Alexis Ravelo y Los Milagros Prohibidos - Entrevistas - 7 Islands Magazine

Alexis Ravelo y Los Milagros Prohibidos

Los Milagros Prohibidos es la última novela de Alexis Ravelo. Es la historia de dos hombres en la que ambos huyen. Uno intenta escapar de la persecución del otro. Y ese otro, precisamente y quizás sin saberlo, persigue porque le gustaría ser otro, tener lo que tiene el otro, convertirse en él, huir de sí mismo, y entonces odia, sin más, porque su huida sí que es imposible.

Es también la historia de otros, secundarios en la trama y protagonistas de la historia absoluta. Gente sencilla que vive en un lugar en medio del océano. Un punto olvidado por estadistas, políticos y demás gente de bien. Admirado por geógrafos, caminantes, poetas y administradores de rutas comerciales, entre otros.

Es la historia de unos días de toda esa gente en ese lugar. Luces y sombras en un paisaje que de tanta belleza es, a la vez, cárcel. El momento de los canallas y de los honestos. Ambos darán lo mejor de sí mismos. Pondrán todo de su parte para que la puesta en escena sea la auténtica pesadilla que soñó alguien que ni conocen ni esperan.

Al otro lado del mundo, donde hablan el mismo idioma y se toman decisiones, nadie sabrá de lo ocurrido en la isla. Si Agustín Santos huye por los montes, es la palabra la que huye y, por supuesto, la palabra pertenece al hombre de carne y hueso, pero, hay tantos que sufren en tantos lugares. Si Floro el Hurón lo persigue es porque la ignorancia también huye, aunque lleve ventaja: la violencia consentida, admirada y fomentada por el poder.

Así las cosas, la memoria tuvo que esperar. Y pasaron los años, muchos, desde aquel 1936. Hasta que un día se pudo recordar, escuchar a los viejos, comenzar a escribir lo que fue y lo que pudo ser. Incluso volver a creer en los milagros.

 

***

Encontramos a Alexis Ravelo en Madrid de vuelta de una gira agotadora, de la que viene entusiasmado por el recibimiento a  Los Milagros Prohibidos, por haber descubierto librerías valientes de libreros excéntricos, de esos que conocen y aman su trabajo. Se lleva una maleta llena de libros a las islas, así que: «Estoy feliz como un cochino» —nos cuenta.

Tras tantas entrevistas en tan pocos días, se me hace difícil preguntarle algo que ya no haya contado. Lo intento sin mucho éxito. Pero la ventaja de entrevistar a Alexis es que te cuenta lo que quieres saber sin necesidad de ser original en las preguntas.

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Has dejado el género de la novela negra, pero esta es una historia muy negra.

En realidad, sí abandono el género como tal y no se puede decir que esta sea una novela negra. Pero todas mis novelas negras tratan sobre la violencia y esta es una novela de acción que relata hechos que fueron muy violentos. Hay mucha violencia física y también verbal. En ese sentido, aunque tiene otros motivos y otra inspiración… me corrijo: igual tiene el mismo motivo que mis novelas negras [sonríe], sí que recoge muchas cosas que yo he aprendido leyendo novela negra: la tendencia a ser físico, la tendencia a introducir coreografías de acción, a describir la violencia como hecho indeseable… Hay una letra de un tango que dice: La verdad es restregarse arena en el paladar, y yo creo que la violencia es así, como restregarse arena en el paladar.

Y también es parte de nuestra historia negra. Nos dedicamos a desenterrar muertos del pasado, pero hasta una determinada fecha.

Sí, hay muertos que no nos interesa desenterrar… Bueno, España tiene su propia leyenda negra. Ahora mismo acaba de publicarse en mi editorial un libro [Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea] que reivindica lo contrario: que la leyenda negra de España no es tan negra. Y también es un discurso interesante, porque igual necesitamos un poco de autoestima. Pero lo cierto es que hay sucesos, situaciones, víctimas y verdugos que todavía no hemos visto en los papeles, no los hemos pensado ni reflexionado. Además, creo que es algo necesario, no por morbo, pues a mí los diarios de crónica negra no me interesan demasiado, no soy especialmente morboso; pero como individuo, ser humano, ciudadano, me preocupa el fenómeno de la violencia y que ciertas situaciones no vuelvan a producirse. Creo que la mejor manera de evitarlo es viendo dónde estuvo el origen de la violencia en esas situaciones.

Te documentaste durante cuatro años.

En este caso sí. Como, normalmente, mis novelas van sobre golfos, para la mayoría de ellas me documento en el bar [ríe].

En Los milagros prohibidos yo partía de unos hechos reales protagonizados por personas que existieron de verdad y aludían a otras cuyos descendientes viven. Fueron sucesos que afectaron muy duramente a seres humanos, y de una forma muy íntima. Así que tenía mucho reparo a la hora de trabajar con esa documentación, tenía miedo de faltar a la verdad, contar algo que no se correspondiera con lo que realmente ocurrió.

