África, Africanos en Madrid, Nicolás Melini

Entrevista a Nicolás Melini

Africanos en Madrid

Una nueva África comenzó a fraguarse con el comienzo de la diáspora que supuso la esclavitud. América, toda ella, es América porque también es África, porque sin la aportación de millones de negros llevados a la fuerza hasta allí, no habrían nacido esas nuevas formas de belleza y de injusticia que la conforman. Y Europa es lo que es gracias a la esclavitud que vació reinos y poblados, al expolio que enriqueció a imperios y accionistas. Escrito está. Lo hicieron Gide, Conrad, Krumah o Kapuscinski. Pero África siguió su camino y una nueva diáspora, no del todo voluntaria, pero sí decidida a conciencia, optó por mirar a Europa como promesa y meta.

Nicolás Melini narra las peripecias de algunos de esos africanos que, de una forma u otra, terminaron viviendo en la capital. Personas que siguen dando miedo a algunos para los que sus intenciones parecen ser tan oscuras como su piel. Adultos y niños que ya conforman una segunda generación de españoles, africanos, europeos que se manejan en esta cultura sincrética en la que no deja de aparecer la incomprensión y la extrañeza ante lo que debería sernos ya más que familiar. Y ese es precisamente el punto de partida de este libro, la mirada que elige Melini para escribir: la familiaridad con los personajes de sus textos, con las alegrías y los miedos de su día a día.

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África, Africanos en Madrid, Nicolás Melini

Africanos en Madrid es un libro híbrido: cuento, crónica, conferencia…

Lo que tienen en común todas las piezas es el género de la crónica. El libro no está escrito como normalmente se escribe un libro: Voy a escribir un libro sobre africanos en Madrid… En realidad, a lo largo de los 12 años que llevo relacionado con africanos, he ido comprendiendo, de sus historias, cosas que me interesa escribir, siempre desde el punto de vista de la familiaridad. Porque yo soy familiar y ese es el punto de vista desde el que he hecho el libro. Poco a poco me fueron surgiendo algunos encargos. En 2005 una editorial me pidió un cuento sobre tema migratorio y a partir de ahí se sucedieron otros más que fueron conformando el libro.

No hay en él reivindicación, ni victimismo, y tampoco condescendencia.

Sí, y la razón de ello es que yo soy muy consciente de ese victimismo, de esa condescendencia, desde antes de ser familiar, y siempre me molestó. Yo no soy una persona especialmente reivindicativa, ni un amante de la negritud. Es verdad que mucha gente hace su vida y su profesión en torno a este tipo de temas porque hay un nicho de mercado. En este contexto económico que tenemos, absolutamente todo se convierte en un nicho de mercado, y África también lo es.

Desde donde yo trabajo, desde la familiaridad, no es posible la condescendencia. Yo soy un igual. No hay nada más igual que un familiar. No puede haber tampoco victimismo, ni reivindicación, porque ellos no son ni victimistas ni reivindicativos, generalmente. En su día a día no se quejan, al contrario, ríen. Como todos nosotros, son conscientes de cuál es su lugar y las razones y los condicionantes que tienen. Creo que es algo que se ve en el libro, que hay mucha risa. También hay drama, pero creo que queda matizado por la condición humana, que es siempre compleja y trufada de cosas malas pero también de cosas buenas: de alegría, de celebraciones y de cierta gallardía a pesar de todo.

Me parece que muchos españoles, cuando ven a un africano en cualquier calle, piensan que se trata de una de las personas más desfavorecidas de esta sociedad. Los perciben como personas que se encuentran en una posición por debajo de la posición que se atribuyen. Sin embargo ese africano que ven en la calle suele estar consiguiendo que un montón de gente, en África, tenga una vida digna. Ese negro que ves en las calles de Madrid es el Estado del bienestar para un montón de gente. Eso confiere a esa persona un nivel de dignidad que es muy superior que el que nosotros normalmente le atribuimos. A menudo hay un verdadero mundo entre el valor que conferimos a esas personas y el valor que tienen, y suele ser un valor del que son conscientes. Esto hace que nuestra condescendencia sea muchas veces patética, por ignorante, por inconsciente, por inconsistente. Hay personas que se conmiseran porque piensan que los africanos se encuentran en una situación indigna, y, sin embargo, a veces esos africanos no solo tienen su dignidad intacta, es que quienes se conmiseran de su situación, quizás, no, o no tanto.

