Samuel Jesús Gómez Rodríguez

Samuel Jesús Gómez Rodríguez – 57 – Celador

«Mis padres son de origen africano, concretamente de Ghana, pero yo nací aquí en Gran Canaria.
Por circunstancias de la vida mis padres acabaron mal como pareja y yo fui a parar a manos de protección de menores. Una hermana de la caridad de San Vicente de Paules, María Teresa Hernández Trujillo, se hizo cargo de mí, era de La Orotava (Tenerife) y se puede decir que era mi madre porque madre no es quien pare, sino quien cría.
De jovencito, entre 1972 y 1975, estuve estudiando en San Juan de Dios que en sus inicios no solo acogía a personas con discapacidad física o psíquica.
Hice unos cursos para optar a un puesto de celador. Antes no era como ahora, sobraba el trabajo y entrabas sin dificultad. Aparte tuve la suerte de tener a la hermana de la caridad trabajando de gobernanta en el Hospital Insular y me echó una mano para entrar en el año 1978.
Si querías trabajo lo tenías y, si lo hacías bien, te quedabas como indefinido. Actualmente en la sanidad están continuamente haciéndote contratos, bajas y altas.
El racismo ha existido siempre. Hay actitudes que son racistas pero otras que pueden parecerlo y no lo son, me explico: soy de los que piensa que cuando hay necesidad de por medio, ésta desconoce de razones. Yo llevo 38 años trabajando en el hospital. Mientras la cosa iba bien la gente no se quejaba pero ahora que están en paro y tienen que pagar sus hipotecas…, algunos me ven y piensan: yo sin trabajar y ese negro quitándome el trabajo. Esto no es un comportamiento que sientas dentro, es la necesidad la que te hace actuar así. Es una actitud de desprecio que se puede interpretar como racismo pero que para mí no lo es.
Por otro lado, hay personas que sí son racistas. De pequeño lo sufrí pero ya de mayor han sido pocas las veces y es un tema que manejo muy bien.
Hay actitudes que delatan, está la persona correcta y la persona educada. Para mí la educada es aquella que siendo racista se da cuenta que tiene un mal comportamiento y lo corrige. También hay personas que no se corrigen pero se comportan de manera correcta y su pensamiento racista no hay quién se lo quite. Lo hacen así porque el racismo no está bien visto en la sociedad actual. Por eso a veces es difícil distinguir quién es educado y quién es correcto.
Cuando empecé en el hospital tenía un compañero llamado Pepe que fue quien me animó a apuntarme al gimnasio. Yo nunca pensé que iba a verme compitiendo, lo hacía como afición hasta que un día, entrenando en el Liberty (antiguo John Brown Gym) de Vegueta, su dueño Jerónimo y su mujer me empezaron a patrocinar pagándome los viajes a los campeonatos.
Por mi estructura corporal el peso pluma era el que me convenía y tenía una buena genética. Fui siempre amateur, ser profesional no era fácil, además yo tampoco estaba por la labor, era mucho sacrificio. Aparte yo no quería tomar nada, cosa que siendo profesional era casi obligatorio.
Entrenaba con poco peso respecto a mis compañeros. Me alimentaba y entrenaba bien. Yo pesaba durante todo el año 72 kg y mi peso de campeonato estaba sobre los 67 kg, la diferencia de peso era mínima. Tenía una buena calidad muscular.
En el año 1975 competí en el cine Cuyás por primera vez y quedé quinto. En el año 86 fui subcampeón canario y al año siguiente conseguí el campeonato de Canarias en la casa de la cultura de Telde. Por esa época me presenté al campeonato de España, en Madrid, y quedé tercero. A la misma vez se celebraba el campeonato del mundo en el que quedé octavo.
En el año 1989 fui campeón de España en Astorga, León, y me llamaron para entrar en la selección española.
En el 90, en Leningrado, fui subcampeón de Europa, algunos jueces se acercaron a felicitarme y a decirme que debería haber sido el campeón.
Después fui a Kuala Lumpur y quedé sexto del mundo por delante del que me había ganado en Leningrado, con lo que se demostró que debería haber sido campeón de Europa.
Desde 1994 no hago pesas. Me operé de la nariz y la garganta porque roncaba como un tractor (risas). La doctora me dijo que las pesas a la larga hacen que las arterias se vayan endureciendo y pierdan elasticidad, en esa operación descubrí que era hipertenso.
Para mí no fue difícil porque era un hobbie, no me costó nada dejarlo. Lo único que hago es estirar a diario, 45 min por la mañana y una hora y media por la tarde.
De mi época de culturista lo que más valoro es todo lo que pude viajar, que es de la mejores cosas que puedes hacer en la vida. Lo peor de aquella experiencia fue la decepción que me llevé con el tema esteroides. Yo pensaba que todo era natural y cuando empecé a entrenar y vi cómo era la movida me decepcioné. Creía que todo era a base de entrenamiento, para mí es lo más negativo de ese mundillo».

Artículo que forma parte del proyecto Islanders, cortesía de Rubén Grimón 

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