una provincia del Imperio Otomano y muchos jóvenes decidían marcharse al extranjero para huir de los alistamientos forzosos del ejército turco o simplemente por buscarse la vida en otro lugar. El caso de Hilal fue este último. Huérfano de madre desde muy pequeño, decidió abandonar la casa familiar cuando su padre volvió a contraer matrimonio. Primero marchó al Líbano, y desde allí viajó hasta Barcelona. Uno de los destinos preferidos para los que emigraban era Latinoamérica y, en ese recorrido, pasaban forzosamente por las Islas Canarias, donde su hermano Abdalá se había instalado pocos años antes y que ya contaba con una considerable colonia palestina.

Siguiendo los pasos de su hermano, Hilal llegó a Gran Canaria con 18 años, en 1924. Pero como la economía de la isla era entonces un ejemplo de miseria, prefirió seguir la travesía hasta Cuba, donde pronto encontró trabajo como vendedor de telas. Así transcurrieron dos años hasta que, harto de la violencia cotidiana y tras el mensaje claro y contundente por parte de unos asaltantes de que o entregaba lo que llevaba encima o le cortaban el cuello, decidió volver a Gran Canaria. Mejor pasar miserías, pero con la cabeza en su sitio.

Su negocio en Cuba eran las telas, y en él continuó en Gran Canaria. Primero se recorrió el norte de la isla, la zona más poblada en aquel entonces, con un fardo y una maleta, yendo de puerta en puerta para surtir a los paisanos de muselina para confeccionar las sábanas; drill para los pantalones de todos; y retales varios para los menos pudientes. En 1940, coincidiendo con el auge de la industria del tomate en el Sur, decidió instalarse en el Cruce de Sardina, donde las expectativas para hacer negocios eran mayores y podía abarcar el comercio de gran parte de la zona.

Pero poco antes de eso, ya con 34 años, pensó que ya era edad y decidió cumplir con su segundo objetivo siguiendo de nuevo los pasos de su hermano. Hilal renunció a la religión musulmana —de la que nunca fue devoto— para poder contraer matrimonio con María del Pino Santana pasando antes por la pila bautismal. Entre los inmigrantes palestinos varones solteros y de cualquier confesión llegados a la isla, se había extendido la idea de que las mujeres canarias eran muy parecidas a las palestinas en maneras y costumbres, e incluso hasta en su forma de vestir: los trajes largos, el recato y los pañuelos cubriendo el pelo. Así que la gran mayoría se emparejó con isleñas, formó familias y se integró totalmente en la sociedad canaria.

Reunión familar de los descendientes de Hilal Ali y Mª del Pino Santana.

La pareja se instaló en dos habitaciones que alquilaron en la casa de un pastor de la zona. En una de ellas montaron su pequeña tienda de ropa, y en la otra cocinaban y dormían. Allí nacieron tres de sus cinco hijos. Con el tiempo consiguieron el dinero suficiente para comprar un terreno cercano y fabricar su nueva casa. El negocio fue bien y ya no solo vendían a los aparceros que bajaban de sus casas en las cumbres para trabajar en la zafra. Son gente seria, solía decir Hilal. Campesinos empobrecidos que durante el verano se cosían sus propias ropas y que en octubre volvían a trabajar a los campos de tomates. Si no tenían dinero, a él le bastaba con la promesa del pago, haciendo valer siempre su máxima: La palabra vale más que la firma.

En 1948, la tragedia de la Nakba en Palestina no le es ajena a la pequeña comunidad de Canarias. Al igual que el resto de sus paisanos, los 250.000 palestinos que por diferentes razones se encuentran fuera de su tierra repartidos por el mundo, Hilal pasa de ser emigrante a exiliado forzoso. La creación del Estado Israel es el primer capítulo de la diáspora de la población originaria de Palestina y de la imposibilidad de la vuelta para todos los que se encontraban fuera. En los siguientes años se posibilitó la visita a los familiares que pasaron a residir dentro de Israel y a los que quedaron en la cercada Franja de Gaza y Cisjordania, pero la gran mayoría no se atrevía a realizar ese viaje y enfrentarse a los posibles castigos a sus familiares. Si existía la mínima sospecha sobre ellos por parte de las autoridades israelíes, los castigos eran ejemplares: multas, arrestos, expropiaciones y demoliciones de casas.

Muchos años más tarde, Hilal pudo viajar con su pasaporte español a visitar a su hermanastro Mustafá en Ramallah y al resto de la familia. Se rencontró con su tierra natal, con la cultura y la lengua de sus progenitores, acudió a la mezquita a rezar por respeto a la tradición de sus familiares. A pesar de que su casa y su familia estaban ahora en Gran Canaria y estaba deseando volver, le podía la pena, la nostalgia y la rabia por la injusticia que vivían los palestinos. En los siguientes años regresaría a Palestina a ayudar con lo que estuviera en su mano. Como el resto de sus compatriotas, se armó de paciencia ante la esperanza de la creación de un Estado palestino. Falleció sin poder verlo. Fue enterrado como cristiano, pero creyendo que la religión, la condición social y económica, el origen de una persona no son las cosas que realmente importaban. Lo verdaderamente importante para él era el haber cumplido su sueño de encontrar un lugar en el mundo, una familia, seguir siendo solidario con los que tienen menos y, sobre todo, apreciar la palabra dada, que vale más que una firma.

Los cinco hijos de Hilal Alí y Mª del Pino Santana.

Fotografías de Manu Navarro

Fuentes:

Familia Alí

Palestinos, de emigrantes a exiliados. Canarii (2008). José Abu- Tarbush

De estación de paso a puerto de destino. Canarii (2007). José Abu- Tarbush

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  • Marina Cardenal

    Gran Canaria, 1976. Es licenciada en Comunicación Audiovisual. Tras varios años trabajando como periodista, decidió dejarlo, marcharse a otro país, comenzar una nueva profesión, conocer otras luces, enamorarse del idioma alemán y de Hamburgo, ciudad en la que vivió hasta 2015. Todo ello, sin dejar de contar historias. Ahora desde 7iM, de la que es codirectora.

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