África, Africanos en Madrid, Nicolás Melini

Creo que las fotos de la portada del libro son muy significativas para ti.

Mira, Jesús Egido, el editor, me propuso que la portada fuese una foto de africanos. Yo le dije que muy bien, que podía contar con bastantes, amigos y familiares. Entonces me di cuenta de que el título sonaba a “africanos hombres” en Madrid, y el libro no es eso, así que debía haber mujeres y niños para la foto. Jesús organizó una sesión fotográfica con Antonio Tiedra, con la idea de que en la cubierta hubiese muchos africanos y africanas. Sin embargo, cuando me llegó la prueba de la portada, la foto elegida era esta, la de Mama con mi sobrina Fama en brazos. Me pareció de justicia poética que en la portada estuviese Mama, ya que ella ha sido mi guía, en cierto modo. Es a través de ella que yo entré en este universo. En muchos casos ella me ha ido explicando las cosas, contándome historias a las que yo no podía acceder porque no hablo wolof o diola. Abriéndome los secretos de ciertos códigos sociales. Y mi sobrina Fama es la última en llegar, nacida aquí, en Madrid. Pero además, Reino de Cordelia siempre hace estos libros con dos portadas distintas: una para la camisa, donde están Mama y Fama; y otra interior, una especie de regalo para el lector, donde aparecen todos los que participaron en la sesión de fotos, y que, en algunos casos, también son personajes del libro.

Tú también eres fotógrafo, además de poeta, novelista, guionista, realizador

Yo soy escritor, esa es mi vocación desde siempre. Profesionalmente he hecho otras cosas, sobre todo como guionista de cine, la profesión que más he ejercido. La fotografía es una forma de mirar que se me mezcló con la forma de mirar en los cortometrajes, en la poesía, en los cuentos; pero no la he ejercido apenas. He fotografiado siempre lo que está muy cerca de mí, por ejemplo, cuando viajo, para contar la cotidianidad de lo que me encuentro. También hago fotografía en mi propia casa, en mi entorno. De hecho, tengo mi propia serie de africanos: amigos, familiares. 

¿Esa mirada está condicionada de algún modo por el lugar de donde vienes, la isla de La Palma?

La verdad es que no lo sé. No me he planteado que La Palma pueda ser un condicionante de mi escritura. De hecho, allí hay unos cuantos escritores y todos somos muy diferentes: Elsa López, Anelio Rodríguez Concepción, Ricardo Hernández Bravo, Antonio Jiménez Paz, etc., no tenemos nada que ver los unos con los otros.

En cambio, se habla de una mirada insular canaria en la literatura, en las artes en general.

Lo que sí es verdad, y es muy interesante, es que siempre hay algo que tiene que ver con el territorio y la historia de ese territorio. Mejor dicho, que tiene que ver con la historia de la literatura en el territorio, la tradición literaria.

Tú empiezas a leer y a escribir y te insertas en una determinada tradición. Lo que tienes en Canarias en las décadas de los 70, los 80 y 90 es una cierta literatura, con mayor o menor éxito, pero con la que te relacionas. Eso sí condiciona tu mirada en la medida en que estás dialogando en ese contexto. Tienes que dialogar con Víctor Ramírez, con Isaac de Vega, con Luis Alemany… aunque ese diálogo no significa imitar ni continuar. Muchas veces tienes que hacer algo distinto, porque nunca es buena idea moverse en la misma dirección de algo que ya existe y tiene el sitio cubierto.