El proceso de documentación fue muy arduo, pero tuve mucha suerte. Aunque el fenómeno no estaba muy difundido fuera de las Islas, sí había una serie de historiadores que lo habían trabajado dedicándole muchísimos años. Salvador González Vázquez es el principal, a quien conocí personalmente y me ayudó muchísimo. También están Alfredo Mederos, Pilar Cabrera Pombrol, Ricardo Guerra Palmero y Manuel Ferraz Lorenzo. Todos ellos se merecen un reconocimiento. Combinaron sus trabajos como historiadores escarbando en los archivos, principalmente en el Archivo de la Causa General, con el trabajo de la memoria chica, hablando con personas que lo habían vivido o con familiares de los que lo vivieron, escuchando a los que han mantenido viva esta historia en el recuerdo, porque la historia oficial es muy diferente. De hecho, esa historia nombra a estas personas como alzados, cuando los alzados fueron los otros. Los marca de tal manera que el término ha llegado hasta nosotros y hemos tenido que adaptar la convención para saber de qué hablamos cuando los nombramos así. En la historia oficial quedan como malhechores, rebeldes… cuando en realidad eran hombres de bien que defendían el gobierno legalmente constituido.

A mí, esta historia me hacía preguntarme qué hubiera hecho yo en ese momento. Alguien me comentaba hace poco que cuando te estás jugando el pellejo es muy difícil ser fiel a tus ideas. Yo creo que no ya el pellejo, sino el pan de tus hijos, la seguridad de tu familia o, simplemente, tu propio estatus. Yo no sé lo que hubiera hecho el 18 de julio.

Luego, como autor y lector de ficción, sé que la verosimilitud es fundamental. Por eso este largo proceso de documentación, no solo histórica, sino incluso botánica, preguntándome cuáles eran las especies vegetales con las que se encontraban estas personas. También la orografía, visitando el terreno, no solo como turista, porque creo que no se puede escribir sobre un lugar visitándolo solo como turista, hay que vivirlo, disfrutarlo, sufrirlo. Fueron muchos viajes a La Palma, incluso mientras imaginaba la novela, porque no empecé a escribirla hasta que llevaba esos cuatro años pensándola.

Los capítulos titulados La Memoria contextualizan y advierten de que fueron hechos reales, vividos por personas concretas.

Sí, es así. Esos capítulos tienen una explicación técnica. Con cada uno de ellos me ahorro cuarenta o cincuenta páginas de documentación objetiva. De esa manera, en vez de darle todas esas páginas de Wikipedia al lector, se le puede ofrecer los suficientes datos del contexto que vivían los personajes de una forma más interesante. Además, como tú bien dices, suponía dar voz a otras voces que no fueran la del narrador.

Es un historiador, un periodista.

En mi cabeza es un historiador que está recogiendo los testimonios orales de las personas que vivieron ese momento y que, seguramente, fue parte del trabajo de los historiadores que nombraba antes. De hecho, esto fue naciendo leyendo los libros de Salvador González Vázquez, que recogen muchos testimonios orales. Así se me ocurrió. Y, al mismo tiempo, suministra otros puntos de vista con respecto al argumento central. Incluso hay conflictos de éste que vienen a resolverse en esos capítulos.

Fueron capítulos muy importantes porque suponían un soplo de aire fresco en mi labor de narrador. Elegí un narrador en tercera persona omnisciente, pero incardinada en esa época. La novela no está escrita desde la memoria, sino desde el momento que sucedieron los hechos. Sin embargo, se supone que esas voces son recogidas a finales del siglo XX, cuando estas personas ya son ancianas y pueden hablar en libertad.

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La idea del poder de la palabra está presente en toda la novela, incluso, a través de esas cartas…

Muy cursis. Las cartas de amor de aquella época eran muy cursis: Amor de mi vida, espero que al recibo de la presente te encuentres bien… [ríe].

Y también escritores del momento y que tuvieron historias muy ligadas a la Guerra Civil: Pedro García Cabrera, Agustín Espinosa, Unamuno… ¿Están ahí con una intención?

Con una intención clarísima. Hay lectores que dicen: Bueno, este tío es un gafapasta y lo que hace es meter escritores para demostrar todo lo que ha leído… Pero, qué le vamos a hacer. Tontos informados hay en todos lados. En realidad, cada vez que menciono a un escritor en un libro tiene un motivo y un sentido. Muchas veces introduzco a un autor para no tener que hacer yo una referencia, es un guiño al lector culto.

