Entrevista a Martín Parra

A propósito de Camille. Viñeta amorosa y, de paso, sobre literatura

 

Entrar en la escritura de Martín Parra supone el comienzo de un periplo literario singular. Lo es por el riesgo que asume el escritor y por el reto que plantea al lector. Uno debe acercarse con otra mirada, aceptar el lance, si quiere dejarse llevar de la mano del autor hacia ese mundo literario atípico, alejado de lo ordinario publicado.

¿Camille es una novela, es un diario, es poesía? El autor descarga de responsabilidad al lector y al reseñador: es una Viñeta amorosa. Sí, vale, pero es eso y más. Y a partir de ahí, uno debe meterse en este río literario de riesgo formal y argumental con la expectativa de disfrutar de un texto literario estimulante, a veces provocativo, siempre sorprendente, sin duda, díficil. Es literatura, simplemente, nada más y nada menos.

Un servidor lee Camille conociendo algunos textos anteriores del autor y, como de costumbre, desde las primeras líneas me pregunto: ¿Qué estoy leyendo?, sin poder dejar la lectura, abrumado y admirado por ese río de viñetas de una forma de narrar diferente. Al final, uno se pregunta cómo hacer una reseña de este libro, dónde encontrar las palabras, cómo definirlo, qué contar de él.

Ante tremenda tarea, me sumo a la afirmación del narrador en las primeras líneas de Camille: «parte de culpa en esto la tuvieron y siguen teniendo los libros». Mejor le planteo algunas preguntas.

***

¿La literatura se va pareciendo más a la vida?

La literatura es el último refugio del que no entra en la vida. La literatura o cualquier otra expresión contraria a la cultura reverencial a la que dedique uno su tiempo. No es una sustitución o complementación de nada, es una consecuencia. A la literatura se llega luego de algunas derrotas (insisto, “derrotas” como oposición al pacto burgués con la vida: producir, rentabilizar, etc.), de manera que, sí, se acerca a la vida, pero desde los reveses. Y como consecuencia progresiva.

Luego están los que escriben de manera remunerada unas columnas, en diarios o revistas. Los aplaudidos o consensuados. Pero estos no hacen literatura ni cuando perpetran su novelita. No por norma general.

¿No puede haber literatura en los aplausos y en la remuneración?

Es difícil responder a eso sin sentencias. Hemos de partir del supuesto de la no equidad, el cual, seguramente, rige la lógica artística de hoy: la creación gira en torno a las posibilidades de exponer/mostrar esa creación, y las muestras o exposiciones giran, asimismo, en torno a la producción de exposiciones (o sea, que tiene que haber alguien, un organismo, encargado de la parte promocional, lo cual entraña un lucro). Vamos, que el interés que despierta el arte, en sí, es nulo, a menos que puedas rentabilizarlo. El otro día hubo en Matadero una cosa así como muy glam, orientada hacia la poesía. Un escenario, neones y mucha altura de barbilla. Un festival de rock, a lo FIB… No sé, ¿qué intención hay detrás de estas iniciativas en que todo se confunde, se homologa, se amalgama? Hubo aplausos, pero: ¿hubo buena poesía?

Hay personas que llevan vidas literarias sin saberlo…

Seguramente queden así liberados de molestias. Libres de esa autocrítica que lo conduce a uno al extrañamiento de todo. Cuando se ha entrado ya en el sistema de la autocrítica, deja de vivir la persona. Vivir prevenido de sublimidad es una verdadera tiranía. Yo me alegro por todos y cada uno de ellos; en especial por los náufragos de rotondas. Y si pudiera, me retiraría de esto. Pero el coste de oportunidad es enorme (las opciones de vida de las que uno se ha bifurcado); ya no me queda opción de Caños de Meca y BMW.

… no saben que se convierten en letras y palabras, que sus historias tienen un ritmo y hasta un devenir dado por otro.