Yo comencé publicando una novela, El futbolista asesino (2000) que era radicalmente distinta de lo que se venía haciendo en Canarias. Y ahí sí que hay una razón insular. Curiosamente, en la dirección opuesta de lo que se hubiese esperado.

Este libro también lo es, una contestación dentro de un diálogo con otras muchas manifestaciones de escritores, directores de cine, y artistas españoles sobre África o sobre aspectos de lo africano en España, producidas tanto en Canarias (cuyos creadores se han prodigado últimamente tratando lo africano), como en el resto del país. Es en parte una respuesta a la superficialidad que me he ido encontrando en muchas manifestaciones de la última década. Historias sobre lapidación o sobre mutilación genital femenina en las que lo único que se expresa es una demonización, por ejemplo. ¿Alguien en España necesita que le demonicen la mutilación genital femenina o la lapidación? Sin embargo esas obras, que se quedan muy lejos de abordar aquello que se supone que abordan, tienen su éxito entre nosotros, porque arrojan un mensaje políticamente correcto, y tanto que nadie de nosotros en su sano juicio se atrevería a oponerse a lo que expresan. También he visto documentales sobre África del oeste que retratan aquello como si se tratase de la Edad Media, tal es el subrayado de imágenes sobre pobreza sin la compensación del conocimiento sobre lo que se muestra. ¿A alguien se le escapa que la imagen de las cosas y de las personas es mera superficie? No se puede mostrar la naturaleza de un lugar, de una sociedad, de unas gente, solo mostrando su imagen, menos aún si se trata solo de la imagen de lo feo, de lo sucio, de lo ruinoso, de lo desagradable, de lo pobre, de lo miserable… A ese tipo de trabajos bienintencionados y superficiales sí espero haber respondido.

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¿Y qué significó la mirada de Hadji Amadou Ndouye?

Pues lo de Ndouye fue algo muy curioso. Cuando yo estudiaba el bachillerato en La Palma tenía un profesor, Roberto Cabrera, que por aquel entonces ya publicaba poesía y novela y era músico de jazz, y comienzo a verlo en revistas literarias, como Fetasa, que salía fotografiado junto a un señor senegalés que había venido a Canarias a estudiar la narrativa de los 70. Casualmente, cuando conozco a mi pareja, a principios de 2004, ella había sido alumna de Ndoye. Lo descubrimos al mostrarle yo una de aquellas fotos de Roberto Cabrera y el profesor senegalés, una foto que acababa de aparecer en la revista Cuadernos del Ateneo. La coincidencia me animó a contactar con él. A partir de ahí, cada vez que venía a Madrid nos visitaba y nos reuníamos con antiguos alumnos suyos, por ejemplo para comer, aunque siempre nos daban las tantas.

La primera vez que fui a Senegal —fuimos con mi hija, que entonces tenía un año, a conocer a mi familia—, había quedado en visitarlo también a él. Pero a Dakar llegué malo, con cerca de 40 de fiebre, así que tuve que quedarme en la casa que nos acogió allí casi todo el tiempo y no pude ir a verlo antes de seguir para el sur de Senegal, para Cansamas. Tras semanas por el sur, regresamos a Dakar para coger el avión de vuelta, sin tiempo para visitas, así que me resigné: no lo vería.

Pero, al entrar en el avión e ir hasta nuestro asiento, nos lo encontramos allí. Al principio pensé que era broma. Que lo había premeditado de algún modo. Pero no, resultó que él viajaba a mi lado. Un avión enorme lleno de gente y él allí viajando con nosotros. Fue una casualidad, pero me pareció mágico.

En un libro suyo, La narrativa canaria del 70, él cuenta que encontró un rasgo común en las obras que estudió.