En este caso, además, Pedro García Cabrera y Agustín Espinosa eran lectores leídos por la porción culta de la población canaria de la época. Eran autores que pertenecían a la Facción Surrealista de Tenerife, al grupo de Gaceta de Arte. Autores muy simbólicos, muy sintomáticos de lo que era Canarias en esa época. En las Islas había un elevado índice de analfabetismo. Y, sin embargo, en ese momento y en esas circunstancias, estaba en Gran Canaria la Escuela Luján Pérez y en Tenerife el grupo de Gaceta de Arte y La Rosa de los Vientos. La primera exposición surrealista que se celebra en España se realiza en Santa Cruz de Tenerife y esos dos autores fueron los artífices del evento.

Pues, en ese momento en el que transcurre la novela, Agustín Espinosa ha huido a Gran Canaria y se ha puesto la camisa azul intentando escapar de un expediente de depuración que le habían abierto.

A Pedro García Cabrera ya lo han enviado desde las prisiones flotantes a Villa Cisneros, donde luego participará en la famosa fuga, llega a la Península, tuvo un accidente de donde salió herido y en el que solo se salvó él… una vida de novela. Mientras se recupera en el hospital de Jaén lo cogen preso, pero le ha dado tiempo de conocer a su enfermera que luego será su mujer.

Entonces, citar a esos autores no es baladí. Citando sus libros quiero expresar una idea. Y es que siempre que hablamos de la Izquierda y de la Derecha pensamos que una es el proletariado y la otra son los ricos. En la praxis no siempre fue así, de hecho, las ideas de izquierda salen de un núcleo burgués. Marx y Engels no eran, precisamente, pobres de solemnidad.

Santos y El Hurón.

En principio, Santos es para El hurón el tipo que cree que le quito la novia, pero eso simboliza otras cosas que también le envidia: la educación y la cultura. Cuando llega a su casa y se pone a leer a Kropotkine, se sienta donde Santos se sentaba para sentirse como él. Es un tipo que simboliza el lumpen proletariado que es utilizado como verdugo por los dirigentes de derechas. El que tiene los libros es el otro, el que ha podido leer y cultivarse. Y eso es algo que ese obrero rufián y que se ha convertido en un canalla, le envidia. Es un pobre diablo por el que fui sintiendo mucha compasión mientras escribía la novela.

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Crimen, el libro de Espinosa, está muy presente. ¿Es el símbolo de la decepción?

La decepción absoluta. Pero, aunque siempre hemos tenido a Espinosa como un hombre que se cambió de bando, en realidad fue un represaliado más. Lo hacen sufrir muchísimo hasta que se le revienta una úlcera, justo cuando ya le iban a dar una cátedra en La Palma. No es que fuera republicano ni un hombre de izquierdas. Sí que era un hombre tolerante e intelectualmente valiente, pero cuando se le incoa ese expediente de depuración le arruinan la vida absolutamente, y tiene dos niños que mantener. A veces nos ponemos muy viscerales porque parece que vivimos la vida por las películas que hemos visto y que todo es cuestión de vida o muerte. Y no es así: ¿Y el pan de mis hijos?, ¿y mi trabajo?, ¿qué voy a hacer ahora? Y él, un hombre que tampoco estaba hecho para la violencia, entre el exilio y hacerse el loco, eligió esto último.

Mucha gente se puso la camisa azul porque era lo que tocaba, eso te lo contarán muchos ancianos de la época. Y ¿qué iba a hacer? [ríe]. Fue su caso y, además, cae en desgracia porque para los de derechas era un rojo, aunque no lo fuera. Él tenía artículos en contra de la República, pensaba que era algo que estaba mal hecho, siempre desde un punto de vista más estético que político. Sin embargo, muchísimos de sus amigos eran de izquierda. Pero durante años, la izquierda no lo reivindicó porque se puso la camisa azul. Y la derecha tampoco lo reivindica porque, a pesar de ese gesto, nunca participó intelectualmente en el Movimiento. De hecho, hay hasta un poema que se titula Ayer lo vi con la camisa azul, dirigido a él para denunciarlo como arribista.

En 1935 no se pudo proyectar en Tenerife La edad de oro, de Buñuel, por protestas de círculos conservadores y de la Iglesia…

Sí, precisamente, era con esa proyección con la que pretendían cubrir los gastos del Encuentro Surrealista: la estancia de André Breton, Jacqueline Lamba (esposa de Breton) y Benjamin Péret; y el transporte de los cuadros que, por cierto, vinieron en el San Carlos, un barco que se dedicaba al transporte de plátanos [ríe]. Iba a venir también Paul Éluard, pero enfermó y no pudo.  No vendieron ni un cuadro. Y con la película tampoco pudieron sacar nada porque se les echaron encima las fuerzas conservadoras y no se pudo proyectar.

… ahora discutimos si la actuación de una Drag ofende los sentimientos de un colectivo. Parece que no hemos avanzado mucho desde entonces.

