locutorio, Martín Parra, relatos

En el locutorio

Aquí, de procastín locutoriano, que es una página de mis «Cumbres Borrascosas» doblada hacia la calle mojada, estoy magnífico.

Me rondan los palmeros del bulevar; el bule, si se me permite.

―Que salgas pa fuera, que dan comida de mono.

―Bueno.

Y luego ella, sí, complacida en ejercer su coacción lírica contra mí (y esto es un redundarme, que ya se lo he dicho; pereza reglada del destemple finisemanal):

―¿Qué práctica observan los borrachos como tú?

―Pues mira: primero, no desayunar, para que las ganas vengan tibias.

―¡Qué práctico!

―Segundo: buscarse las apreturas por cualquier lado.

―¡Anda!

―Tercero: vocear y dar unas coces así como hieráticas, con mucho juego de pezuña, para que no te tengan por perezoso.

―¡Qué tío!

Amén de no perderle el pulso a los usos sociales, claro, aunque esto no se lo he dicho, por lo de conciliar reinserciones (esta chica estremece).

Lo cual que, aunque me cunda la atrofia, me resisto al tremendismo espectral del bulevar, que tengo que escribir esta pequeña ficción.

Vuelvo al locutorio y a lo de los usos sociales; los usos sociales son normas que estructuran la acción humana y la convivencia social en aquellos aspectos no preceptuados por los ordenamientos jurídicos, morales o políticos. Pues muy bien, oye, superb. ¿Y qué hago con los descuidados de bolsa? Es que ando un poco insolvente…

Paseo la vista a través del escaparate (estoy de maniquí, pegado a la cristalera) y como que quiero encontrarme en la brisa del paseo, y en lo tembloroso de unas luces de quiosco gitano.

―¡Niño, el generador!

La tesis de esta narración es más bien burda: ¿cuántos os sentís huérfanos de alientos cercanos/risas descaradas? Vivimos una soterrada fiebre de enviar solicitudes de amistad, de contactos, de notificaciones. El alcohol sube muchos grados en todas las cabezas, y el rico espectáculo humano tarda en deslumbrarnos, porque aún nos resistimos. Oye, nena, ¿pedimos un chivas? Andas secreteando entre agradecimientos y cercanías, pero… ¿nos damos calderilla?

He dejado al hombre; juego a enviar mensajes privados.

¡Qué desmayo!

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