Entrevista a Manu Brabo

Fotógrafo, premio Pulitzer 2013

Lo más sorprendente de un hombre que se juega la vida por hacer lo que le gusta no es la certeza que lo guía, sino las dudas que sortea.

Manu Brabo no es un fotógrafo estrella, aunque lleve dos tatuadas: Hendrix y Camarón, cada uno en un brazo. Al menos no juega a eso, al esplendor fácil y efímero del marketing del Yo estuve allí. Explica de forma calmada, entre cigarrillos, lo que significa contemplar la guerra, vivirla y fotografiarla, aunque en sus gestos se intuye que le parece que el esfuerzo es inútil, si no, ¿a qué hacer fotos? Por mucho que cuente, hay cosas que deben vivirse si quieres conocerlas de verdad.

Nació en Zaragoza en 1981, estudió en la Escuela de Artes de Oviedo, cogió una cámara y fotografió casi de todo para ganarse la vida. Luego decidió irse a otros lugares en busca de imágenes y sus historias. Lo secuestraron en Libia los gadafistas en 2011. Dos años más tarde ganó el Premio Pulitzer de Fotoperiodismo. Y al año siguiente paró: su compañero James Foley fue asesinado por el ISIS. Dejó de hacer fotos por un tiempo. Luego decidió volver al tajo, seguir fotografiando la vida y la muerte allá donde se den de hostias. Las dudas y las certezas.

***

¿Cómo se acerca uno a trabajar a un lugar en guerra?

Pues depende del sitio. En Libia me animé a entrar porque la gente con la que había estado trabajando querían hacerlo y decidí “seguir la ola” —si la pillas, la pillas— y no me planteé mucho más. Iba con gente que tenía más tablas que yo, para las que no era su primer conflicto, y lo que hice fue dejarme guiar.

La primera vez que fui a Siria en 2011 entré con James Foley [asesinado por ISIS en 2014] y con Zak Baillie, que ya llevaban un tiempo trabajando allí. Estuvimos un par de días en Turquía y luego cruzamos la frontera. Ellos lo tenían ya todo planificado, así que, simplemente me uní a ellos.

Otras veces hablas con algún compañero que te pone en contacto con un fixer [persona que conoce el terreno y que normalmente hace de guía y traductor]. Y si hay que entrar a las bravas en un país, te ponen en contacto con el contrabandista. A partir de ahí comienzas a tener estructuras fijas.

O te pones en contacto con alguna ONG, como la primera y única vez que estuve en los territorios ocupados, en Palestina. Me puse en contacto con una amiga que estaba en Ramalah, aterricé en Tel Aviv, me vinieron a buscar y todo fue rodado. Ahora acabo de llegar de Costa de Marfil, donde estuve haciendo un trabajo para otra ONG y ellos lo han facilitado todo.

También hay grupos en Facebook donde periodistas de todo el mundo intercambiamos información logística, qué es lo que necesitamos para preparar el viaje. Yo no soy de los que intentan llegar el primero a los sitios. Hay gente que entiende que la exclusiva está en llegar antes, pero a mí no me gusta asumir esos riesgos. Esos periodos en los que juegas más a los espías que a los periodistas, ni se me dan bien, ni creo que sea el territorio en el que un fotógrafo puede dar más de sí. Me gusta trabajar sabiendo que tras de mí hay un terreno por el que puedo correr, que no estoy en territorio hostil. Me parece igual de importante tener un plan de entrada que tener uno de salida.

Eso significa confiar en gente que puede tener tu vida en sus manos.

Básicamente, sí. Y eso, normalmente, funciona. En casos como el de Siria, por ejemplo, tienes que confiar en tanta gente que desconoces, que igual ni se llevan bien entre ellos, tu vida depende tan poco de ti, que es cuando te planteas: ¿sabes qué?, que le den morcillas. No quiero ser el enésimo periodista que secuestran, no quiero pasar de nuevo por eso, ni salir en Youtube y que me corten la cabeza. Aunque no lo parezca, uno se hace más prudente con los años.