Sí, hay algo muy interesante en ese libro. Él contaba que la historia de la literatura canaria era un filón porque nadie la había estudiado y él pudo hacer su tesis sobre ella. Pero había otra cosa que se percibe cuando lees su libro, y es que se encuentra una literatura que narra, quizás sin querer, algo que a él le importa mucho, que es la esclavitud, lo que queda en el ánimo y en el carácter de la gente de Canarias de un pasado traumático. Como él decía, el canario fue esclavizado antes que el negro. Esa era su perspectiva, y tiene dos escritores que le interesan mucho. Uno es Armas Marcelo, que narra el caciquismo insular y un escape hacia Latinoamérica con el que el propio Ndoye se identifica generacionalmente. El otro es Víctor Ramírez, en cuyos personajes siente ese carácter del canario sojuzgado, de comportamiento sumiso, muchas veces acomplejado, que proviene de lo sucedido antes. Una huella en el carácter que él certifica que está estudiada y que se transmite de algún modo a lo largo de varias generaciones.

Yo, por ejemplo, digo que el amigo Anelio [Rodríguez Concepción] tiene una forma especial de manejarse con esa huella: hacerse el coño.

Y que consiste en…

Hacerse el coño es, siendo una persona inteligente, cuando alguien está un poco impertinente, pretendiendo ser más y diciendo alguna tontería que podría rayar la ofensa; entonces tú agachas la cabeza y dices bueno, claro que sí, tienes razón, jiji, sí vale… [risas] una palmadita en la espalda. Es una conducta muy canaria. Eso, en La Palma, él lo llama así, y lo tiene incorporado a su manera de proceder en momentos en los que incluso podría haber algún conflicto pero no merece la pena. Pues esa es una salida inteligente a ese sojuzgamiento, que primero fue esclavitud y luego, caciquismo. Hoy, sin embargo, muchos estamos en la reacción contra actitudes que nos remiten a ese sojuzgamiento. Nos revelamos.

África, Africanos en Madrid, Nicolás Melini

¿Crees que ese pensamiento nos lleva a dar la espalda a África?

Geopolíticamente, a España le interesó que diéramos la espalda a África, y también le interesó a la propia élite canaria. Les interesaba relacionarse con un lugar rico, no con uno pobre. Es aporofobia (Adela Cortina ha publicado recientemente «Aporofobia, rechazo al pobre”), es miedo a la pobreza. Y en Canarias hay miedo a la pobreza de África y a la negritud, a la oscuridad que supone ese continente para mucha gente. Cuando tú no estás en una situación espléndida, desahogada, la cercanía del pobre te pone ante la posibilidad de caer allí, y África está muy cerca. Para muchos, África es lo peor.

Aunque siempre nos comparamos con los estándares de sociedades europeas, ¿crees que podríamos recuperar” cosas interesantes de África?

La suya es una sociedad más “sólida”, en los términos de Bauman, y la nuestra es más “líquida”, más veloz. Nos comparamos con aquellos modelos que nos parecen socialmente más avanzados que el nuestro, porque es hacia donde se supone que estamos caminando nosotros. También los africanos se comparan con nosotros. No queremos volver a ser lo que ya fuimos. Mucho de lo que África nos podría enseñar ya lo tuvimos, en realidad, hace 40 o 50 años. No queremos que nuestros hijos vuelvan a jugar en la carretera. Nosotros lo hicimos y éramos felices, nuestros hijos ya no lo hacen. Y volver a eso lo consideraríamos un fracaso. No es mirando hacia atrás que nos movemos hacia adelante. Aunque continuamente recuperemos alguna cosa, normalmente llegaremos a un estado nuevo de las cuestiones, no por recuperación de lo anterior, sino por reacción contra lo que no nos gusta de lo actual. El individualismo, por ejemplo, se ha convertido en una condena en algunos aspectos. Pero no volveremos a la gran familia católica, limaremos lo que no nos gusta de este individualismo, le buscaremos solución a lo que no funciona y apareceremos por otro sitio. Apartaremos del individualismo aquello que, una vez que le pongamos nombre, podamos discernir y separar del paquete del individualismo actual. Muchas ciudades de África están en el desarrollismo o son de una urbanidad que nunca hemos adoptado en Europa, más al estilo de los rascacielos de Nueva York. Si generalmente las sociedades nuestras son más “cansadas”, allí puedes encontrar desde la ruralidad y la miseria hasta la energía de una ciudad nueva, pujante, en la que todo se está haciendo.

