el gatopardo. sicilia

Cuestión de islas (Aproximación a El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi)

El Gatopardo, única obra póstuma de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, es considerada una obra maestra, pero es legítimo preguntarse cómo, en 1958, este libro, que conserva la clara herencia del “verismo” decimonónico, pudo abrirse paso en un país que había sido esclavo del Futurismo.

La idea del fatalismo tal y como se presenta en la novela, es decir, en cuanto aceptación de la esterilidad de la acción humana, es sin duda inesperada por la sociedad de una nación arrastrada a una guerra mundial merced al individualismo desenfrenado del ideal del superhombre, del líder que D’Annunzio había ensalzado. Los escritores de su generación, ciertamente, estuvieron más interesados en la ira de vivir, con la crudeza del neorealismo, que en describir sueños de un pasado polvoriento y decadente.

Se puede comprender la importancia de esta novela por su valor histórico, no sólo por la rivisitazione del “risorgimento”, sino como un retrato de la vida de una clase social, la nobleza, que acababa de extinguirse debido al referéndum de 1947, en el cual los chacales y las ovejas fueron llamados a elegir entre monarquía o República.

Giuseppe Tomasi habla como último descendiente de su linaje (también ostentaba el título de Grande de España), y nos desvela los secretos de sus antepasados (de su bisabuelo, el príncipe Fabrizio), los cuales, dejando a un lado los ideales y las determinaciones que tambaleaban Europa en su tiempo, habían descubierto una de las principales reglas de la sociología moderna: la ineficacia del ascenso social para las clases menos favorecidas, que carecen de los instrumentos sociales para mejorar su posición. Por el contrario, los miembros de las clases altas, aunque en ruina, poseen los recursos (importancia de la instrucción, espíritu burgués emprendedor) para que las generaciones futuras vuelvan al estatus precedente.
El príncipe de Salina, don Fabrizio, es un intelectual de la nobleza siciliana, respetado en los círculos de poder de una Sicilia que ha olvidado, o a lo mejor nunca ha conocido, el Imperio Español al cual pertenece. Su sobrino, Tancredi, está combatiendo junto a Garibaldi para conseguir la anexión de la Trinacria a la Península italiana y dejarla en manos de los piamonteses (casa de Saboya).

Las acentuadas diferencias económicas y sociales entre el norte y el sur de la aspirante nación habían siempre sido una evidencia; tanto como para proyectar una hipotética Italia unificada que llegase solamente hasta el Estado Pontificio (y descartar el sur). Pero sólo Fabrizio conoce hasta qué punto la idiosincrasia de la tierra a la que pertenece puede entrar en contraste con los ideales nacionales de una dinastía francesa y del héroe de los dos mundos (no sería compatible).

¿Qué es en realidad el “Risorgimento”? Si hasta la misma palabra tiene connotaciones de milagro, ¿por qué un pueblo históricamente inexistente, los italianos, decide unificarse bajo la sugestión de una península con forma ortopédica? Y, a su vez, ¿cómo puede éste (el risorgimento) influir en una isla tan cercana, pero tan distante, que ha mantenido siempre la independencia intelectual de todas las culturas que la han invadido, y que desde siempre ha tenido (y sigue teniendo) unos valores y unas leyes propias, arcaicas e impermeables al cambio?

La sicilianitá, cuenta Fabrizio a su sobrino, es la consecuencia de vivir en una región constantemente cálida, que olvida haber sido el puerto de muchas civilizaciones, cuyo verdadero rostro es el de la miseria de una tierra árida que devuelve a sus hijos sólo la certeza de la esterilidad de sus esfuerzos; donde la estaticidad de un día sin viento ha penetrado en las mentes, durmiéndolas. El pecado más censurable de los sicilianos es el hacer (emprender iniciativas), alejarse de la tradición y de su propia esencia. Con este panorama una revolución es imposible.