¿Te manejas en inglés?

Sí, con el inglés te manejas muy bien en todos lados. Cuando buscas un fixer intentas que sea alguien que lo hable. Algo bueno que tenemos los fotógrafos es que no necesitamos a nadie con un nivel de inglés tan alto como necesitaría un escritor. Con que sepa decirme el nombre de la persona, qué pasó y por qué llora, dicho entre comillas, para mi trabajo es suficiente. Estamos trabajando en la calle, no hacemos análisis político, ni manejamos un montón de datos.

Luego, después de seis años, controlas el suficiente árabe como para preguntar algunas cositas que son interesantes, como: ¿Hay francotiradores en esta calle?; Dame un cigarro, tío [risas]; ¿Por dónde está el frente?

¿Y cómo se maneja el miedo?

Al empezar de cero en un lugar es cuando sientes más miedo. Te despiertas por la mañana y te cuentan que va a haber una ofensiva en no sé dónde. Entonces te juntas con los tíos que te llevan y vas en la pick-up, avanzando por las calles y pensando qué coño hay ahí… eso desconocido que, de alguna manera, ya sabes qué te vas a encontrar. Estás esperando a ver cuándo empieza todo el follón… Y una vez que empieza, la adrenalina hace su trabajo. ¿Cómo lo gestionas? Yo no utilizo ninguna táctica, se gestiona o no se gestiona. La primera vez que estuve en un combate serio fue en Libia, y me acuerdo de que íbamos unos cuantos compañeros y uno de ellos entró en pánico. Todos nos pusimos a cubierto pero él se quedó al lado del coche diciendo ¡Vamos, vamos!, mientras pasaban los aviones de Gadafi, no pudo moverse de allí. El miedo te puede impedir actuar como debes y eso es lo peligroso. Ese pensamiento siempre está ahí. Que sea lo que tenga que ser, pero trata de mantener la calma. No creo que sea un ejercicio consciente de gestión, simplemente lo tienes o no lo tienes. Que lo haya hecho hasta hoy no quiere decir que mañana no me dé a mí, o que me vea en una situación en la que me diga: No aguanto, me vuelvo.

¿Recuerdas la primera vez que fotografiaste la muerte?

La primera vez que me metí en un combate gordo fue en Bengasi. Entró una unidad de fuerzas gadafistas y se montó un follón de la hostia. Recuerdo que durante los combates no vi a nadie morir, pero cuando llegué a la morgue del hospital y vi lo que había pasado me dije ¡hostia! Todos aquellos cuerpos apilados, los cadáveres de los gadafistas tirados por el suelo y numerados. Y de pronto entran unos guerrilleros con una caja de munición. Yo me quedé extrañado, preguntándome adónde iban con aquella caja, y cuando la abrieron vi que eran los restos que habían podido recuperar de un compañero… no sabría decirte si aquello era carne o carbón. Esa fue la primera vez. Luego ya vinieron otras muchas.

La fotografía del Pulitzer: uno la hace, bajas la cámara y, ¿qué pasa luego?

La historia comienza antes, porque vas viendo venir lo que va a pasar. Cuando trabajas en un frente sabes que un sitio donde vas a encontrar información sobre lo que está pasando son los hospitales: allí llegan los muertos y los heridos.

Recuerdo que ese día estaba hablando con los médicos y entró un hombre con un niño en brazos. Al niño lo llevaron a la sala de operaciones y al rato llegó otro señor, que era su padre. Los médicos me dijeron que un francotirador le había pegado un tiro en el pulmón y pensé que aquello pintaba mal.

