Malick Sidibé, el ojo y la alegría de África - 7 Islands Magazine

Malick Sidibé, el ojo y la alegría de África

En 1955 el fotógrafo francés Gérard Guillat-Guignard, alias Gégé la pellicule (Gégé la película), recibía en su recién estrenado estudio fotográfico de Bamako a un joven de 19 años, también recién diplomado en Dibujo y Joyería en el entonces Sudanese Craft of Arts como el número uno de su promoción. El muchacho llegaba con el encargo de decorar el Photo Service de Gégé pero se quedó a trabajar allí, primero como cajero y luego como aprendiz de fotografía. Su nombre era Malick Sidibé y pocos años más tarde sería conocido por su trabajo fotográfico como “El ojo de la noche de Bamako”.

Pero el destino de Malick podría haber sido muy distinto si su padre no hubiera tomado una decisión que marcó definitivamente su vida. Nacido en 1936 en la ciudad de Soloba, antigua capital de Mali, a unos 300 kilómetros al norte de Bamako, Malick pertenecía a la segunda etnia en población del país tras la Bambara: la Peul, tradicionalmente dedicada al pastoreo. Pero no sería esa su ocupación gracias a que: «Mi padre decidió que fuera yo el hijo que cursaría estudios. Así que me envió primero a Yanfolila, a la escuela de Pères Blancs (Padres Blancos), y luego a Bougouni, a 160 kilómetros de Bamako». Interesado por el diseño y la pintura, la escuela le encargó tres cuadros que serían ofrecidos al gobernador de las Colonias de Sudán —nombre de Mali antes de la independencia de Francia—, que iría a visitar la escuela. Y parece ser que la ofrenda fue de su agrado, pues gracias a su ayuda fue admitido en la Escuela Nacional de Artes en Bamako. Corría el año 1952, y tres años más tarde le harían el encargo de decorar el estudio de Gegé la pellicule, quien al percibir el talento de Malick le ofreció quedarse como aprendiz en su taller. Aceptó su ofrecimiento solo por un año, después tomaría su decisión: qué hacer en el futuro, porque, como él decía: «Me diplomé en Joyería y como primero de mi promoción, pero no me sentía satisfecho, en la etnia Peul no somos artesanos, sino pastores».

Por suerte tomó la decisión de no seguir la tradición, descubrió el poder de la fotografía y en 1956, gracias al porcentaje que Gegé le daba del trabajo en el estudio, se compró una cámara Brownie Flash con la que comenzó a tomar sus primeras fotografías, a realizar sus primeros reportajes. Mientras Gegé se dedicaba a retratar a los miembros de la alta sociedad maliense, sobre todo a la comunidad blanca de la ciudad, Sidibé fue enviado a cubrir aquellos otros eventos a los que su jefe no podía o no quería acudir: fiestas, bautizos y bodas de las clases populares de la capital. En 1960 decide independizarse, al mismo tiempo que lo hacia su país de la metrópoli. Dos años más tarde funda su propio estudio, Estudio Malick, en el popular barrio de Bagadadji, y se convirtió en el fotógrafo de los jóvenes de Bamako. Fue una época de muchísimo trabajo, de aprendizaje continuo, en el que comenzó a forjar un estilo propio, tan sencillo como elegante y eficiente. Las jornadas eran interminables, «con mi bicicleta podía acudir a hasta cinco eventos en un día. A una hora avanzada de la noche volvía a mi estudio a revelar los negativos y hacer las tiras de contactos, dormía apenas unas horas y por la mañana atendía a los clientes que venían a buscar sus fotografías».

Regardez-moi (Look at me), Malick Sidibé, 1962
Mírame, 1962

En aquellos años finales de la década de 1950 África entera hervía. Solo un territorio africano había quedado sin colonizar, Etiopía. Egipto era formalmente independiente pero legalmente seguía siendo un protectorado británico. Libia se había convertido en un estorbo para las potencias occidentales y decidieron otorgarle la independencia en 1951. Un gran error por parte de los colonizadores, que mostró un camino a seguir para el resto de África. Fue el principio del fin del colonialismo en el continente. El resto de los países africanos, abanderados por el padre del panafricanismo, Kwame Nkrumah, en Ghana, se fueron sumando a la ola de la independencia y Mali no se había quedado atrás. El país parecía vivir una época dorada, la euforia que había supuesto la independencia de Francia en 1960 se manifestaba en las calles tomadas por jóvenes que miraban al futuro de forma diferente, en libertad, y Sidibé estaba allí para dejar constancia de aquel proceso esperanzador con su cámara.

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Noche de Navidad (Happy Club), 1963

Trabajaba duro y fascinado por la actividad que se desarrollaba en su país, por la energía de aquella juventud que se empapaba de todo lo que llegaba de Europa y de América: «Todo el mundo quería bailar, estar guapo. La verdadera revolución en Mali no fue política, la trajo la música occidental. Antes no podíamos bailar abrazados. Con los ritmos que llegaban de Cuba, las canciones de los Beatles o James Brown, los chicos y las chicas se aproximaban, se tocaban».