El mundo del príncipe de Salina es la selva. Los gatopardos son los listos, los que saben ir con la corriente y buscarse un sitio en las ramas más altas. Los chacales, los burgueses, saben hacerse con todo mientras las ovejas, los tontos, sueñan con el cambio y están dispuestos a morir por un ideal que no tardará en decepcionarlos y no cambiará sus vidas. Por eso Tancredi le convence: todo tiene que cambiar para que nada cambie, y Fabrizio comprende que, a pesar de la revolución, nada cambiará el destino de los gatopardos.

Tancredi es el personaje que representa el dinamismo de una clase social (una nobleza que buscar adaptarse), que rehúye la decadencia en la cual su tío se rehoga, y con ojo clínico burgués, a pesar de ser noble, analiza los próximos pasos para garantizarse un futuro digno de su estamento. Si antes estaba interesado en su prima Concetta, hija de Fabrizio, las vacaciones en Donnafugata le descubren las bellezas de Angélica (la hija de Calogero Sedára, el nuevo alcalde del pueblo, de orígenes muy pobres y con poca cultura pero que como chacal se hizo con una importante fortuna). Para mantener sus privilegios la aristocracia ahora tiene que mezclar su sangre azulada con la de unos comunes burgueses; diluirla así.

El rol de la mujer en el contexto de El Gatopardo es meramente de atrezzo. Aparte de proporcionar hermosura al entorno, la mujer es la encargada de difundir y hacer perdurar la familia en su esencia y tradiciones particulares. Las mujeres están relegadas al rezo y a la defensa del honor familiar (o son también los objetos sensuales en cuyas manos la familia deja su perpetuación y su prosperidad. El hecho de que Fabrizio sólo tuviera hijas mujeres es también motivo del fin de su linaje. Al fin y al cabo, Tancredi es sólo su sobrino).

Los sentimientos que Tancredi siente por Angélica son rápidamente olvidados por su empeño en la vida política de la nueva nación; su boda con ella había resuelto los problemas económicos que le impedían dedicarse a la política y parecen desvanecerse aquellos primeros anhelos.

Al final de la historia las hijas de Don Fabrizio son las encargadas de custodiar las reliquias familiares, perdidas entre un montón de polvo. Representan el fin de la estirpe de los Salina: el príncipe moría lejos de Sicilia sabiendo que su linaje habría de mezclarse con la burguesía (esto ilustra muy bien esa dualidad de clases que por fuerza acaban confluyendo). La nobleza que con los Salina moría, era una parte de la sociedad que todavía gozaba de razón por derecho divino; la modernidad les había traído un rol en la política de la isla.

Los gatopardos, astutos, vivían en otro nivel con respecto a los paisanos y los burgueses que les pedían protección o consejo. El pueblo de Donnafugata escuchó el consejo del príncipe de votar a favor de la anexión a Italia, mientras que los chacales (Calogero Sedára), que también votaron a favor del Reino, lo hicieron desde otra legitimidad: la que proporcionaba el dinero.

La aristocracia gozaba del privilegio absoluto de poder decidir con qué bando estar y no ser tratada nunca como enemigo (o no asumir las consecuencias) gracias a la intrincada red de poder, favores e influencia que habían ido tejiendo durante generaciones.

A las ovejas les era negado el derecho a elegir y a rebelarse. El relato “Libertá” de Giovanni Verga, habla de los hechos acontecidos en Bronte, en los cuales la población, al verse liberada del yugo español, se toma su venganza cuando advierte que todavía no se han repartido las tierras. La Baronesa y sus hijos, el farmacéutico, el hijo del notario… son asesinados por tener un poco de tierra y unos estudios que les podían permitir alejarse de esa vida de servidumbre de la gleba en donde las ambiciones son la causa de las desgracias.

El ejército de Garibaldi acude a sofocar la revuelta y después de un rápido juicio algunos son fusilados y otros encarcelados, mostrando claramente que no hay cambio que les libere de sus estatus de paria.

 

il gattopardo tomasi di lampedusa

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