No tenía la foto muy clara, pero sabía que cuando ese padre saliera con su hijo iba a ser una escena impresionante, que iba a contar lo que allí sucedía. En ese instante sabes que te vas a meter en un momento de la vida de un persona que si fuera yo igual me levanto y le pego dos hostias al fotógrafo. Así que trato de no abusar, hacer mi trabajo lo más rápido posible: buscar el encuadre, medir bien la luz, decidir la distancia focal y desaparecer. Voy a ser ofensivo, seguro, pero trato de serlo lo menos posible. Es decir, trabajar de una manera casi quirúrgica: conocer la técnica, cómo funcionan las cosas, y una vez que tienes la foto, no insistir. Porque ese señor tiene todo el derecho del mundo a tener su intimidad aunque esté en medio de la calle, y a que nosotros la respetemos.

¿Qué pasó en Libia, qué falló?

Pues no lo sé. Quizás que la guerra es así. Falló que yo llevaba mucho tiempo haciendo el macarra con James [Foley], nos había salido todo bien y perdimos la noción de… ¿sabes?, llega un momento en el que te crees invencible, que piensas que esas cosas no te van a pasar a ti. Llevaba mucho tiempo trabajando allí y estaba muy cansado, comíamos mal, dormíamos poco y eso afecta a tus capacidades.

Falló el ego, que nos hizo saltarnos todas las medidas de seguridad habidas y por haber. Falló que la cabeza no estaba en las condiciones óptimas. Falló que estábamos cansados. Y falló… pues eso, que sabíamos que los rebeldes eran unos desgarramantas. Es que no nos mataron a todos en ese momento porque decidimos bajarnos del coche en el que íbamos y dejar que siguieran ellos, porque vimos que eran muy inseguros. Lo que no sabíamos era que, en un momento dado, en vez de bajarnos allí, teníamos que haberlo hecho 500 metros antes.

Los rebeldes avanzaron hacia un sitio en el que yo había estado el día anterior y les dije a mis compañeros que bajáramos de la camioneta. Era una posición elevada, en medio del desierto, con algunos árboles, y pensé que aquello olía a emboscada. Y, efectivamente, comenzaron los disparos. Los coches de los rebeldes que no saltaron por los aires comenzaron la huida. Nosotros estábamos algo distanciados y cuando vimos que venían hacia nosotros… un coche con un tío disparando con una cinta verde en la cabeza, nos dijimos: Pues ahí están los que no queríamos encontrarnos. A partir de ahí, solo nos planteamos huir, pero los únicos que huyeron fueron los rebeldes…. El resto está en las noticias… 43 días de cárcel en cárcel, interrogatorios…

A toro pasado, sí, podemos decir que la cagamos. Pero si hubiera salido bien, habríamos vuelto al hotel con unas fotos de la hostia y sacando pecho, pero no fue así. Así que, lo que digo siempre: Saca tus conclusiones y cambia tu modus operandi. Porque por esa cagada un compañero acabó en la cuneta [Anton el Harmmel falleció por los disparos] y otros tres acabamos en la cárcel [junto a James Foley y Claire Morgane Gillis].

Todo el mundo habla hoy en día del poder de la imagen, en cambio, no se la trata bien en los medios de este país, ¿por qué?

Hay que plantearse el marco geográfico en el que nos movemos: España. No se trata igual al fotógrafo aquí que en Francia, en Alemania o Italia. Creo que aquí tenemos un problema, no ya solo de cultura visual, sino porque en la prensa de este país se entiende la fotografía como esa mancha de color que le va a dar un poco de ligereza al texto. Por otro lado, con esto del digital, se ha caído ese aspecto áureo, de alquimista, que tenía el fotógrafo: revelar el negativo, positivar, etc. Ahora tomas la fotografía y va directamente al ordenador, con lo cual, se entiende que se abarata el producto. Y por otro lado, eso lleva a que cualquiera se puede comprar una cámara, se va al Festival de los colores de la India y ya es freelance. Y está también ese rollo de mirar por encima del hombro al fotógrafo, como si no fuera un profesional de verdad: Manda al redactor con una compacta, que es para una rueda de prensa, que le den morcillas. Para un incendio no sé dónde, eso lo puede hacer mi tía la del pueblo. Todo eso lleva a que vivamos en un país que maltrata a los fotógrafos y la prueba está en lo que los medios les pagan, a ellos y también a los redactores. Pero es verdad que aquí tenemos una especial capacidad para ningunear nuestro trabajo.

