Andrés Santana, productor de cine

Andrés Santana, un loco por el cine

Por sus manos pasan el guión cinematográfico, el presupuesto de la película y el reparto de actores. Es el gran conseguidor, el creador, el que solventa los escollos que van apareciendo durante el rodaje de la cinta, en definitiva, el que hace posible que una idea tome forma y sentido hasta llegar a proyectarse en la gran pantalla y, según el resultado final, puede que incluso coseche premios. Esto es, grosso modo, la labor del productor de cine, y en esto, Andrés Santana es, a día de hoy, el mejor de España, quizás gracias a estar loco por el cine.

Andrés Santana (Ilustración de Dani Sanz)
Andrés Santana (Ilustración de Dani Sanz)

Acaba de ser galardonado con el Goya 2016 por su trabajo en Nadie quiere la noche, su película número 19, así que ya son cuatro cabezas del pintor las que Andrés Santana acumula en su vitrina de éxitos, además de haber hecho realidad el sueño de trabajar junto a la estrella internacional Juliette Binoche, ganadora de un Oscar por El paciente inglés.

«¿Por qué una película no tiene público y sin embargo otras llenan salas? ¿Qué corriente existe en las personas para ponerse de acuerdo, al margen de la inversión publicitaria, para encumbrar una cinta o ignorarla por completo?»  Son preguntas sin respuestas que Andrés Santana se plantea constantemente.

Confiesa que no sabe hacer películas si no lo enamoran e incluso así, tiene momentos, cuando ha acabado la filmación, en los que piensa en dejar la conflictiva industria del cine porque supone vivir en una incertidumbre constante, sin saber los imprevistos que pueden surgir durante el rodaje, pero el enganche que tiene le hace sucumbir de nuevo al séptimo arte.

Afirma con rotundidad que el productor de cine es una persona que está loca, y él debe estar de atar porque ha recorrido continentes y sufrido en sus carnes climas extremos, como en las cercanías del Polo Norte, para hacer películas. Excepto África. No porque no quiera, sino porque aún no ha aparecido el guión que le acaricie el corazón.

Andrés Santana hace fácil lo difícil. Primero dibuja la película en su cabeza. Luego, solo queda hacerla. Así resume su forma de idear el rodaje de las grandes producciones y de las presumiblemente sencillas, obviando por unos instantes, los problemas y dificultades que acarrea la producción de una película.

«Después de una película como esta me miro al espejo y me digo: ¿cómo te vas a parar aquí?»

Andrés Santana y Antonio Betancor en el rodaje de Mararía.

El panorama en España no le parece alentador, el IVA, dice, ha matado no sólo al cine sino a la cultura en general, y apunta que si una entrada vale nueve euros a una familia con dos hijos «¿cómo le vas a pedir ir al cine?». Poco optimista con las políticas de incentivos fiscales, que atraigan a nuestro país grandes productoras internacionales, sí destaca algunas acciones que apuntan maneras, como el de la cinta de Woody AllenVicky Cristina Barcelona, según Andrés Santana la mejor campaña publicitaria que la ciudad Condal haya hecho en su historia; o la genial idea de Rosa Díez, en aquel entonces consejera del Gobierno Vasco, que decidió llevar su cine a Argentina con la excusa de «vender tornillos». Y es que en esta industria no se queda todo en la butaca, si los que tienen el poder no son cortos de mira, se despliegan alas para insuflar nuevas ideas para la economía del país.

Lleva más de cuatro décadas, ahí es nada, dedicado al cine, a lo que habría que sumar los años de una infancia iluminada por las películas que engullía en las sesiones dominicales del pequeño barrio de Las Lagunetas, en el corazón de Gran Canaria, y las que devoró en el cine Vegueta de la capital de la Isla, durante la adolescencia. Así que el séptimo arte empezó a correr por sus venas desde pequeño, en blanco y negro y a color, en cines de plazas abiertas y salas de barrio. Su empecinamiento por el cine se acrecentaba con la edad, hasta el punto que decidió, además de verlas, crearlas.

«¿Por qué gastar la energía en algo si no creo en ello?»

Para ello tiene que dar un paso de gigante. Decidido, en solitario y sin avisar, con 19 años hace la maleta rumbo a Madrid, donde empieza como becario sirviendo cafés en La tonta del bote, su primer trabajo. Luego de extra, de mozo o de lo que hiciera falta.

Andrés Santana salta, lentamente, de lo más bajo a lo más alto que se puede llegar en la industria del cine español, con el mayor galardón que la Academia concede en su haber, cuatriplicado. El rey pasmado, Días contados y Blackthorn, son sus otros bustos de Goya.

Reconoce abiertamente que no puede prescindir de esa droga que es el cine y cuando no tiene el proyecto de una película de ficción entre manos, produce documentales. Ahora se ha embarcado en la aventura de mostrar el mundo interior del artista grancanario Pepe Dámaso, a quien conoció en 1991. El pintor, de 82 años, se ha comprometido a desnudarse en este trabajo cinematográfico y sacar a la luz su relación de 40 años con otro de los grandes, el desaparecido lanzaroteño César Manrique, a través de las cartas cruzadas entre ambos monstruos del arte.

Andrés Santana conoce bien el género documental. Produjo Ciudadano Negrín, cinta nominada a un Goya en 2011, que parte del material filmado por el político durante su exilio y que reivindica la figura del jefe de Gobierno de la Segunda República entre 1937 y 1945. Y su ingenio está detrás de ¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster?, ambiciosa cinta internacional que narra la biografría personal del arquitecto y que se proyectó en la sección especial de la Berlinale y en el Festival de cine de San Sebastián, trabajo que obnubiló a Dámaso, que no cejó en su empeño de ser retratado por el productor, hasta que le arrancó el compromiso.

«Te voy a hacer el documental, Pepe (Dámaso), pero te lo voy a hacer si te pones bien»

Historias de vida en formato audiovisual engrosan la larga lista de trabajos cinematográficos del productor grancanario, que no está dispuesto a despedirse del cine, ni el cine será capaz de prescindir de él, como tampoco renuncia a su soñado retiro en Lanzarote, en algún rincón alejado del turismo. Las islas tiran. Su madre, sobre todo, y los amigos  lo mantiene unido a Canarias, que visita con frecuencia porque, como él dice, «hay que hacer patria».

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