No hemos avanzado mucho y, además, no hemos terminado de entender que la obscenidad no está en lo que se ve, sino en el ojo del que mira.

El delito de ofensa religiosa… Bueno, es muy fácil ofender religiosamente a alguien. Pero no podemos poner el peso de la prueba en que alguien se sienta ofendido. Yo puedo ser un hombre muy quisquilloso y me puedo ofender por cualquier cosa. Mira, hay un perrito ahí sin cadena, a lo mejor, a mí me ofende [ríe].

Tener ese tipo de leyes es un problema porque en este país hay gente con la piel muy fina. Deberíamos comenzar a entender que ciertas críticas se hacen desde la estética y lo que se hace desde ahí no debería estar penalizado. Cuando empezamos a plantearnos cuáles son los límites de la libertad de expresión es que ya no existe la libertad de expresión.

Yo considero a las drags verdaderas artistas y sus espectáculos son absolutamente estéticos, hechos desde el humor y partiendo de la transgresión. Son artistas y creadores. Tienen todo el derecho del mundo a hacer lo que quieran y cualquiera tiene derecho a sentirse ofendido y así manifestarlo. Lo que no tiene sentido es que se lleve a un creador, a un artista, a los tribunales porque alguien se ha sentido ofendido. Ahí tenemos un problema grandísimo. Es un atentado contra la libertad de expresión, porque el siguiente creador que quiera tratar el mismo tema que el que ha tenido problemas judiciales se lo va a pensar dos veces. Si yo me tengo que autocensurar es que existe la censura. A Ignacio Aldecoa le preguntaron una vez si había sufrido la censura y él dijo que no porque se autocensuraba. Es decir, que lo han censurado.

Algunos lo han comparado con la guagua con mensajes contra las personas transgénero.

Los de Hazte oír tienen derecho a sacar una guagua con el mensaje que les dé la gana. Ahora, yo también tengo derecho a decir que son unos imbéciles. De todos modos, no es lo mismo pasear una guagua por ahí con un cartel publicitario que expresar estéticamente el mensaje que tú quieres transmitir. En una obra estética el mensaje puede ser el que quiere el autor, pero el sentido se lo busca el espectador. Mientras que una guagua con este tipo de mensaje tiene un sentido clarísimo [ríe]. Y probablemente, lo que haya en el fondo de su mensaje sea odio hacia unas determinadas personas por su condición… y eso sí podría llegar a ser perseguido. Pero, en todo caso, ellos tiene derecho a decir lo que quieran y nosotros a decir que son gilipollas [ríe].

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Volviendo a la novela: el personaje de Vidal simboliza lo que hizo la mayor parte de la población: adaptarse al nuevo orden y seguir viviendo.

Hay una salvedad ahí. Vidal es un hombre de uniforme y que cree en él. Es un guardia civil, y de los que llevan a rajatabla la famosa cartilla de la Guardia Civil que, por cierto, no conocía bien hasta que leí a Lorenzo Silva. A veces le digo: Eres el único tío capaz de que yo me alegre cuando escucho la expresión “Alto a la Guardia Civil” [ríe].

Vidal cumple su deber y este le dice que tiene que estar del lado de la autoridad. Pero él no es tonto y sabe que a su alrededor se están cometiendo desmanes. Como, en el fondo, no es un hombre malo, él intenta controlar esos desmanes. Intenta hacer el bien entre los intercisos del sistema. Su profesión consiste en mantener el orden, defender a la ciudadanía, ser un caballero. Y para servir a la autoridad le ha tocado tratar con verdaderos rufianes. Es alguien que llega de fuera de la isla y tiene que utilizar a gente de la Falange como guía y acompañamiento porque necesitan refuerzos, pero eso no significa que le guste. Sabe que esos tipos son unos rufianes a los que, dos días antes, él perseguía.

Hay un momento muy significativo en el que recuerda que tiene un primo vistiendo el mismo uniforme y que en esos días está en Barcelona sirviendo a la República. Allí, la Guardia Civil está al lado del gobierno legítimo como lo estuvo en la Semana Roja en La Palma, donde se pone a las órdenes del delegado del Gobierno.

Las mujeres de la novela Los Milagros prohibidos son la posibilidad de entendimiento.

Así es. Yo siempre he relacionado la violencia con comportamientos masculinos, con la parte más masculina de la sociedad, la ejerzan hombres o mujeres. Sin embargo, la cooperación y el diálogo me parece que son características femeninas. Siempre he visto a mi alrededor que con las mujeres es más fácil entenderse. Son más comprensivas y capaces de ponerse en la piel del otro.

Me interesaba ver como, mientras los hombres están peleándose, las mujeres son capaces de entenderse e intentan que la sangre no llegue al río. Hay un momento en el que se dice claro en la novela: Los hombres hacen la historia y las mujeres la sufren.