A África ha viajado hasta ahora un número ínfimo de personas del resto del mundo. Ahora reaccionamos, poco a poco, a ese desconocimiento. Recuerdo que a Jorge Edwards le preguntaron en una comida —yo estaba presente— si había estado alguna vez en África. Contestó que no. Pero no es sorprendente. Es un escritor de 80 años. Un señor que ha sido diplomático, además de escritor, que ha viajado a tantos países. Luego recordó mejor y dijo que sí, que, en una ocasión, su avión hacia Chile hizo escala en Dakar. Pero nada más. Esa generación de escritores, tanto los españoles como los latinoamericanos, no ha tenido el menor interés por África. Me parece que ni siquiera se extrañan de no haber estado allí alguna vez, porque, sencillamente, no era lo que se hacía, no era lo que importaba. Y está bien, pero seamos conscientes. Es algo que estamos cambiando los escritores de ahora. A nosotros se nos está despertando ese interés a fuerza de mucho trabajo y gracias a la globalización, que hace que nos veamos mucho más los unos a los otros. Claro que los africanos nos ven mucho más a nosotros que nosotros a ellos. La publicidad que se hace aquí, para nosotros como consumidores, les llega también a ellos. El famoso efecto llamada para mucha gente que ve que no tiene futuro. La gente se dirige hacia donde parpadea el neón de la prosperidad. Siendo libres para ir, y ellos no tanto para venir, posiblemente vamos menos de lo que ellos vienen, y cuando vamos no es para quedarnos allí. Todavía.

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¿Te marcaste algún objetivo con este libro?

Mi objetivo es literario. A mí me interesa una literatura que, además de belleza estética, del cuidado de la palabra y la eficacia al contar emociones, desvele algo nuevo del mundo. La literatura te permite llegar a sitios que puedes tener en tu vida cotidiana y apenas los percibes, o no alcanzas a ponerles nombre. Solo cuando un buen escritor consigue meter la palabra ahí, todo cobra sentido, pues estás leyendo algo que lo tenías delante y está cargado de significado.

Muchas veces se dice que hay demasiado realismo en la literatura española. Yo creo que lo que hay en exceso es un tipo de realismo muy superficial, que no afronta ningún reto, que narra desde una posición muy cómoda y que en realidad no desvela nada, no nos hace madurar sobre nada. Una literatura que no asume riesgos. Porque para madurar tienes que arriesgarte.

Algo como el racismo, el miedo al otro, es una cuestión de madurez. En cuanto conoces al otro y lo tratas, maduras como persona y dejas de ser racista. Aunque tengas la presión del grupo detrás, dejas de serlo, se ha contado en películas como si se tratase de un milagro. Y madurar es algo que te permite la literatura, cuando te arriesgas a desgranar algo, a desvelarlo.

¿Uno de los riesgos que corriste en el libro es que estás tú en él?

Me atrae de la literatura esa tensión que se crea entre realidad y ficción. Cuando yo, como lector, percibo que en lo que me están contando hay una ambigüedad y no sé muy bien si es algo que ha vivido el escritor o se lo está inventando, eso me parece muy interesante, me atrapa.

El cuento Mis padres susurran es quizás el más duro de todos.

Yo necesito tener mucho en la cabeza para comenzar a trabajar. Tengo que esperar y voy sumando cosas a ese contenido que voy madurando. Y madurar este cuento me costó una gran espera porque es algo muy complejo y muy alejado de nosotros.

