La imagen y el relato

Sobre Cataluña y una fotografía de Manu Navarro

El objetivo es siempre la ovación final. Los aplausos significan victoria para los actores.

Pero en esta representación hay que adivinar la verdadera historia, lo que no se cuenta. Los actores conocen la verdad, pero expresarla significaría aceptar las medias verdades de los otros y las propias, también las mentiras, el público podría desilusionarse.

La realidad debe ser reconstruida, los actores identificados, así como sus verdaderas intenciones, sus pensamientos y acciones. Para ello están los artículos de opinión, los análisis de los expertos, los editoriales y las publicaciones en redes. Todos parecen conocer la «verdadera» historia, los movimientos de fichas de los independentistas, la pasividad del gobierno de turno, el silencio de los no independentistas. Ardua tarea para el público.

Joan Tardà explicó a un grupo de universtarios catalanes que se convertirían en delincuentes y traidores todos aquellos que no participen en la construcción de los muros de la futura república. Da miedo. Y el gobierno de la nación llama delincuentes a los que organizan un referéndum declarado anticonstitucional, pero no ilegal. El poder judicial —no el gobierno— ordena detenciones, registros y confiscación de material subversivo. El ministerio de interior envía policía de refuerzo a Barcelona en un crucero decorado con la imagen de Piolín y el Coyote—el perseguidor siempre termina mal parado—, y da pena, risa y miedo.

Ambos tienen razón, pero es una razón en la lógica del espectáculo, no en la de la vida. Ambos relatos dan miedo en la medida que no exponen ninguna duda. Y en la vida real siempre existen, incluso para los que declaran no tenerlas: ¿qué hay de las razones del otro?  ¿Adónde vamos sin las dudas del otro?

En esta fotografía de Manu Navarro no hay vida, ni dudas, solo espectáculo frente a la fachada del Teatro del barrio (Sala Triángulo), en el barrio madrileño de Lavapiés. En ella se representa la obra Masacre, una historia del capitalismo español. No sabemos si se preparó adrede el escenario, pero no cabe la frivolidad en la casualidad o no de la puesta en escena y la actuación: Joan Tardà con gesto cansado —quizá por tantas representaciones—, una mano en cabestrillo y la otra con el puño en alto. A su lado, un pensativo Jordi Cuixart sí parece estar inmerso en un momento de duda. Puede ser. Después de todo, el show debe continuar, pero hay que saber cómo. Las cámaras están atentas para ofrecérselo al público.

Mientras en Cataluña se habla de república, referéndum, derechos y participación ciudadana, constitución sí o no, legalidad y soberanía; en Canarias recibíamos a la reina Letizia con la misma mansedumbre y ternura de siempre. Todo muy noble, muy constitucional, muy democrático, muy de súbditos agradecidos. Un relato que también da miedo, pero esta es otra historia, en este caso, muy real.