¿Y a quién responsabilizamos de que se conviertan en hecho ficcional? ¿Podrían ellos mismos, disuadidos de lo atractivo de sus contradicciones, ponerlo por escrito? ¿Pintarse? ¿Esculpirse? ¿Tendrían la voluntad para hacerlo? Literatura significa renuncia, y no todo el mundo está dispuesto a renunciar a algo por nada. Les es difícil asumir que hay que ir un poco más allá de lo que sus fuerzas y habilidades permiten. A mí no.

Renunciar a algo por nada… ¿algo habrá que compense ese alejamiento de la vida «cómoda»?

Desde luego que sí. Pero a esa decisión, a la conclusión suicida del “a la mierda el resto”, no se llega de una carrera. Luego uno se mira desde su pobre nobleza, tan cara y extravagante, y reconoce que, sí, ha merecido la pena. Pero ha tenido que ver de cerca cómo otros se acababan el plato, y él, nada. O todo, pero es otro menú.

¿Qué escritor te obliga a escribir?

El escritor disolvente, de hoy o de ayer; el escritor que requiere de algunas bombas para aclararse, a él y al mundo. Incluso algún escritor de literatura juvenil, que son los que mejor incorporan la instrucción y la fábula, en aparente desconexión con el resto del medio. Si me pides nombres, no voy a saber salir de los ataúdes.

Por favor, los cementerios a veces sirven de cobijo.

Aquí en Madrid, así como más ilustre, tenemos el de San Justo, y en una de sus tumbas Larra y Gómez de la Serna andan a codazos por acomodar fémur. Ya te estoy dando un par de nombres, nombres, entre otros, a los que siempre se puede volver, aun con rechazos, superaciones, etc. De ahí que no pueda decantarme por un autor en concreto, un único titular acreedor de erecciones; acaso ensanchando la etiqueta me haya seducido, en su día, la Generación del 27, con su ahistoricismo, su rechazo a las magnitudes históricas; los Beats yanquis, enseñando que existe una querencia de hogar en el camino, ya rotos los lazos de filiación; el Decadentismo francés de finales del XIX…

¿Alguno te ha dicho entre líneas que lo dejes?

¿Alguien anónimo? No. El que dice suele animar, seguramente porque no conoce el entorno literario y sus formas; el otro se calla, se lo guarda. En el peor de los casos, muestra indiferencia. Contra ésta tendría cada cual que orientar los misiles. Luego es una cosa de puntería, claro. Pero conmigo, si no estás en mis zapatos, o si tienes vocación de apostolado, no te metas. Y esta es una afirmación que puede dar pie (a mí me lo da) a nuevas y múltiples preguntas.

¿El riesgo y lo que se sale de lo ordinario es fácilmente criticable desde el consenso?

Me parece que sí, porque la renovación siempre representa un frente difícil para quienes han bregado por medrar, conseguir sentarse en el sillón. O sea que luego de mucho calibrar intenciones de terceros, mantener su candidatura y auparse a codazos, ¿van a cuestionar un cuerpo doctrinal en el que han crecido en cintura? ¿Van a buscar un puente hacia otra cosa? El consenso es tenebroso, y una merma de libertad. La literatura, así, nunca planteará espacios de consenso (es unilateral y subjetiva); es la tiranía de la belleza, que se manifiesta a través del hombre. Es la libertad asumida de uno, frente a los códigos.

Umbral, Cortázar, Tizón …

Tres nombres acertados, tres sostenes para días de reviento, como otros tantos. Una guía de sublimidad que asimilar. Yo veo la literatura como una indisciplina del hoy, y hoy siento que es la ocasión, no mañana ni cuando esté incapacitado, y arrastro tras de mí la alfombra de lecturas y descalabros y sonrisas, hasta que se caigan o hasta encontrar sustituciones para cada una de ellas, porque de lo de ayer no suelo acordarme. ¿Cuál era la pregunta?

No era una pregunta.

Ouch.