Luego, eso sí, cuando nos secuestran, nos dan un Premio Pulitzer y no sé qué, algunos sacan pecho. Y, ni me han secuestrado gracias a ellos, ni he salido de ahí gracias a ellos, ni he ganado el Pulitzer gracias a ningún medio español.

Es algo que pasa incluso en los nuevos medios digitales.

Nuevos medios, viejos defectos. Nosotros en Memo Magazine pagamos lo mismo que Times por un slideshow y nos hemos propuesto que si no hay pasta no se compra, y no se rellena hueco, por principio. Pero si abres un medio nuevo y me encuentro que me vas a pagar lo mismo o menos que los viejos, pues lo siento mucho, te puedo echar una mano al principio, pero si esto no cambia yo no trabajo más contigo. Porque, vuelvo a lo de antes, que a mí me den un bolígrafo no significa que sea escritor. Y si a un escritor le das una cámara de fotos tampoco se convierte en fotógrafo. Creo que aquí este concepto no se acaba de entender.

Muchas veces, para mantener tus principios no puedes tirar tantas páginas o tantos números. Entiendo que tienen que entrar fotógrafos nuevos, que quieren publicar y que están obligados a aceptar un precio más bajo porque lo valoran con unas perspectivas de crecer. Entiendo que eso va a pasar siempre, pero también entiendo que llegado un nivel, si me pides una colaboración, un reportaje por 250€… Lo siento, no. Multiplícalo por cuatro y empezamos a hablar. Y si no, busca a gente que esté empezando y tu calidad bajará. No hay más hostias.

Hay otro fenómeno en este país, el de la censura, lo que está pasando con el humor, que incluso se lleva a juicio. ¿Crees que puede llegar a pasar con cierta fotografía?

Creo que eso ya está pasando. Cuántas veces te encuentras con cartas al director diciendo que una foto ofende a la sensibilidad de los niños: ¿Por qué mi hijo tiene que ver en el periódico o en el telediario este tipo de cosas? Bueno, primero: si su hijo lee el periódico debería estar contento, porque no pasa muy a menudo. Segundo: no puede ser que nos ofendamos por eso y luego podamos llevar a los niños a un estadio de fútbol a llamar hijo de puta a todo cristo, a cagarse en la madre del cordero, a decirle al árbitro Hoy, tú de negro. Mañana, tu familia; y que eso esté bien. Tampoco está bien que aislemos al niño de todo eso y se ponga a ver películas de ficción en las que el gasto en tomate frito es el presupuesto de un país como Malí para construir carreteras.

Con esos gestos, al final lo que consigues es que la gente viva aislada de lo que realmente sucede en el mundo, de lo que te vas a encontrar cuando vayas a una manifestación y haya palos y la gente sangre; o te vayas a un  bar a tomar copas y la gente se pelea; o vayas por la carretera y hay una accidente y aquello es un drama.

Por los motivos que fueran, se ha decidido que esto sea de una manera determinada, los medios no se mojan para decirles NO a los anunciantes o a los que ponen la pasta, o a quien sea. Y al final tienes que ir contando las guerras con la ausencia de imágenes que… Tampoco creo que debamos caer en el gore, pero sí que es cierto que hay que enseñar qué es lo que pasa si te disparan, por qué la gente llora… si ha habido una matanza y han muerto cuarenta niños, pues igual toca ver un poco de mierda, ¿no? No podemos hablar de todo esto sin que se sepa lo que pasa de verdad, sin que se vea.

Tú publicas en el New York Times y otros medios americanos, ¿pasa algo parecido allí?