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Mírame, 1962

El cine y la moda occidental jugaron también un papel en aquella “liberación” cultural del país, sobre todo en Bamako, donde se abrían nuevos locales en los que escuchar música y bailar, y las películas que llegaban de Europa, los Estados Unidos o India inundaban las salas. También los costureros de Bamako imitaban la moda que llegaba de las calles de París con gran originalidad, confeccionando faldas balón o pantalones con pata de elefante. Malick lo retrató todo armado con su nueva cámara Rolleiflex y solía comentar con regocijo: «Recuerdo todos los nombres de las personas que he fotografiado, las relaciones de parentesco […] recientemente, un joven pasó por mi estudio y le dije: tú eres el hijo de … Él se sorprendió, pues nunca antes me había visto, pero busqué en una de mis cajas y le enseñé un retrato, era su padre de joven».

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Amigos de los españoles, 1968

El otro gran maestro de la fotografía maliense en aquellos años era Seydou Keïta, gran amigo de Sidibé, que realizaba sus tomas en estudio. Unas fotografías de gran elegancia, sentido estético y calidad técnica. Sus modelos eran hombres y mujeres vestidos según la tradición africana y también a la moda occidental, familias enteras, niños y parejas. Y Malick Sidibé —quince años menor que Keïta—, decidió tomar también ese camino a finales de los años 70, cuando ya caía la fiebre de la década anterior, y concentrarse en sus fotografías de estudio. Su forma de trabajar era simple: hablaba con sus modelos con la intención de que se sintieran cómodos y les indicaba la pose que él creía más adecuada para captar su personalidad. Como él mismo decía: «Mi fotografía jamás ha sido académica, durante mi juventud nunca tuve la oportunidad de ver libros o revistas con la obra de los grandes maestros…». El estilo del fotógrafo que se convirtió en el testigo de las transformaciones de su país era también simple, sincero, directo, de forma que «…todo el mundo puede comprenderlo».

Su Estudio Malick no era solamente un lugar de trabajo, el maestro recibía a todo el mundo y con todos charlaba aunque no fueran a retratarse, y cuando alguien se ponía delante de su cámara su principal preocupación, como comentaba con cierta sorna, era «… procurar el placer del cliente. Yo me gano el pan de esta forma. Si la foto no está bien no me la compran».  Durante un tiempo completó sus ingresos reparando cámaras fotográficas de todo tipo, que decoraban su pequeño local del centro de Bamako, de donde no salió más que cuando le llegó la fama internacional y lo invitaron a viajar por todo el mundo: «Me encanta visitar esas bellas ciudades, tan diferentes de la mía. Pero jamás podría dejar Bamako, sus calles de polvo rojo, riqueza de África. Amo encontrarme con los jóvenes, contarles mis experiencias y escuchar sus preguntas».

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Yokoro, 1970

En 1994, en los Encuentros Fotográficos de Bamako, la obra de Sidibé y Keïta supusieron los grandes descubrimientos para la crítica occidental. Comenzó una segunda juventud para Sidibé, que fue invitado a participar en numerosas conferencias y exposiciones por todo el mundo en los años siguientes. Entre otros muchos, recibió el premio Hasselblad en 2003, considerado el equivalente al Nobel de la fotografía, el ICP Infinity Award en Nueva York en 2008 y en 2009 consiguió el premio de PhotoEspaña. Sus últimas exposiciones en España fueron en la Galería Saro León de Las Palmas de Gran Canaria y  en Santiago de Compostela en 2012, y un año más tarde en Madrid.

A pesar de esa fama y del reconocimiento internacional, Malick Sidibé no dejó nunca de vivir de forma sencilla. Mientras sus fotografías recorrían las salas de los expositores más importantes del mundo, él seguía en su Bamako, sentado en la silla de su estudio o dando clases a los jóvenes en las escuelas de arte y fotografía de la ciudad. Le gustaba recordar que «En África, el respeto a los mayores es muy importante, es parte de nuestra tradición, un valor que todavía se mantiene. Cuando comencé era mayor que aquellos jóvenes a los que fotografiaba, pero siempre me preocupé de que no me trataran con ese respeto, si no, nunca hubiera conseguido hacer aquellas fotografías».

Su visión de la vida parecía también simple, al igual que llena de sabiduría. Siempre respetuoso con la tradición y sus orígenes, se empeñó en mostrar la felicidad, la belleza, la energía de la juventud y la esperanza en el futuro. En aquellos años en los que los reporteros occidentales enviaban miles de imágenes y crónicas de la violencia, la pobreza y las miserias de África, él prefirió fotografiar la otra cara, la de la alegria. «La imagen de África está ligada frecuentemente al dolor […] y sería estúpido negar esa realidad. Pero aquí, solo es realmente pobre aquel que no tiene nada que comer y muy a menudo he visto personas —en otros lugares— con grandes casas y con unas vidas desesperadas».

Malick Sidibé murió el pasado 14 de abril de 2016, a la edad de 80 años. Es considerado el fotógrafo más importante e influyente de África y la prensa de todo el mundo le dedicó un espacio a reconocerlo. Con seguridad, muchas exposiciones, homenajes y retrospectivas recordarán su legado, a pesar de que con sorprendente humildad, solía comentar: «… soy solamente un pequeño africano que ha contado su país, todavía sorprendido por el reconocimiento mundial. Ahora hay gente que me llama artista. Yo sigo prefiriendo la definición de fotógrafo».

 

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