Los manuales aconsejan ser obstinados, perseverantes, ordenados y centrar el foco. ¿Primero se vive y luego se tira del manual, o al revés?

¿Sabes?, creo que hablamos de receptividad. Puedes pasar un día o dos urgido de obligaciones, pero abriendo una boca como un horno, de pan y cicuta, y el tercer día tener todo listo para la “construcción”, que no “creación”, como en algún sitio leí que diferenciaba Belén Gopegui. Mientras cante el zurrón, que no lo silencie la obligación (de escribir, de agotarte frente al blanco). Para esto no hay fórmula científica. La única ciencia, en literatura, es la que explica los latidos del corazón; que se pare, amparado de consumos, es una bonita ruptura con el mundo burgués, pero pone punto final al resto. Una putada.

¿Y en la escritura?

Creo que, en mi caso, vida y literatura exigen explicación de un mismo manual: la ceguera. La respuesta sería la misma que para la anterior pregunta.

¿El día a día es poesía y prosa?

Seguimos en el galop subjetivo, y esto me encanta. Cada nuevo día es rito y es juego. Rito por cuanto la competencia y la épica del escenario literario exigen devoción por el símbolo, uno, el que tú te fijes y fuera del cual todo se tambalee, un norte; juego porque nunca hay que dejar de depositar una levadura de cinismo en tu propia exigencia. Ser consciente de que el milagro viene de extraer del contexto habitual palabras y cosas. Y para esto hace falta una miaja de lucidez y de humor, ¿no te parece? La diferencia entre vivir en lírico y vivir en obligatorio es una palabra a tiempo, un hallazgo expresivo, un disparo contra la misma ritualización que uno se impone. Y luego ser capaz de perpetuarlo, claro.

O sea, una mujer, un paisaje, y hasta una foto de Instagram. Solo que visto en clave poética.

De pronto, uno se da cuenta de que solo es palabras ¿Da miedo?

Depende de cuán verdaderos sean esos anclajes al mundo corriente. Yo tengo dos hijas; ahí dejo de ser sólo palabras. Y muy agradecido.

¿Cuánta frustración y amor hay en Camille? Si no es cuantificable, como me temo, basta con algún adverbio o dos, quizás un verso.

Seguramente ese verso incluyera las palabras “militarización”, “final” y “gilipollas”.

¿Hay historias tras un epitafio?

Las habrá, solo que el epitafio entraña ya una violencia y una indisciplina. Estar muerto o manejar material muerto, es lo mismo. Lo que hay que hacer es descodificar la vida (reorganizarla después) y cogerle gusto al planteamiento lúdico de lo más grave. Hacer juego del fanatismo del que quiere estar vivo a toda costa. Habrá alguien que lo aprecie, y así seguirá tu historia.

¿Adónde van las palabras imaginadas, las no escritas?

Lo llevan a uno a una especie de dignidad salvaje, prácticamente extinta hoy en día. Vivimos, con la pérdida feliz del dominio o del gusto por el lenguaje, en la frase hecha, en el acervo subnormalizante. Todos sonríen. Yo me quedo con esta frase de Gómez de la Serna: La palabra no es una etimología, sino un puro milagro. Poco a poco vamos levantándonos contra nuestras consecuciones. Es un espléndido peaje hacia la destrucción.

***

Nació en Madrid en 1986. En otra vida, hoy borrosa, se licenció en Historia y tuvo dos hijas, probó la fiebre y paseó barrios portuarios. Ha publicado las novelas Un insólito día para Silvestre Mendo (Araña Editorial, 2013) y Epitafio para Heilipus (Queimada Ediciones, 2015), así como el ensayo Licaón o Guía ontológica para los muy emo (Araña Editorial, 2013), el poemario Corruptia: aforismos desde la trinchera (Queimada Ediciones, 2014) y la colección de relatos Bloggerías (Corona Borealis, 2016). Su última publicación se trata de la novela Camille. Viñeta amorosa (Queimada ediciones, 2017).

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