corazón, relatos

Soledad

José Miguel Hernández

El tabaco en frente, el café a un lado, solo, amargo, el abrigo puesto y la jaula fría. La luz de la campana de la cocina encendida y la noche terminando de vagar por la vida. «Una ducha y a la cama». Con el cansancio, la calefacción se hace de rogar, y la silla, nunca se apreciaron mucho, se torna aun más desleal.

Espera el calor, de momento es todo lo que puede esperar. El resto, el resto es vacío, ordenado y vacío. Su corazón, de cuarenta y tantos en vida, no; su corazón es caos, rabia, desesperanza. Solitario, va rezongando por los recodos de su alma, culpándola de tantas redenciones, abandonos y mentiras.

Observa la foto impresa en la cajetilla. Conoce ese rostro de tanto que comparten. Los conoce a todos. Con el tiempo, se han ido convirtiendo casi en su familia. Al principio resultaban incómodos, desagradables, pero un día las frases tediosas que los acompañan desaparecieron y se fueron reconciliando, su mirada se posaba de otra manera en ellos, eran más humanos, más cercanos. Y su imaginación se disparó, otorgándoles una vida.

Hace tiempo que se han transformado en pequeños portarretratos donde guardar cigarrillos. La acompañan a todas partes, conocen su vida, sus sentimientos, su…, qué difícil le resulta nombrarla, aceptarla, combatirla. Y lo que en principio le llegó a producir repugnancia, fue haciendo aflorar en ella la ternura y misericordia que siempre faltó en su corazón. Todos buena gente. Se entendían, todos estaban jodidos por algo y todos necesitaban consuelo. Ella se lo daba, ellos lo agradecían. Ellos se lo daban y ella lo agradecía.

La confianza del roce le permitió comenzar, no sin esa timidez que a ella tanto la decepcionaba, cortas conversaciones que con el tiempo se convirtieron en algo más profundo y que le han ayudado a sobrellevar las largas noches de guardia, cuando el hastío se adueña de su cuerpo, convirtiéndolo en un peso incapaz de sobrellevar, con la obligación de una espera desvelada, silenciosa y solitaria. Ahora, las pláticas fluyen al pasear, en las compras, al preguntarles por sus gustos o lo que a ella le queda mejor.

Todo lo comparte. Incluso esos momentos que ofrece un cigarrillo cuando el café aún aletea en su paladar. Sus cafés y sus cigarrillos armonizan con tanta lujuria en su boca que desatan ese placer que resbala espalda abajo y le hace apretar las nalgas, someter piernas, obligar a los pies a estirar los dedos, para luego subir intenso hasta el vientre en aguijones de deleite. Al final, lo expira en un leve soplo de gozo, casi inocente, que escapa entre los labios.

Pero en el fondo de su alma, su corazón sigue bramando como crujido de puerta pateada, y trae esa realidad que de cuando en cuando amenaza su conciencia. «Maldita hacedora de desposeídos. ¿En qué me estás convirtiendo? Maldita soledad».

corazón, relatos
Autor Revista 7iM

Fuentetaja-Las Palmas

José Miguel Hernández. Siempre me han seducido las historias que me cuentan los personajes que de cuando en cuando se asoman a mi conciencia. Yo las escribo para resguardarlas del olvido.

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