Ten en cuenta que los Estados Unidos es un país, entre comillas, muy jovencito. No tiene una tradición de la historia del arte tan rica como la nuestra: desde Altamira hasta hoy tenemos ejemplos de todas las manifestaciones artísticas. Y ellos han nacido casi con el nacimiento de la fotografía, es el arte con el que mejor se han identificado: con la fotografía fija y con la fotografía en movimiento. También tiene una cultura de la violencia diferente… el Far West está ahí. Igual que tienen mucho más cuidado de no caer en lo gore, también entienden que hay que tratar las cosas como son.

Es que nosotros vivimos en un país en el que, de cara a la galería, mis hijos no pueden ver ciertas fotos, pero en cuando cierro la puerta de mi casa le doy una paliza a mi mujer. Este rollo de sociedad hipócrita nos lleva a situaciones como que a unos titiriteros que digan Gora ETA en una obra, acaben en el talego, y que otros te roben 50 millones de euros y se vayan de rositas.

Hace poco salió Andrea Levy recitando un poema de García Lorca porque se cumplían los 100 años de su nacimiento. A ver, tú y tu partido me estáis diciendo que no podemos levantar a los muertos de las cunetas, que no estáis haciendo nada al respecto, y me dices que le estás rindiendo homenaje a uno de esos fusilados. España es así: Espakistán.

Uno de los discursos es que hay tal sobreproducción de imágenes y la consecuente sobreexposición a ellas, que ya cansa, pero en cambio, de la producción de estupidez no parece que nos cansemos.

¿La gente está cansada? Sí. Yo estoy cansado de ver en Twitter o en Facebook: Estoy en París, estoy en Cuenca… Yo estoy cansado de que el álbum de fotos que antes estaba en el salón y solo se enseñaba a los amigos, lo tenga que consumir en un espacio público. Pero yo no estoy cansado de imágenes de calidad. Yo no estoy cansado del ojo, ni del intelecto, ni de los sentimientos, ni del juicio crítico de un buen fotógrafo. Estoy cansado de la cantidad de imágenes de mierda que pasan todos los días delante de mis ojos, eso me satura. Eso es ruido. Lo otro, para mí es música.

En diciembre hicimos la exposición Mare Nostrum, de Memo, y en una ciudad como Zaragoza ya han pasado 18.000 personas a verla. No me parece que la gente esté cansada de imágenes, no lo parece.

¿Algo falla cuando el discurso de Cristiano Ronaldo tiene 53 millones de seguidores en Twitter?

Uuhhhhhh! Ese es su discurso más elaborado [risas]. España es tonadilleras y toreros. La fama, esa proyección de ¡hostia! Y si yo fuera… la idolatría, eso está en nuestra cultura. Al final, puede haber más gente a la que le interese seguir la vida de este señor, saber dónde pasa sus vacaciones y qué marca de calzoncillos utiliza, que saber a dónde han ido todos esos millones y millones que se han chupado éstos con el Canal de Isabel II.

Entonces, sí, creo que algo falla. Llámame conspiranoico, pero al final, que haya todo este rollo «por su seguridad»: por su seguridad no le voy a contar cómo son las cosas, por su seguridad no le cuento cómo es una guerra, por su seguridad le voy a estar grabando todo el rato… Por MI seguridad, NO ME ROBES. Por mi seguridad, dame una buena educación. Es algo desesperante.

Tú te preguntas: ¿quién me ha educado? Pues han sido mis padres. He aprendido un montón de cosas en el colegio. He tenido la suerte de que soy de una generación en la que los profesores venían de pasarlas putas, de una transición, etc. Pero ahora, creo que hay mucha gente acomodada, donde los valores… —parezco un viejo, pero es que es así—… no sé si la gente sabe lo que es pasarlas putas, pero yo he vivido siempre con el runrún de unos padres que me decían Cuidado, que aquí pueden venir maduras, que me hablaban del sacrifico, del curro, de la educación —aunque sea un macarra—, de dejar salir antes de entrar, de tratar a la gente mayor de usted.

El otro día veía un vídeo, de estos que se hacen virales, en el que le preguntaban a tres chicos de un barrio de Madrid y no tenían ni idea de quién era Adolfo Suárez. Pero seguro que saben lo que cuestan las pastillas en una discoteca, o saben gritar como Ronaldo ¿Algo falla? No, fallan mogollón de cosas.