A mí lo que me ocurrió con esta novela fue que, en principio, aunque era una historia pequeña, que ocurría en un sitio pequeño y con gente sencilla, encontré que había muchísimas historias que contar. Entonces, lo que fui haciendo fue ir creando personajes, cada uno de ellos era muy simbólico de una postura. Las mujeres son víctimas, pero también tienen la capacidad de abstraer la situación, ver cuál es el origen y las posibles soluciones.

Muchos de los personajes vienen  de fuera, uno de ellos es Tomson.

Es que en Canarias hay dos tipos de visitantes: el que solo viene de visita y el que se queda a vivir. Y el que se queda ama estas islas, nuestra forma de ser, se involucra, se integra. Y Tomson es un hombre que es curioso, novelero y, aparte, se casa con una palmera, aprende español y su gran amigo es Sito Mederos. Simboliza a ese tipo que llega a la isla a trabajar para esas empresas que en realidad venían a explotar, pero que, al mismo tiempo, tuvieron mucho que ver en el desarrollo urbano y social de Canarias. En muchos casos, los británicos vivían en una sociedad aparte y no se mezclaban con la población local. Consideraban Canarias como una colonia o como puertos satélites para el expolio que hacían en África. Pero también hubo casos de personas que se integraron y fueron muy queridos.

La moderación es Sito Mederos.

A mí me interesaba mucho esa forma de estar de Sito Mederos, que sin ser un señor de izquierdas tiene dos dedos de frente, es un masón, filántropo y tolerante. Incluso discute con su yerno (Agustín Santos) porque él si es comunista. Discuten y son capaces de entenderse porque son hombres de bien y tolerantes. Me interesaba también mostrar que ese conflicto no solo arrasó la vida de la gente de izquierda, sino también la vida de mucha gente que era conservadora y no era golpista. Porque parece que la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre gente de derechas y de izquierdas, cuando en realidad es una historia entre demócratas y no demócratas.

En estos días de presentaciones, cuando hablamos de lo que sucedió en ese momento, siempre hay alguien que dice que en ambos bandos ocurrieron cosas. Y yo he llegado a pensar, además, con mucha tristeza, que si hubiera escrito una novela sobre la Shoah o sobre los campos de la muerte de Camboya nadie estaría discutiendo que los malos eran los nazis o los jemeres rojos. Sin olvidarme de que en el bando de los que dieron el golpe de estado también había seres humanos que, sin querer, se vieron inmersos en esa situación, como es el caso de Vidal, desde un punto de vista estrictamente histórico, deberíamos comenzar a ponernos las pilas sobre lo que ocurrió. Hubo un golpe de estado al que se sumaron determinados sectores de la sociedad civil, que no triunfó en su momento, que se enquistó y terminó en una guerra civil. Fue un golpe de estado contra un gobierno legítimamente constituido, punto y pelota [ríe].

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¿Por qué nos da miedo la memoria?

Igual porque es una herida que se cerró en falso. Porque en el momento en que tuvimos que decir: Señores, estas fueron las víctimas y estos fueron los verdugos, y esto fue lo que ocurrió y voy a escarbar aquí, donde hay gente enterrada, no lo hicimos. Lo que se hizo fue reeditar aquel argumentario del espíritu de la reconciliación nacional que trae el franquismo en los años cuarenta. Y ese argumentario es una falacia que habla de cerrar una herida y olvidar una guerra que fue de hermanos contra hermanos. Pero lo dice el bando vencedor mientras está beatificando a las víctimas de su lado y martirizando a los familiares de las víctimas del otro. Cuando llegó la democracia, cuando había que cerrar esas heridas, en vez de recordar, lo que hacemos es olvidar. Quizás sea por eso que cada vez que se habla del tema sigue levantando ampollas. Creo que es sano que recordemos y que se sepa. No hablo ya de meter a nadie en la cárcel, sino de saber quién mató a quién, por qué y en qué circunstancias. Es hora ya de que encontremos a todas esas víctimas que están en la cuneta o en pozos (en el caso de Canarias) y de resarcir el dolor de esos familiares que siguen penando por sus muertos. Probablemente, si esas personas estuvieran enterradas donde deberían estar, si no hubiera nadie en este país sin saber dónde está su abuelo, su tío o su hermano, no habría tanta visceralidad y dolor cuando hablamos del tema. Ese dolor surge de la injusticia que supone el olvido. No se trata de revanchismo, sino de tener una sociedad sana, que conoce su historia, que la comprende y que no quiere volver a repetirla.

Y tampoco se habla mucho del papel de Canarias durante la Guerra Civil.