Pero tenía presente una gran película que hizo Ousmane Sembène, Moolaadé (2003), sobre la mutilación genital femenina. Cuando me encargaron el cuento, acepté porque pensé que si se puede hacer una obra maestra, como esa, en cine, también se puede hacer un cuento. Por otro lado, había visto un documental que hacía el seguimiento de dos niñas y termina la noche en la que van a sufrir la mutilación. Luego tuve la posibilidad de recabar testimonios de primera mano y por conocidos de Senegal. En Senegal está prohibido y ya no se practica como antes, pero se sigue haciendo por intereses, por negocio: los regalos, la comida de la celebración, el pago a la persona que da el corte. Pero creo que, ahora, cada vez hay más familias que le quitan importancia a la necesidad de que las mujeres de la familia hayan sido mutiladas, y ser pura ya no es una condición para el matrimonio como lo era antes. Si te fijas, en el cuento hay una palabra, diankading, para la que no está mutilada, para la que “no es pura”. En cambio, no hay una palabra para la que ha sufrido la mutilación, esa es pura, simplemente. Cómo es el lenguaje. Cómo delata nuestra escala de valores.

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¿De qué forma te ha cambiado tu familia africana?

Mi familia me ha hecho crecer, y yo sigo siendo el mismo. Creo que algo interesante de la identidad es que te permite ir incorporando cosas a lo largo de toda la vida. No tienes que dejar de ser lo que eres para sumar más aspectos a tu identidad.

El otro día, viendo el documental Untitled, de Michael Glawogger y Monika Willi, que contiene muchas escenas rodadas en el África del oeste, sentía, sin ningún tipo de ñoñería ni paternalismo, que muchos de los niños que aparecían eran de mi familia. Eran niños como los que yo quiero en mi familia, me sentía totalmente identificado con ellos. Sus sonrisas me cuentan algo que ya conozco y que ahora soy.

 ¿Vas a seguir narrando esa familiaridad?

No lo sé. Creo que se ha convertido en una especie de palo en mi literatura. Está mezclada en todo lo que escribo. Es un ingrediente que siempre aparece en lo que hago, y lo normal es que siga apareciendo.

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África, Africanos en Madrid, Nicolás Melini

Escritor nacido en Santa Cruz de La Palma en 1969, ha publicado las novelas «El futbolista asesino» y «La sangre, la luz, el violoncelo»; los volúmenes de cuentos «Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte», «Cuaderno de mis mayores» y «Pulsión del amigo»; y los poemarios «Cuadros de Hopper», «Adonde marchaba» y «Los chinos». También ha realizado los cortometrajes «Mirar es un pecado», «Hijo» y «Bucarest 2005», y ha sido guionista del mediometraje «La raya». Sobre cine ha publicado el libro «De cine». Como guionista ha obtenido el Premio al Mejor Guion en el Festival de Cine de Alcalá de Henares por «La raya». Como director una Mención Especial del Jurado en el mismo festival por «Mirar es un pecado». En la actualidad es editor de la colección La Palma de poesía. Reside en Madrid desde 1993.

Suele colaborar con varios medios digitales y en papel: El Estado Mental, Fronterad, El País, Revista Colofón, Diario de Avisos, Revista ACL (Academia Canaria de Lengua), El rapto de Europa, La Palma Ahora (Diario.es), etc., con artículos sobre literatura, cine o actualidad política, básicamente.

Como guionista de cine, ha trabajado en desarrollo de proyectos, escritura de sinopsis, argumentos, tratamientos y guiones para productores (Pau Calpe, Ana Sánchez Gijón, Miguel Ángel Trujillo, Jordi Gasull), y directores (Benito Zambrano, Andrés Koppel, Eduard Bosch, Cristina Otero, George Sluicer), en productoras como La Mirada, Esicma, Sogecine, Angular, Camelot, Morena.

Fotografías de Manu Navarro

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