¿Te has encontrado con una foto y te has dicho: esta no la hago?

Sí, sí, sí… [sonríe]

Esta no la cuento, ¿también?

¡Uf! [risas] Ahí está, si no la hago no la cuento… pero sí, me he encontrado con fotos y he dicho que esa no la hago por diferentes motivos. Por ejemplo, querer seguir trabajando al día siguiente, porque si la hago va a salir publicada y me van a cerrar el grifo, y es importante darle continuidad a esta cobertura. Aunque en otras ocasiones la he mandado diciendo: al carajo la cobertura. Y otras veces por… [silencio]

¿Por pudor?

Por pudor no creo, pero sí por complicidad con la gente con la que estás allí trabajando, haciendo las fotos, o porque te han dicho directamente que no la hagas porque te van a partir la cara. Sí, ha habido situaciones en las que decides que vas a ser espectador y no los ojos de nadie.

En ese día a día de tu trabajo, ¿cómo te lo montas?, ¿llegas al hotel o donde estés y desconectas?

Bueno, en muchas ocasiones no hay ni hotel ni nada, con lo que tampoco hay una desconexión. Otras veces, si tienes un hotel con bar, pues te quedas con los compañeros tomando unas birras, te echas unas risas y ya está.

Al final, mi día a día no es tan diferente al de alguien que trabaja aquí. No vamos al gimnasio y esas cosas, pero también se convierte en un rutina. Yo recuerdo que en Alepo terminaba de currar y luego me bajaba al mercado a comprar huevos y patatas para hacer tortilla con los chavales de la casa en la que vivíamos. Ahora en Irak, por ejemplo, llegaba de currar, editaba, me daba una ducha y si estaba cansado me ponía una peli, y si no lo estaba me bajaba al bar.

¿Hay humor?

Por un tubo… [risas]

Humor negro…

Y de todos los colores…[risas] Sí, sí… Yo siempre digo a los colegas: Si hay un micro abierto y nos graban, el factor humanitario lo perdemos del tirón. Los más hijos de puta que hay allí somos nosotros, pero es la forma de procesarlo, de sacarlo de otra manera que no sea pensar que me voy a cortar las venas.

Ahora en Irak le íbamos poniendo nombres a todos los muertos que nos encontrábamos del Estado islámico: Abu, cualquier pijada. Que era chino: Abu Jackie Chan. Había uno enterrado boca abajo y con las piernas abiertas: Abu Van Damme. Uno al que se lo estaban comiendo los gatos: Abu Whiskas. Ya sé que no tiene ni puta gracia, pero cuando estás allí te descojonas. Si no, ¿cómo procesas tú cuarenta muertos en la misma calle? Hay que currar, hay que vivir, hay que llevarlo. La mochila con las piedras ya la llevas a la espalda, pero hay que intentar que sea lo más ligera posible.

Este humor que te sirve de defensa ha llevado a juicio a alguno recientemente.

Yo no tengo problema en decir estas cosas. Si hay gente que piensa que soy un carnicero por decirlas, le ofrezco la posibiidad de que se vaya allí y que la pilote sin reírse de nada. Que se pasen mes y medio trabajando en Mosul y que se lo tomen todo a la tremenda. Y que luego prueben a volver aquí, al mundo real, y traten de vivir sin un terapeuta, sin hacerse alcohólico… ¿sabes? No conozco a ningún periodista que no haga este tipo de gilipolleces, que no tenga este humor, este rollo socarrón. Tiene que reírse, sobre todo si piensa que mañana igual no existe. ¿Me estás diciendo que no me ría de la vida, que no me ría de la muerte cuando quizá mañana nos vayamos todos a tomar por el culo? Bueno, puede ser un punto de vista. El mío es otro.