Yo estaba reflexionando sobre cómo en Canarias siempre ocurrieron las cosas una hora antes. El 18 de julio es antes aquí. La primera resistencia y los primeros maquis, avant la lettre, se dan aquí. En el resto de España, se supone que el maquis comienza sobre el año 1937, cuando avanzan los nacionales y algunos soldados se encuentran atrapados en el monte. Pero eso ya había ocurrido en La Palma desde el 25 de julio de 1936. Igual que nos llegó antes la salsa, pues, estas cosas también nos pasaban antes… [ríe] ¿Qué pasa? Que luego, lo que sucede en Canarias se queda pequeño respecto a lo que pasa en la metrópoli. A mí me interesaba reflexionar sobre esos fenómenos que suceden en un territorio más pequeño, porque te permite analizarlos mejor.

Lo que ocurre en La Palma es una historia pequeña que sucede a gente sencilla en un territorio limitado. Y precisamente por eso es muy interesante, porque en ese contexto tienes todos los elementos que intervienen en la Guerra Civil: derechas moderadas, derechas radicales, masonería, izquierdas moderadas, izquierdas radicales, sindicalismo; posición ambigua de la Guardia Civil y de algunos cuerpos del Estado.

Incluso el papel ambiguo del extranjero, a través de Tomson.

Exacto. El papel del extranjero, que es muy demócrata y muy liberal, pero que allá te las compongas. El comportamiento de las naciones europeas en ese momento es totalmente hipócrita. Están diciendo que no quieren intervenir, que es un conflicto interno y que no se quieren involucrar, pero, al mismo tiempo, sus empresas se están poniendo del lado del bando nacional.

La prisión de Fyffes, en Tenerife, eran almacenes de una empresa británico-holandesa. El alambre de espino lo donó el consul de Suecia en la isla. Los barcos fruteros, que son de empresarios canarios y que sirven de prisiones flotantes, tienen negocios con  Gran Bretaña y con Holanda.

En esto tiene mucho que ver cómo el fascismo estaba cautivando a gran parte de la clase alta británica. Es una historia que algunos han querido enterrar y que relata muy bien Kazuo Ishiguro en Los restos del día, donde cuenta como algunos lores británicos intentaron favorecer al fascismo.

¿Quién se pone del lado de la República? Pues, por un lado, una parte de la intelectualidad, muchos de ellos son periodistas, las clases obreras y el sindicalismo. Los sindicatos obreros son los que reclutan gente para incorporarse a las Brigadas Internacionales.

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¿Cómo trabajaste la recreación del lenguaje de La Palma?

Bueno, en eso hay mucho trabajo de documentación también. Yo no soy palmero, soy grancanario…

¿Cómo lo hiciste?

[Ríe] Ensayo y error… Primero, escuchar a la gente. Pero no se trataba solo de eso, sino de que era una historia en La Palma en 1936, de cómo hablaba la gente en aquella época. Tenemos muy pocos testimonios y son textuales. Tenía que leer esos textos e imaginar, contrastando con la forma de hablar de hoy en día, cómo hubieran hablado en ese momento. Fue un trabajo de vigilarme mucho, de cuidar que no se me colara ningún neologismo.

Además, muchos protagonistas son peninsulares.

Exacto. Además eso. Santos es granadino, aunque lleva diez años allí. Vidal es de Soria. Tomson es británico, por lo que tuve que repasar mi inglés para su conversación con Sito Mederos.

¿Qué hice? Vigilarme, como cuando cuidas que en una película de romanos no se cuele ningún actor con un reloj [ríe]. Es un trabajo de albañil, pero que a mí me gusta mucho, siempre viendo qué suena mejor o peor, cuidando la cadencia de la frase. Además, yo estaba obsesionado con que la voz del narrador estuviera contando desde ese momento y desde el pequeño mundo de los personajes. Porque, en el fondo, como decía Horacio Quiroga, quien cuenta debe hacerlo desde ese pequeño mundo de los personajes, que es lo único que nos interesa cuando contamos una historia. ¿Y cómo te metes tú en el mundo de los personajes? Pues a través del lenguaje, que significa los límites de nuestro mundo. Ya lo decía Ludwig Wittgenstein en un sentido más amplio, pero que podemos aplicar aquí: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. La forma en la que hablamos es nuestra forma de entender el mundo. Un ejemplo: Cuando los canarios hablamos en futuro nunca usamos el futuro simple, siempre utilizamos perífrasis. Y eso tiene que ver con cierto pesimismo del canario, que nos da la impresión de que el futuro perfecto no existe.

Es también  una reivindicación del español de Canarias.

Hasta hace muy pocos años, entre los hablantes cultos de Canarias se consideraba que, aunque fuera correcto utilizar el ustedes al hablar, al escribir se debía utilizar el vosotros. Pedro García Cabrera lo utilizaba porque se consideraba que eso era lo culto. Por suerte, luego ha habido gran número de autores que han reivindicado un uso del lenguaje coloquial en sus textos. Nos enriquece mucho haber leído a los escritores hispanoamericanos, que lo hacen con una propiedad y naturalidad pasmosas. En ese sentido, en Canarias aprendimos muy pronto del boom latinoamericano.

Todavía sigue existiendo un sentimiento de inferioridad, incluso, hay autores que piensan que para que su obra funcione fuera tienen que hablar como los de fuera. Mi opinión es que es un error, porque lo que hace interesante a los autores isleños es que hablen como isleños. Lo interesante de nuestros textos es que estén escritos en la variante del español de Canarias porque si no, ¿qué me diferencia de un autor de Sigüenza o de Madrid? Nada. Cuando yo leo a escritores extremeños, gallegos o vascos, lo que me interesa es ver cómo ellos viven el español y lo llevan a sus textos. Y, en ese sentido, los autores isleños tenemos mucho que aportar.

Ojo, yo escribo en canario cuando me toca. Tengo una novela, Los días de Mercurio, que está contada en primera persona y el protagonista es peninsular, y ahí sí que tuve que hacer un trabajo potente porque tuve que escribir la novela en castellano. Es mi única novela escrita en castellano.

Hay que tener en cuenta que no se trata solo de nuestra riqueza léxica, que existe, sino también de nuestra manera de conjugar tiempo y modo verbal, el uso del futuro perfecto o cómo cambiamos entre pasado simple y pasado compuesto.

Es un trabajo con el que me enfrenté desde el principio de mi obra, cuando me di cuenta de que tenía que trasladar al papel la forma en la que se vivía el lenguaje oral del lugar en el que habito. Puedo leer a un autor mexicano o argentino y, en cambio, ¿al canario me lo tienes que traducir? ¿Estamos tontos o qué?

¿Cómo ha sido recibida la novela en La Palma?

Pues no lo sé. Todavía no se ha presentado allí, se va a hacer en junio. No sé cómo se la van  tomar y, además, hay algo que a mí me causa mucho reparo: Yo no soy palmero, pero he escrito sobre La Palma. Cuando trabajaba en la novela me di cuenta de que había personas reales que eran nombradas en el libro, de que esas personas tiene descendientes y de que nadie debe culpa de lo que hayan hecho sus abuelos. Así que intenté ser muy cauto, aunque había hechos y personas que no podía dejar de nombrar. Por ejemplo, la familia Sotomayor, que no sé quiénes serán sus descendientes. O los casos de Domingo Rodríguez y al cura Mejido —que no sé si habrá tenido descendientes, porque como era cura—, era inevitable mencionarlos. Escribí este libro con muchísimo respeto, tanto por unos como por otros, aunque espero que ya no existan esos bandos.

Lo que sí hice fue crear una serie de personajes que me parecían simbólicos, como Álvaro Luján, que es un señor que no existió, pero que representa a ese caciquismo local y aprovechado al que, además, le da igual República u otra cosa con tal de que se respete la propiedad privada y la Iglesia, pero la propiedad privada primero, que es lo que le interesa [ríe]. Igual que había muchos apellidos de propietarios de las plantaciones e industrias de aquel momento que había que mencionar, aunque luego no tengan un papel activo en la trama, precisamente por respeto a sus familiares.

También se mencionan por su nombre a José Miguel Pérez, a Tomás Yánez y a Florisel Mendoza. Fueron tres personajes primordiales en la Semana Roja de La Palma que salvaron la vida a más de uno y que terminaron muy mal, sobre todo, José Miguel Pérez, a quien fusilaron a las primeras de cambio. A Tomás Yánez, que era capitán de buque, práctico del puerto y delegado del Gobierno, le cayó una sentencia de muchos años. Cuando salió de prisión se buscó la vida pescando con un barquito y terminó montando una tiendita de aceite y vinagre para sobrevivir. Un tipo a quien no dejaron ejercer nunca más su profesión y que cuando murió fue homenajeado por todos su paisanos como el artífice que garantizó la seguridad de toda la población, la de un bando y la del otro, durante esa semana. Y fíjate cómo acabó.

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El paisaje juega un papel muy importante.

El paisaje nos condiciona. La forma que tiene el isleño de ver el paisaje es muy particular, y yo lo plasmo en todas mis novelas. A mí me preocupa mucho el tema del paisaje desde que estudiaba Filosofía. El tratamiento del espacio me parece fundamental y, de hecho, en su momento escribí textos para volúmenes de artículos de inspiración filosófica sobre el tratamiento del paisaje en Pedro García Cabrera y Agustín Espinosa.

Espinosa, para entender el paisaje de Lanzarote, crea un mito en torno a él. Nosotros necesitamos crear mitos para entender los lugares, tanto los canarios como los demás [ríe]. Grecia no existe hasta que aparece Homero.