El límite entre el bien y el mal. Todos queremos ser buenos, pero quizá el periodismo de guerra nos muestre qué fácil puede ser traspasar esa línea en un contexto determinado.

La gente dice: Matar está muy mal. Vale. Luego les preguntas qué harían con los islamistas que atentaron el otro día en Londres: A esos habría que matarlos. A ver ¿se puede aclarar usted?

El bien y el mal puede ser algo tremendamente subjetivo, porque los códigos que se manejan aquí no son los que se manejan en la guerra. Que yo esté aquí, haya un accidente de tráfico y comience a reírme de los muertos, no cuadra. Que estés allí y alguien suelte un chascarrillo no me parece de especial gravedad, o no creo que pueda juzgarlo con los códigos de aquí. Sí que es cierto que hay que poner unos límites, que eso no te da licencia para hacer lo que te dé la gana, que las salvajadas son salvajadas y que muchas quedan en esa especie de limbo… igual es un poco situacional todo esto, pero es así.

¿Por qué nace el proyecto de Memo Magazine?

Creo que una de las razones es que nos hemos encontrado cinco soñadores gilipollas. Luego, la idea con la que nace es la de mantener el mayor control posible sobre nuestro trabajo. Y luego, la apuesta firme era recuperar valores del periodismo con los que seguimos trabajando y que, en algunos casos, se están olvidando. Queríamos aprovechar las oportunidades que te dan las nuevas tecnologías para contar las historias de una manera más dinámica, jugosa e interactiva que ponerte a pasar una plantilla PDF con el scroll del ratón. Luego llegó la realidad y nos dimos cuenta de que es muy difícil tirar con este tipo de proyectos hacia delante.

Todos los miembros son fotógrafos con una trayectoria detrás, ya bastante conocidos. ¿Está funcionando más como magacín o como plataforma de servicios?

Ahora mismo tenemos el magacín un poco olvidado porque lleva mucho trabajo y supone una inversión muy grande. No podemos prescindir de hacer nuestro trabajo habitual porque tenemos que comer. Pero de ahí ha salido una cooperativa, proyectos expositivos, proyectos educativos, proyectos editoriales que se publican al final en otras revistas, ha salido una imagen de marca que hace que no sea un colectivo desconocido. No es que estemos al nivel de Magnum, Noor o VII Photo, pero bueno, la gente nos conoce. Al final lo mejor es que salen proyectos muy bonitos y que no se podrían hacer de otra manera.

Si tuviéramos la paciencia y la pasta suficiente para dedicarla a la revista, creo que es un producto muy interesante por el que seguir apostando. Pero sí es verdad que no hemos encontrado la misma respuesta a la hora de hacer suscriptores que para encontrar gente que nos ayudara a desarrollar el proyecto. El crodwfunding fue muy bien, pero las suscripciones no van tan bien. Mantenerla supone que las otras patas que sustentan el proyecto tienen que producir más de lo que están produciendo. No queremos meternos en préstamos, ni queremos anunciantes. Entonces, si después de dos números, tenemos que tener la revista parada tres años para sacar el siguiente número, pues parará ese tiempo, yo no tengo ningún problema. Lo que no voy a hacer es decirle a la gente que trabaje gratis, pedir las fotos gratis, los textos gratis, etc., porque prefiero no tener negocio a tener un negocio basado en aquello contra lo que nosotros nos hemos levantado.

Imagino que las leyes de la Red también afectan.

Nosotros lo hacemos todo. La parte de redes sociales la lleva Diego con otro compañero. Si toca ir a una fundación para un proyecto, pues es él el que va.

En cuanto a la extensión de vídeos y textos, es la que nosotros decidamos, que para eso el portal es nuestro. Al desarrollar el proyecto con los diseñadores y programadores, manejábamos el dato de que la capacidad de concentración y de atención de un ser humano está en torno a los 20 segundos —en el mono son 8—, si la movida no te entretiene, click y fuera. Así que tienes que contar con eso. También es una cuestión de mercado. Si tú miras la extensión de los reportajes del New York Times, necesitas un descanso, fumarte un cigarro y luego sigues. Aquí es muy difícil encontrar este tipo de artículos. A mí me han pedido 2.000 palabras del trabajo que realicé en Ucrania, que sale en papel, y al final he hecho 3.000. Les dije que se lo hice en capítulos y que si quieren que quiten ellos uno…

¿Lo escribiste también tú?