La mirada del isleño siempre es singular, muy distinta. Y el isleño de Canarias con más razón todavía: tiene una cultura europea, una manera de hablar latinoamericana y una forma de sentir muy africana. Y el paisaje es fundamental en eso. La percepción de las distancias, de los límites, es distinta. A nosotros nos condiciona el mar, que siempre está en movimiento, con lo cual, ese movimiento se nos imprime en el alma. Somos, como decimos aquí, desinquietos. Al mismo tiempo, si nos ven desde fuera, parecemos muy parados y tenemos fama de aplatanados [ríe]… en fin.

El paisaje de La Palma me parecía muy especial porque hacia adentro es infinito, como pasa en las islas más montañosas. Si las observas desde afuera son territorios limitados, pero, debido a su orografía, son paisajes infinitos. Por eso, cuando estos hombres huyen no van hacia la costa, van hacia el interior y se pierden allí. Además, en La Palma hablamos de un paisaje muy bello, que para nosotros es el paraíso. Para mí, las vacaciones ideales son una casa rural en La Palma, patear la isla, donde además, se come y se bebé muy bien… [ríe]. Cuando yo escribía la novela y me documentaba recorriendo la isla, me ponía en el pellejo de aquellos hombres, en el de Agustín huyendo por un paisaje que había recorrido antes como turista, y la percepción del paisaje era muy distinta. El paraíso se puede convertir en una sucursal del infierno. Hay una reflexión importante en la novela sobre esto, sobre cómo la propia percepción modifica el paisaje.

A pesar del potencial que hay en Canarias, somos algo pesimistas y quejicas.

Hay un potencial fortísimo que no hemos sabido aprovechar. Algo que está en… iba a decir idiosincrasia, pero digamos mejor psique colectiva; es aquello de la socarronería, que es un pesimismo lúcido y que en el fondo nos sirve para avanzar. Piensa en Galdós, que no sería el inmenso contador de Madrid si no fuera porque la ve con esa mirada de isleño, con esa socarronería y con ese sentido del humor. ¿Somos pesimistas? Sí. Pero somos pesimistas que se están burlando constantemente de esas situaciones trágicas o desagradables, y estamos siempre quejándonos.

Por supuesto que tenemos potencial, pero parte de él, al menos desde el punto de vista de la estética, surge precisamente de nuestro afán de pesimismo [ríe]. En mi caso, considero que es así. Yo no soy de los que consideran que la botella está medio llena, porque me aburro. Yo vivo mi vida mirando el punto de vista negativo, aunque luego, en mi vida diaria no soy así, me lo paso muy bien y no me quejo. Soy un suertudo, pero claro, a la hora de trabajar y contar una situación siempre me fijo en la parte desagradable, que es la que me sirve. Busco las contradicciones, las paradojas que hay en la realidad.

Y también está en lo que se proyecta en la política.

Es que lo que se proyecta en la política es muy triste, aunque en eso no somos únicos. En general, el nivel del político ha bajado, ya no es lo que era. En la política nunca hemos brillado demasiado. Nuestros políticos siempre han dejado mucho que desear. Hay casos sobresalientes y que destacan, tanto de un lado como del otro, cultos e inteligentes, que han pensado en los demás; pero son los menos.

En la política de Canarias siempre ha triunfado la tradición del caciquismo, y sigue funcionando. Es una lacra que llevamos a nuestras espaldas de toda la vida. Cualquier lector de la Península podrá decir: Bueno, pues en mi pueblo pasa igual. Pues sí, claro, pero tú para salir de tu pueblo recorres veinte kilómetros y ya estás en otro. En las islas tenemos el mar alrededor. Todos los fenómenos se dan con más visibilidad, de manera más evidente. Igual que ocurre eso, también los fenómenos positivos se dan con más visibilidad. Por ejemplo: Las islas tiene una larga tradición de tolerancia, sobre todo las dos capitalinas, porque no son sitios donde haya posibilidad de que existan los guetos. Yo, en Gran Canaria, con el inmigrante me mezclo siempre porque es mi vecino. La cercanía hace que los prejuicios se vayan al carajo.

***

Alexis Ravelo y Los Milagros Prohibidos - Entrevistas - 7 Islands Magazine

Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) cursó estudios de Filosofía Pura y asistió a talleres creativos impartidos por Mario Merlino, Augusto Monterroso y Alfredo Bryce Echenique. Dramaturgo, autor de tres libros de relatos y de varios libros infantiles y juveniles, ha logrado hacerse un hueco en el panorama narrativo actual con sus novelas negras, que han merecido diversos reconocimientos, entre ellos el prestigioso Premio Hammett a la mejor novela negra por La estrategia del pequinés.

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Fotografías de Manu Navarro

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