Sí, sí. Si un periodista hace fotos, yo escribo [risas]. Es verdad que cuando me fui a Libia yo escribía más y no hacía tantas fotos. Estudié también periodismo, aunque nunca lo terminé. Al final, creo que lo que cuenta es el dinamismo con el que construyes los proyectos. La gente vive a otra velocidad, tenemos que saber jugar con eso y concentrar la información en cápsulas… No todo el mundo está hecho para ver películas de Víctor Erice, tío [risas], y cada vez, menos gente. Adaptarse un poco a los tiempos no deja de ser un reto interesante. Si tienes que meter un vídeo de 5 minutos, un slideshow y unos textos para que todo sea dinámico y la gente pueda interactuar como en estos juegos de elige tu propia aventura, al final te vas metiendo en una amalgama de formatos que te pueden dar un buen resultado.

¿Contemplas pasarte al vídeo?

Los he hecho alguna vez cuando termino de hacer fotos. Si les envías una cápsula del frente a la agencia de minuto y medio con pum-pum, una señora que llora y aquí está pasando esto…, la televisión se lo come todo y las agencias también. Si por unas fotos te pagan equis, por un vídeo te pagan tres equis. Y de vez en cuando piensas que hay que rentabilizar el viaje. No soy muy técnico, no cambio las ópticas, ni llevo micro, pero el contenido compensa la técnica. Luego, además, lo van a coger los del telediario y te lo van a despiezar porque solo les interesa emitir veinte segundos.

Ahora sacarás un libro sobre fotoperiodismo.

Es una historia de Jot Down en la que yo colaboro con un capítulo de fotoperiodismo. Lo edita Enric González y debe estar ya a la venta, se llama Cada mesa, un Vietnam. Hay mucha gente potente en el proyecto. España es un país con medios bastante tristes y con profesionales de gran calidad, y en el libro hay un elenco de periodistas de copetín, puedes comulgar más o menos con lo que escriben, pero no dejan de ser grandes profesionales. Por cierto, yo no lo tengo, espero que me lo den gratis.

Te escuché decir el otro día que si no haces fotos te gustaría ser ebanista.

No lo sé. Dejar la fotografía me costaría un montón. De una manera u otra, seguir relacionado con la fotografía documental, con el fotoperiodismo, me gustaría mucho. Pero si acabo harto, me gustaría algo que me entretenga la cabeza, un trabajo manual. Te digo ebanista como te digo alfarero, algo en lo que me concentre, que sea zen y a lo que me pueda dedicar. Supongo que me cansaré de la fotografía como me cansaré del mundo. Entonces acabaré en una casa en el monte haciendo lo que sea, y cuando venga alguien, posiblemente lo reciba con una escopeta: ¡No te acerques..! [risas]. Algo un poco más humano, en el sentido de estar más apegado a la tierra: una casa, mis gallinas y que no me toque los huevos nadie. Porque si llega el día que me canse de la fotografía será porque me canse del ser humano… y de toda esta cosa que nos rodea. Pero por ahora no pasa por mi cabeza dedicarme a nada que no esté relacionado con la fotografía.

***

Manu Brabo (Manuel Varela de Seijas Brabo), Zaragoza, 1981. Se formó como fotógrafo en la Escuela de Artes de Oviedo y cursó estudios de Periodismo. Actualmente trabaja como freelance para varios medios y agencias internacionales, además de codirigir el proyecto Memo Magazine junto a otros compañeros fotoperiodistas. Recibió el Pulitzer en 2013 por su trabajo en Siria, también ha sido galardonado con numerosos permios internacionales.

Fotografías de Manu Navarro

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